Por los no nacidos

La paridera desproporcional de hoy se ha vuelto paisaje, y eso es bastante preocupante, toda vez que no vivimos en el país de las abundancias y de las oportunidades. Nadie ni nada les pone el freno a las cifras abrumadoras de los nacidos todos los días, especialmente en octubre (ya inferirán por qué). Quizá, más allá de las razones de naturaleza educativa, tal paridera se deba a que hoy pretendemos aceptar todo lo que aparezca: todo es permitido, nada se puede reprimir ni prohibir. Pero hasta qué punto esa permisividad exagerada termina siendo dañina para el mundo mismo.

Sentencian que hay que respetar las parejas (cuando no madres solteras) que decidan tener dos, tres o cuatro hijos, por muy pobres que sean, que porque es libre desarrollo de la personalidad. Son derechos reproductivos, dicen. Es, más bien, el libre desarrollo de la crueldad, trayendo niños al mundo y a este platanal, sin preguntarse por sus devenires. A veces pienso que tener hijos debería ser un privilegio, no un derecho, por todas las responsabilidades y riesgos que ello implica (como el voto).

Muchos padres ilusamente piensan que el sujeto va a venir con el pan bajo el brazo como en las telenovelas, en donde el desgraciado termina triunfador y sale bien librado de todo tipo de infortunio. Sí, muchas veces la resiliencia permite que el sujeto se oponga a su contexto adverso y salga adelante, pero no siempre es así, e irresponsable sería jugar a la ruleta rusa…pero acá matados de la dicha jugando así.

Ojo. Un niño no solamente se debe criar en el marco del amor que le quieran a brindar sus padres, ni mucho menos bajo la premisa de que es un regalo de Dios y hay que aceptarlo, o bajo aquella otra que dice que así haya sido un error, hay que aceptarlo con responsabilidad, o que en donde comen uno comen dos, tres o cuatro. Irresponsabilidad tener porque sí, responsabilidad no tenerlo si no están los recursos.

Una crianza adecuada implica una cantidad de aspectos que requieren del uso de simple lógica. No hay que ser experto en maternidad o paternidad, ni mucho menos ser pedagogo o pediatra para hacerse una serie de cuestionamientos de fácil respuesta, antes de proyectarse como padres:

Primero, ¿existe la solvencia económica suficiente para saciar todas las demandas básicas que implica traer un niño al mundo? Esto tiene que ver con la compra indispensable de pañales o medicinas, hasta los parques de diversiones, juegos y los estudios de educación básica y superior. No se debe olvidar que no es solo el hijo de los padres, sino también del capitalismo en donde las demandas del infante deben ser saciadas por sus padres sí o sí (el niño rey impera). Esta no es la tierra prometida. Con amor sí tiene que vivir un niño, pero no de él; nadie va a un supermercado a pagar unos pañales con tres kilos de intenciones de ser una buena madre.

Ahora, ¿existe la posibilidad de facilitarle al chico su movilidad social, o se le va a eternizar en las cuatro paredes de la casa del barrio popular? No hay que ser tan descarado de tener un niño para mandarlo a trabajar a los 12 años a la revoltería del barrio para conseguir la “papita de la casa”, y luego atacarlo con la disyuntiva condenatoria de “¿estudia o trabaja?”, o que si estudia debe de trabajar duro para poder seguir estudiando.

Por otra parte, un hijo no es solo del cuidador, es también de la sociedad; por tanto, se debe tener en cuenta qué tipo de daño o beneficio puede causarle un determinado sujeto a la sociedad. ¿Cómo se calcula eso? sencillo: si ambos padres pueden dedicarle tiempo suficiente al niño, si están dispuestos a escucharle, a brindarle educación tanto en casa como en instituciones educativas, seguramente el niño aportará algo positivo a la sociedad, y no causará perjuicios (seguramente). Si va a nacer para que la abuela o el vecino lo críen con irresponsabilidad y recorra medio mundo solo, mejor déjelo en la nada, no lo tenga. No siempre ser hijo de la calle resulta algo afortunado.

Y así, muchas preguntas más pueden hacerse antes de ser padres, pero por efectos de espacio no las dispongo acá.

Quiero dejar en claro que no pretendo enmarcarme en aquella especie de misantropía en la que parecen inscritos muchos jóvenes y adultos desde hace un tiempo para acá; en una especie de esnobismo que se caracteriza por odiar y tener una aversión al ser humano porque sí, porque somos dañinos para el mundo, porque solo contaminamos, etc. Mucho menos pretendo circunscribirme en aquella aversión por los niños: que porque lloran, porque hablan duro, que los niños de lejos, que no deberían existir, que por todo. Esta columna no pretende dar tal mensaje de aversión o desprecio, sí hacer llamado a tener piedad con los no nacidos.

Aceptar un contrato social como ese de tener que ser de tener que formar parejas y procrear, es muy fácil, leer su letra menuda no lo es.


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Santiago Molina

Licenciado en Humanidades, Lengua Castellana de la Universidad de Antioquia.​