«El general López Contreras no sólo fue el gran estadista de la transición y el hombre que condujo al país de la dictadura a la democracia; fue, además de todo eso, el fundador del poder civil en el siglo XX venezolano.» Es la inmensa ventaja de postergar lecturas y dejar que el azar te las ponga entre tus manos años después, cuando menos te lo esperas. Leo por azar esta afirmación de tanta trascendencia histórica, que si no desmiente el lugar común de que el padre de la civilidad venezolana es Rómulo Betancourt y la transición a la democracia comienza el 23 de enero de 1958, siendo López Contreras, junto a Medina Angarita, no más que el apéndice postrero de la dictadura gomecista, por lo menos desvela uno de los capitulos más difamados, oscurecidos y mal interpretados de nuestra modernidad, poniendo a la luz la verdad de los hechos: la revolución de Octubre fue uno de los terribles quid pro quo de nuestro destino. El día en que, parafraseando a Zavalita en su ontológica conversación en la Catedral, se jodió Venezuela, al extremo que bien cabe suponer que fue entonces cuando se abrió el ciclo trágico que culmina el 4 de febrero de 1992 con el golpe de Estado de los comacates y se reafirma el 6 de diciembre de 1998 con el asalto al poder total por parte del teniente coronel Hugo Chávez, abriendo el período más terrible, devastador y auto mutilador de nuestra historia.

Para mayor sorpresa esta contundente reivindicación del general López Contreras no pertenece ni a Arturo Uslar Pietri ni a Miguel Ángel Burelli Rivas, a Rafael Caldera o a Juan Lizcano, a Ramón Escobar Salom o a José Vicente Rangel, a Jorge Olavarría o a Luis Miquilena, vale decir: a los conspiradores ultra montanos del golpismo nacional, enemigos del adequismo betancourtiano por convicción y doctrina. Pertenece a la mayor conciencia histórica nacional de la socialdemocracia venezolana misma: a Simón Alberto Consalvi. Y para ahondar en la contradicción forma parte de la extraordinaria colección de artículos y ensayos breves dedicados a la crítica al militarismo venezolano, que el autor escribiese en los albores de esta tiranía, a lo largo del año 2002 – cuando el país se tambaleaba al borde de la tiranía y el general Raúl Isaías Baduel lograra darle, con una simple amenaza y sin disparar un solo cañonazo,  el empujoncito necesario para que terminara desbarrancándose hacia este despeñadero – cuando recién se desovaba y estiraba sus brazos el monstruoso polluelo militarista del siglo XXI y publicara en Comala.com en marzo de 2003. Su título: El Carrusel de las Discordias.

Me lo regaló Simón Alberto en una de mis habituales visitas de los sábados, cuando al bajar a comprar los periódicos desde mi casa de Oripoto solía llamarlo para saber si ya estaba en pie y podía allegarme a su casa oculta y penumbrosa  en una quebrada de los bajos del Alto Hatillo. Cuando disfrutando de un café andino, fuerte y aromático, mientras fumaba envuelto en su batín sus puros habanos, podíamos hablar sin remilgos de las inmundicias del escenario político, periodístico, intlectual y empresarial venezolano. Para terminar intercambiando impresiones del país amado que se jodía inexorablemente. Consumido por tanta brivonería, mediocridad, canallería y oportunismo. Cállate boca.

Por supuesto que era un desafío al pensamiento cuartorepublicano, oficial y hegemónico en la academia de la historia a la que pertenecía, a muchísima honra, reconocer la flagrante contradicción que suponía que el mismo muchacho que llegó a Caracas junto al Cabito y a Gómez formando parte de la Restauradora, que hiciera de la carrera militar el fin y objetivo de su vida, se quitara a la muerte de Gómez el uniforme en cuanto asumió la presidencia de la república, no volviera nunca más a vestirlo y se propusiera desmilitarizar la vida política, social y cultural venezolana, civilizándola de cabo a rabo y de cuerpo presente: «fue el fundador del poder civil en el siglo XX venezolano». Yendo tan lejos y contra corriente, que al mismo tiempo que imponía la civilidad en una sociedad hedionda a cuartel, caballerizas y montoneras, «desmintió las teorías de los civiles;» – tan habituados a las botas y las espadas que les aterraba el poder democrático – «demostró que Venezuela podía y quería vivir en democracia y en libertad.»

«De 1936 a 1941, López Contreras ejerció la presidencia de la República con un criterio democrático, civil y civilista, muy poco usual en la historia venezolana, tan poco usual que uno tendría que remontarse al tiempo de José María Vargas o de Carlos Soublette para identificar algún paralelo, con la diferencia de que López Contreras era su propio Páez.» Cita Consalvi luego a Picón Salas: «Para cualquiera que no hubiese tenido su prudencia y sensatez, su benévola diplomacia y su habilidad política, la situación era terriblemente conflictiva. Venezuela estaba a punto de dividirse en bandos de desatado rencor.»

Trascendental este giro interpretativo de Consalvi que sitúa a López Contreras en el vértice del más trascendental y significativo de los cambios históricos de la Venezuela moderna: «Quiso que lo sustituyera un civil, pero no lo logró. La transición, en fin,» – un término que hoy resuena en todos los ambientes de nuestra atribulada vida política, tan insignificante comparativamente – «de la más férrea dictadura a una democracia respetable, fue una de las grandes proezas de la historia venezolana, comparable quizás con la que convirtió a la España medieval del Generalísimo Francisco Franco en una de las democracias más dinámicas y avanzadas de Europa.»

«Entregó el poder en 1941 y no en 1943, para apresurar la transición civil, para protagonizar la democracia que él había creado, a través de las reglas del juego vigentes…De modo que el 18 de octubre le quitó unos meses al presidente Medina, pero todo el período al general López. Como la historia lo demostró, a López Contreras era mejor tenerlo de amigo que de enemigo. Hubo posibilidades de tenerlo como amigo, y otro gallo habría cantado. Sin embargo, como escribió el gran pensador Octavio Paz, ‘muy pocas veces la historia es racional’…» Lo racional, más claro no canta un gallo, no fue el golpe de estado militar de Rómulo Betancourt y Marcos Pérez Jiménez. Venezuela se jodió el 18 de octubre de 1945.

¡Qué gran reflexión sobre el día en que se jodió Venezuela! No se menciona a lo largo de sus líneas ni una sola vez a Rómulo Betancourt. Da que pensar.