Ella se aproxima, al parecer lo hace lentamente, pero me bosteza en la nuca todos los días, esperando a que desfallezca. Es una hermosa mujer de nieve llamada “Yuki-onna” que siempre se asoma en el armario, en la ventana, en las calles, y en los besos de mi amado. Ella habita en todas partes y al mismo tiempo habita en mí; ella parece un ácaro que me come la piel y me arrebata la frescura del alba.
Todos los días es una batalla donde quisiera sacarla de mis carnes, quisiera sacarla de mis pulmones, sobretodo del hígado, pues el reloj de arena no me hace tan bien en esas noches de gin tonic, vodka y vino, pero, ¿Cómo inhibo a esa gran mancha del ojo del universo? Es tan imperceptible para la cotidianidad y la costumbre, pero tan palpable por la vida verde, la vida carne, la vida profunda entre los mares que le arrebataron el aliento a Alfonsina en mar de plata, que, ella misma es quien día a día se me engarza, me secuestra y me embelese. Con todo esto parece que me han diagnosticado síndrome de Estocolmo por aquella mujer de nieve.
Ella, me roba la habitación de mis pensamientos, es tan ególatra, que no le gusta compartir la vida, pues cuando aquel cuarto se vuelve oscuro, ella se va dejando el rastro de un perfume llamado podredumbre y me abandona junto a sus secuaces, los gusanos, como la marcha nupcial que emerge de la tierra.
¿Por qué el miedo humano de perderlo todo? Cada amanecer es una guerra con quien habita lo que ineludiblemente será un cuarto inhabitable, un cuarto sin ventanas donde abunda la nada, el desconocimiento y el hedor del estancamiento fluvial de la vida. ¿Por qué tiene forma de mujer? Aquella donde solo mora la savia de la existencia, porque cuando no la encuentra, como aquel ladrón que roba algo pensando que tiene valor y resulta ser una baratija, reclama venganza infinita.
Ella, vuela hacia pequeños latifundios de oxígeno esparciendo la incertidumbre del mañana, la incertidumbre del querer ser y no poderlo entender y así, el raciocinio baila su último vals, pues la oscuridad obnubila el pensamiento y las raciones de oxígeno llegan como oleadas de agua por todo el cuerpo, renunciando a distribuirlo y a administrarlo. El miedo humano se transforma en miedo de piedra, parecen pequeñas criptas de “Lovecraft” donde apresan el alma en reacciones sin reacciones, y, en insignificantes monumentos de lo que alguna vez allí anidó.
Por ella, perdemos el negocio más importante de nuestras vidas, pues me aterra besarla, me aterra abrazarla. Ella, la muerte, siempre gana, trasforma a su antojo, modifica un estado y lo abandona con sus puntos suspensivos, sin darnos la opción del punto final, y del “acabó todo” pues, ¿Quién sabe que hay más allá de los tres puntos? Me estremece pensar en un estado infinito, donde la mente queda atrapada en el espacio, donde ocupa un todo y a la vez no ocupa nada.
Con todo esto solo tengo para decir de la muerte que… (Tres puntos seguidos)