—Corran, corran ¡Filo es un demonio! —. Gritaban los pobladores de Torpelandia.
—¡No huyan! solo quiero poseerlos— decía Filo, con voz ardiente y entonada. De repente, quedóse solo y desamparado; como siempre se le había conocido; harapiento y sucio, pero audaz y sabio como cualquier otro. Sin embargo, ya era tarde, todos se habían marchado, solo dejaron tras sí vestigios de sus pertenencias.
— ¿Por qué se fueron? — Intentó sollozamente preguntar Filo. Nadie respondió y, la soledad le embargó de nuevo.
Mientras tanto, los pobladores se hallaban en el bosque; escondidos, ocultados bajo la sombra de un gran árbol. Al cabo de un rato un infante preguntó:
— Abuelo, ¿Por qué Filo es malo y no bueno?— luego de un apabullante silencio, su abuelo respondió:
—Hijito, no te creas lo que dices. Filo no es malo ni bueno. Es solo un demonio. Y estos no son ni lo uno ni lo otro, aunque siempre desean lo que no poseen—. La respuesta del abuelo intrigó aún más al niño quien siguió inquiriendo.
— ¿Y qué es lo que poseemos que Filo no tiene?— Preguntó, y el abuelo ripostó: — ¿Qué es lo que siempre has deseado tener?—. A lo que el pueril respondió:
—Es fácil abuelo, siempre he querido ser hermoso y acaudalado, conquistar niñas y comprar lo que desee.
—Asimismo Filo desea la belleza, aunque también la bondad, y todo lo que piensas. Su madre era pobre, mientras que su padre gozaba de abundancia. Sin embargo, cuando Filo nació heredó la penuria de su madre, y de su padre, el deseo de abundancia, así, vaga por el mundo deseando lo que no posee, como tú.
El niño quedó ensimismado. Filo y él no eran tan diferentes, también deseaba algo que no poseía.
—Pero abuelo… ¿Por qué Filo es un demonio?— se escuchó protestar al chiquillo.
—¡Ya cállate! todos lo somos.