El pasado 15 de mayo fue el Día del Maestro en Colombia, fecha importante para todos los docentes del país pero que, para muchas personas, fue desconocida. Este día para mí es muy especial; si bien no he sido maestra, recuerdo a aquellos que me han dejado las mejores enseñanzas, principalmente, en mis años de pregrado universitario.
Sin embargo, he podido percibir desde pequeña, cómo a los docentes del país se les ha subvalorado socialmente. Desde la experiencia de mi papá – como un maestro que ha entregado la mayor parte de sus años a la docencia en la educación pública –, he visto cómo los mismos gobiernos se han encargado de estigmatizar las instituciones públicas, haciendo inversiones que no garantizan una calidad en la educación.
En las universidades, pienso que se recibe una educación de mayor calidad, a comparación de lo que se recibe en la primaria y el bachillerato, tanto en colegios privados como públicos. Lo digo por experiencia.
La diversidad de la universidad y todo lo que en ella puedes hacer, te exige más como estudiante. Y bueno, el sólo hecho de pagar por un servicio como la educación en una universidad privada, ya te da el derecho a recibir algo de calidad, ¿no? Triste pero cierto. Que la educación no sea un derecho para todos, y que pocos podamos acceder a ella, ya sea por cuestiones económicas, geográficas, entre otros factores, es la muestra de lo poco importante que es para el Estado.
Los verdaderos maestros, quienes se han entregado en cuerpo y alma a esta labor, saben que en Colombia se les remunera muy mal, a comparación de otros países. A pesar de ello, siguen dando lo mejor de sí en sus trabajos, compartiendo con niños, jóvenes y adultos diversos conocimientos llenos de humanidad, ligados a las realidades y situaciones que se viven en el mundo.
Yo he tenido maestros que me han cambiado la vida. No sólo por brindarme algunos conceptos o definiciones, sino porque a través de ellos, he comprendido que puedo poner mis saberes académicos al servicio de la gente.
Por otra parte, he tenido algunos profesores que, sin duda, demuestran estar en un salón de clases por obligación, como quien cumple un llamado de asistencia. Supongo que muchos lo harán porque necesitan vivir de algo. Esto es entendible, ya que muchos seres humanos queremos trabajar para vivir – o al menos sobrevivir –. Sin embargo, pienso que la educación es algo muy serio. Si estos docentes lo entendieran así, buscarían otro tipo de trabajos. Son bastante irresponsables con lo que hacen, ya que cumplen con impartir unos conocimientos de forma mediocre.
Sobre el tema de la educación en Colombia se podrían hablar muchísimas cosas, como que el sistema educativo que tenemos, tanto en colegios como en universidades, es deficiente. De manera personal, siento que mis años de colegio los perdí. Son pocas las cosas que recuerdo, y muchas de ellas, no me han servido ni me servirán en un futuro, a comparación de lo aprendido en la universidad, espacios de intervención social y voluntariados, en donde he adquirido realmente unas bases para definir lo que soy.
Alguna vez alguien me dijo que había una diferencia entre ser profesor y ser maestro. Profesor es quien solo cumple con la labor de enseñar, mientras que el maestro se permite aprender de los demás para así, humanizar a sus estudiantes a través del conocimiento.
Esta columna va para los maestros. Si hacen un trabajo responsable, con amor, vocación y total entrega, síganlo haciendo. Ustedes son importantes para la construcción de una sociedad, aunque muchos no lo reconozcan así. Espero que esto se modifique y regresemos a un pasado, donde se les reconocía en los pueblitos como personajes célebres e importantes, gestores de cambio.
Y para quienes dicen llamarse maestros y hacen un trabajo irresponsable, les pido que por favor consideren retirarse, o que si lo quieren, mejoren su pedagogía y se interesen en compartir con sus estudiantes, tiempo de calidad y conocimientos valiosos.
Recuerden que el dinero, aunque es indispensable para vivir, no es lo más importante ni nos realiza como seres humanos.