Por estos días de contienda política, se han escuchado afirmaciones en todas las tarimas de las campañas sobre diversos temas de interés, y, de entre todos ellos, ampliamente sobre la educación superior. Lamentablemente, algunas veces frente a este asunto, en lugar de escuchar propuestas sobre temas como el acceso, la calidad o la cobertura, hemos tenido que escuchar afirmaciones prejuiciosas como las del candidato Iván Duque al decir que no quiere “una universidad pública ideologizada, que contamina el cerebro de la juventud”, y que por el contrario quiere “una universidad pública que… fomente el sentido crítico y no que convierta a los jóvenes en idiotas útiles…”. Parece además, que dichas afirmaciones estaban relacionadas con las pronunciadas por el senador Uribe en el municipio de Anserma, en el departamento de Caldas, donde sostuvo, en relación a los docentes universitarios, que “lo único que tienen es la fuerza de la calumnia”, y que “los profesores solo enseñan a gritar y a insultar y les retuercen el cerebro a los estudiantes”.
Aquellos, me parecen unos planteamientos bastante curiosos, pues he constatado que miembros de varios movimientos, especialmente conservadores, afirman que el joven es un ser “mentalmente vulnerable”, “fácilmente corruptible” y que al no contar con “suficiente experiencia”, ni con una “mentalidad madura”, se le debe “proteger” para que no sea destino de una inoculación ideológica que lo perjudique y, de paso, nos perjudique a todos.
Esto me da pie para recordar que la semana pasada se cumplieron 50 años desde que un “joven con el cerebro retorcido”, estudiante de sociología de la Universidad de Nanterre (universidad pública de París) llamado Daniel Cohn-Bendit, junto con otros estudiantes, decidió ocupar La Sorbona después de que les cerraran su universidad en 1968. Así fue como entre mayo y junio de ese año se inició una manifestación estudiantil en la búsqueda de la reivindicación de sus libertades, generando lo que se conocería luego como Mayo del 68.
Un aspecto que quedó para la historia, y que mostraba la inmersión de estos estudiantes “faltos de sentido crítico” en las luchas sociales, fue su pensamiento manifestado en los grafitis de las calles. Dicen que eran más de 50, pero sólo unos pocos lograron quedar en la mente de las personas y convertirse en refranes populares: “Prohibido prohibir”, “la imaginación al poder”, “¡sean realistas, pidan lo imposible!”, “profesores, ¡nos están haciendo viejos!”.
Este pensamiento “contaminante” en las paredes de París, demostraba que el cambio sustancial en el actor principal de la protesta – pues el movimiento obrero era quien tradicionalmente había tenido el monopolio de las luchas por el progreso, y desde entonces tuvo que compartir su función con los movimientos estudiantiles – generó que aquel París del 68 se convirtiera más que en una huelga, en una fiesta.
Dicen que era una fiesta desbordada y sin límites, como no la había soñado nunca esa ciudad melancólica y gris. Se dice también, que durante ese mes de mayo de 1968 París fue un carnaval, uno multicolor y contagiado de transgresión e irreverencia. Todo fue un alboroto, una manifiesta contrariedad a la autoridad constituida. “Un despelote”, como lo llamó el general De Gaulle, que era en la Francia de esos días la autoridad constituida; el Presidente de la República. Fue una “contaminación masiva de cerebros juveniles” como pocas se han visto en la historia.
Aunque hay quienes ven ese suceso de otro lado, y sostienen que fue un movimiento ínfimo y sobrevalorado, lo que no se puede negar es que, si bien es cierto que llegados mediados de junio la revuelta se aplacó, aquellos “jóvenes con el cerebro retorcido” lograron que las cosas no volvieran a ser como antes.
En Francia antes de aquel año, por ejemplo, el estudiante no tenía derecho a preguntar. El profesor se ponía un traje medieval, daba su conferencia en la mitad del salón, se le llevaba un vaso de agua y los estudiantes, si tenían alguna duda, después le podrían preguntar al asistente.
Entonces, desde Mayo del 68 se logró tanto la modificación en la relación de autoridad en las aulas de clase, como que la educación superior se volviera masiva y global.
Aunque, hay que decir, que aquella movilización estudiantil no solamente logró modificar el sistema universitario, sino que también logró ser el partícipe de una serie de aperturas en otros campos diferentes, como el surgimiento en Alemania de los ecologistas y en Francia, tres años después, los movimientos feministas.
Fue un total despertar de conciencia si se quiere decir. Se conformó el planteamiento de los derechos de los estudiantes, como de los derechos laborales de la mujer. Se permitió cuestionar el delito de la violación, que todavía es el único en el que la víctima debe demostrar que no lo provocó. De hecho, el movimiento “Me too” tiene su origen en los debates del feminismo francés de esa época. Mayo del 68 dejó un movimiento vital, político, estudiantil e intelectual; no en vano era la época de Jean-Paul Sartre, de Albert Camus y de Simon de Beauvoir (tres de los mayores “retorcedores de cerebros” de la historia).
Pero, hay quienes dirán que desde la “corrompida e infectada academia”, especialmente desde las universidades públicas, es desde donde tradicionalmente han sido “ideologizados” los jóvenes por un pensamiento que suele ser contestatario, de izquierda, y el mismo que por desidia lo asocian al socialismo. Pues, si bien es cierto que en Estados Unidos y en Europa occidental de aquella época los estudiantes protestaban contra el capitalismo, el imperialismo y la sociedad de consumo, en Praga y Polonia lo hacían contra el socialismo y la presencia soviética. La Primavera de Praga, en Checoslovaquia, se produjo la invasión de las tropas soviéticas y de las del Pacto de Varsovia en donde tal atropello generó la movilización y las protestas de miles de estudiantes, los cuales, contribuyeron notoriamente al desmoronamiento del sistema soviético en aquel país y, a que aquel acontecimiento se convirtiera en preludio de la perestroika y de la caída del Muro de Berlín.
Por eso, también me causa mucha curiosidad percibir tantos prejuicios sobre “una sola clase de universidad pública” y “una sola clase de docentes”. Sin ninguna duda, desde las universidades hay una “exposición” a personas con diversas formas de pensar y vivir, pero eso lejos de “corromper el cerebro” le brinda al estudiante las herramientas para abrirse al mundo y tener otra visión de las cosas. ¿Cómo puede hablar Iván Duque de una universidad pública “ideologizada”, cuando por los claustros de la Universidad Nacional han desfilado tanto Carlos Ardila Lülle y Luis Carlos Sarmiento Angulo, como Camilo Torres Restrepo y Jaime Bateman?
Hablar de una “ideologización” en la universidad pública, es poner en el mismo lugar ideológico a Jorge Eliécer Gaitán, Eduardo Santos, Laureano Gómez, Carlos Lleras Restrepo, Pedro Nel Ospina, Virgilio Barco, Estanislao Zuleta, Luis Ángel Arango, José Galat, Jorge Enrique Robledo y a Antanas Mockus. Y no creo, tampoco, que se pueda, ni que se deba poner a Fernando Botero, Alejandro Obregón, Pedro Nel Gómez, Lisandro Duque, Ciro Guerra, Teresita Gómez, Totó la Monposina o a Jorge Velosa en un plano de “contaminadores del cerebro de la juventud”.
Esto demuestra, que al igual que Mayo 68, la universidad pública no sostiene una sola ideología, ni tampoco es carente de espacios que fomenten el sentido crítico en los estudiantes, ni es una fábrica de “idiotas útiles”. Por el contrario, han sido los estudiantes – sobre todo las estudiantes – del país quienes absorbieron los movimientos feministas de los sesenta en Norteamérica y Europa, y los mismos que fueron claves para que en nuestro país se hubiera progresado en estos últimos años en la igualdad de la mujer y en asuntos como los derechos reproductivos.
Fueron también los estudiantes, quienes examinando la historia racial de Estados Unidos, desde las luchas que libraron Martin Luther King con su accionar pacífico o Malcolm X con su puño elevado, propiciaron el reconocimiento de la existencia y de los aportes de los compatriotas afrodescendientes, y generaron que sus estudios sirvieran de cimientos para que hoy se hable del orgullo afrocolombiano. También, el movimiento ecológico, que nació en esos años y se expandió por las universidades colombianas, empezó sonando las alarmas a nivel internacional como ahora lo hace a nivel nacional, donde las consultas populares en defensa del territorio son ejemplos vibrantes de un nuevo ambientalismo social.
Uno podría entender después de esto, cuál es la necesidad que desde sectores conservadores se nos persuada sobre el “peligro latente” que existe en las universidades para nosotros los jóvenes, y quizá tenga que ver con que hoy en día se sigue dimensionando el movimiento sesentero a partir del fervor de 1968, pues el mayo de París sigue convertido en un ícono de la lucha contra el sistema autoritario, que aquellos representan.
Finalmente, considero que mis queridos arcaicos deberían simplemente dejarnos ser, y comprender que el modelo de joven que tienen en su esquema de pensamiento no se contrasta con la realidad. Los jóvenes no somos seres “indefensos” que necesitan cuidado, sino que por el contrario, logramos tener metas claras, tener criterio, y no somos “idiotas útiles”. Incluso, conseguimos ponernos metas, llevar la imaginación al poder, e incluso, en las condiciones necesarias, podemos ser realistas logrando lo imposible, consiguiendo cambiar el mundo.
Deberían percibirnos, sin necesidad de alterarse, de la manera en que nos describía el antropólogo y excandidato a rector de la Universidad Nacional, Fabián Sanabria alguna vez: “los jóvenes nos enseñan a nosotros, los un poquitico más adultos, que debemos ser jóvenes cada vez más… y hay algo, y es como que (los jóvenes) se toman un poquito menos en serio el mundo…el joven es el que hace la revolución, el que cree en la utopía, el que cree en la revolución sexual, es el de la píldora, es el que desafía el orden… El joven está con la camisa por fuera”.