En Matar a Jesús hay una mirada sin prejuicios de los pequeños actores de la violencia, una violencia que tiene tantos escenarios y razones, como personas. Con esta obra se muestra que el otro, el que parece malo, lleno de odio y rencor, es también la víctima de una situación socioeconómica irrazonablemente injusta.
El largometraje trata del encuentro entre una joven a la que le asesinan a su padre y el hombre que comete el acto. En un principio, parece que el asunto central es la intención de venganza, pero las imágenes van mostrando humanidad en el asesino y esto pone en pantalla el hecho de que en la vida no hay personajes planos: No hay un malo y un bueno. Las circunstancias y necesidades individuales llevan a que se cometan actos buenos y malos, pero cada hombre parece una amalgama de sentidos y con esta premisa narra Laura Mora.
La directora, desde su experiencia como víctima, sabe que las razones de ser de un acto violento van más allá de quienes lo materializan, y dicen más de la sociedad que del propio individuo. Hay entonces, en esta película, el intento de llevar al espectador a reflexionar sobre las perspectivas estrechas que tiene frente a quienes delinquen, pues es muy fácil obtener imágenes morbosas y simplistas de un germen agresivo,están por todas partes. En la ciudad diariamente se dan casos se hurtos, asesinatos, extorsiones, pero lo que hay que desentrañar es la realidad que se antecede a estos fenómenos.
Hay quienes, desiguales e impedidos por condiciones azarosas de vida, optan por las vías ilícitas, no hay con esto un intento de justificar el actuar violento, sino más bien una intención de dejar a un lado la visión simplista y cómoda de ese conflicto que por años ha infestado esta ciudad. Es fácil ver a los jóvenes de barrios periféricos como unos potenciales delincuentes, pero preguntarse por el modo en que han tenido que crecer y las reducidas oportunidades que se les han dado, parece asunto de otros.
Matar a Jesús es un encuentro sincero, humano y reconciliador. Un cine que prescinde de la mirada morbosa y prejuiciosa, para contar la desigualdad conflictiva de estas tierras, y se carga de crítica y comprensión. Queda que tenga la acogida correspondiente entre los espectadores de la ciudad, para que así se siga visualizando diferente a Medellín.