Han pasado nueve días desde que llegué a tierras argentinas, y aunque apenas comienza a correr la segunda semana, es imposible no extrañar el olor a tierra y el calor de hogar. Aun así, el sol de verano de Buenos Aires te abraza, y por un instante, olvidas todos tus problemas en unas eternas vacaciones.
La cultura argentina tiene ciertas particularidades que creo pueden resumirse con tres ejemplos y sucesos que me han pasado en mi poca estancia. El primero de ellos tiene origen en un boliche (discoteca) donde una chica después de interactuar un par de minutos conmigo me pide un beso por ser extranjero; no pienso hablar de la mujer ni mucho menos endiosar mi masculinidad, para nada, traigo esta historia para mostrar el pensamiento liberal del argentino, donde si quieres hacer algo simplemente lo haces. El segundo suceso tiene la particularidad de generarse en una cancha de fútbol, el principal elemento por el cual se reconoce al argentino, el hecho es que un “gordo” algo carismático, le grita a todo pulmón a su compañero de equipo – Pero corre, boludo – aun cuando este ni corría, y en otra ocasión grita nuevamente muy efusivo a un compañero – Pero mataste una paloma, pelotudo – solo por errar en un disparo… casi lo mata a gritos; con este ejemplo quiero resaltar la pasión del argentino, incluso en un juego entre amigos. El tercero y último, sucede en unos de las tantas “beer´s company” de la ciudad, unas chicas se me acercan y hablamos de una disparidad de cosas, sin embargo, dos temas específicos tocaron la fibra de las argentinas: el feminismo y la política. De nuevo no pienso realizar juiciosos de valor, solo trato de resaltar una situación en la que incluso las chicas se llegaron a gritar entre ellas para defender su posición, pero al final todo bien, todo tranquilo.
Tal vez me quedo corto al describir el fervor de la cultura argentina, pero estando en un café entre las calles Coronel Díaz y Juncal, y luego de haber leído LA ARGENTINA COMO SENTIMIENTO de Victor Massuh, he decido escribir estas líneas, para hablar de la falta del “mal colombiano”. Pero para ello, debo abordar la definición que el autor le da al “mal argentino”.
Massuh en su texto define el “mal argentino” desde muchos puntos de vista, pero el que más me llamo la atención o la definición con la que quiero quedarme es “el laicismo y no la tradición católica”. Al imponerse una educación laica, dice el autor, se desvirtuaron las raíces de una cultura católica, en consecuencia, el argentino se volvió indiferente a la fe y perdió el sentido de lo sagrado, lo cual provoca que el vacío religioso fuera remplazado por una “idolatría profana”, en otras palabras la educación laica mato a Dios e hizo que el pueblo buscara otras divinidades más mundanas. En este sentir, el “mal argentino” es la capacidad que tiene el argentino para pasar de la admiración a la idolatría, a convertir la política en una religión, “del dirigente común al carismático”. Es así, como humildemente defino al “mal argentino” como la pasión, así es, lo que apasiona a un argentino es su religión, y esto llevado a un sentir patrio, pasión por lo suyo (de allí a que muchos piensen que el argentino es egocéntrico).
Una vez definido el “mal argentino”, intentare realizar un análisis comparativo respecto al “mal colombiano”, o mejor dicho, la falta del mismo. Si bien Argentina es un país mucho más grande que Colombia, sus habitantes sin importar la provincia tienen algo en común, como he dicho antes, su pasión. En Colombia pasa todo lo contrario, es un país rico en cultura, un país rico en diversidad, pero es un país pobre en identidad, es un país falto de sentido patrio.
Al hablar de “mal colombiano”, se busca hablar de una frase que identifique a todo el territorio nacional, se busca una identidad colectiva, la representación del colombiano. Durante los últimos años se ha dicho que Colombia es el país más alegre del mundo ¿En realidad lo somos o es lo que nos quieren vender? No me malentiendan, no trato de hablar mal del país ahora que no estoy en él, solo quiero reflexionar respecto a lo que pasa en el mismo, donde el “rolo” se identifica como “rolo”, el “paisa” como “paisa”, el “costeño” como “costeño” y solo nos unimos como país cuando juega la selección y gana.
Pero bueno, intentemos definir al colombiano, así como lo hicimos con el argentino en un comienzo. Primero entendamos al colombiano como una persona conformista, quien se preocupa por comer, pagar un techo, sostener a su familia, y allí todo bien. Segundo comprender que donde haya fiesta está el colombiano, hay que admitirlo, nos gusta la rumba, bailar y beber. Tercero, lastimosamente, el colombiano desde que nace está programado para a estudiar-trabajar-hacer familia-morir, ese es el estándar. Cuarto que el colombiano promedio no se preocupa por la política, simplemente no le interesa, y allí surge el mal de sus problemas. Quinto y último, la educación colombiana, por más laica que se intente vender es netamente católica.
Soy consciente que no en todo el territorio nacional el colombiano es tal cual lo describo, solo trato de dar una pequeña descripción desde mi punto de vista e intentar transmitir un pensamiento.
Ahora, al realizar el análisis comparativo, me atrevo a decir que el punto clave de Argentina y el punto pendiente de Colombia, es romper con la imposición católica. La religión fue impuesta en nuestro país a punta de espada y no de cruz, es difundida a través del pecado y no de la paz, es practicada con miedo y no con amor. Pero el problema no radica en la religión, el problema comienza cuando la religión absorbe todo el sentir del ser humano y trasciende al punto tal de que si el otro no es creyente no se puede sentar en la misma mesa, es decir, si es diferente está mal.
Concluyo, con una sensación nostálgica, que el “mal colombiano” es no aceptar al otro como diferente, y si en un principio hablé de la falta del “mal” es porque no podemos naturalizar un acto que nos estanca como sociedad. Basta de prohibirle derechos al otro por ser diferente, basta de señalar y juzgar al vecino por pensar diferente. Debemos entender que la diferencia nos hace ricos, por eso somos un país tan apetecido, pero si seguimos en el ridículo ritual de señalar al diferente, la alegría por la cual se nos caracteriza en el exterior se verá opacada por la opresión, porque si aún no se dan cuenta, el odio al otro es la excusa política de nuestros dirigentes.