Estamos tan habituados a expresiones como “cultura mafiosa” y “sociedad del dinero fácil” que terminamos creyendo que, efectivamente, los elementos que nos caracterizan como cultura son aquellos referidos a la trampa y a la corrupción. Somos si somos corruptos, somos si somos tramposos. En efecto, nos reconocemos parte de un escenario social que presiona desde arriba, que grita a voces que solo los que tienen dinero gobiernan, y que los medios para obtenerlo son triviales. Estamos sumergidos, por ponerlo en palabras simples, en un mar de corruptos y tramposos que nos han hecho creer que la corrupción y la trampa son la pauta de nuestro comportamiento como sociedad.
Sin embargo, pese a esta “realidad”, somos sujetos de indignación moral cuando descubrimos acciones tramposas y corruptas. Nos escandalizamos y enojamos cuando sale a la luz pública la cantidad de dinero que los Nule se robaron, y nos damos golpes de pecho cuando descubrimos que DMG era una pirámide. Halamos de nuestros cabellos cuando vituperan a una persona honesta, y desesperamos cuando encontramos inconsistencias en procesos electorales.
En este punto dos preguntas parecieran ser evidentes: ¿somos una cultura bipolar? ¿Proferimos una doble moralidad? De hecho, así parece. De un lado creemos ser parte de una cultura tramposa y corrupta, y de otro nos indignamos como sociedad cuando manifestaciones de tal tipo salen a la luz. Una “cultura asolapada” dirían algunos, a lo mejor reforzando el ya tan
desesperante lugar común de “cultura mafiosa”.
No obstante a esta trágica mirada, aún es posible hacernos una tercera pregunta, a saber: ¿somos una cultura dividida? Una respuesta en positivo es mejor explicación que las hipótesis anteriores. Tal vez, el asunto en nuestra sociedad es que existe un abismo lógico, una división aparentemente insalvable, entre acción y juicio. En este sentido, las acciones no se cometen en función de las consideraciones morales que puedan tenerse sobre las mismas, sino que primero se cometen y luego –si es que acaso ocurre- se juzgan como apropiadas o inapropiadas. Y si este es el problema, hemos de admitir que no es un asunto exclusivo de nuestra sociedad: toda sociedad posthomérica habita el vacío del abismo lógico.
¿Qué se puede hacer? Una primera respuesta debe estar en la vía de la no condenación, entiéndase: no estamos condenados como sociedad. Si ya poseemos la indignación moral frente a determinados asuntos, pero al mismo tiempo logramos acometer acciones, ora tramposas, ora corruptas; no es necesariamente porque tenemos una doble moralidad, cuando sí porque nuestra pedagogía social no ha logrado que esta sociedad comprenda toda pequeña decisión tramposa, como el conjunto agregado de acciones corruptas que destruyen el sistema que, con ojos llorosos y cansados, miramos caer. El asunto es pedagógico y, por tanto, la tarea debe ir por este rumbo. A lo mejor no estamos en la capacidad de superar el abismo lógico de las sociedades modernas, pero sí estamos en la capacidad de construir puentes que permitan unir nuestra cultura dividida.
[author] [author_image timthumb=’on’]https://fbcdn-sphotos-d-a.akamaihd.net/hphotos-ak-prn1/t1/1488896_10202086754224487_208028205_n.jpg[/author_image] [author_info]Andrés Felipe Tobón Villada Politólogo de la Universidad EAFIT
y actual candidato a la Maestría en Estudios Humanísticos de la misma Universidad. Ha publicado en revistas académicas locales como Cuadernos de Ciencias Políticas del pregrado en Ciencias Políticas de la Universidad EAFIT, y en revistas indexadas internacionales como Razón Española. Asimismo, participó en la creación del cuarto tomo del Diccionario crítico de Juristas Españoles, Portugueses y Latinoamericanos (Hispánicos, Brasileños, Quebequenses y restantes francófonos) de la Universidad de Málaga. Actualmente se desempeña como docente y consultor analista en la Universidad EAFIT. Leer sus columnas.[/author_info] [/author]
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