Gran parte de los problemas que cobijan en América Latina a una comunidad, sociedad o país… recaen en el modelo de sistema que implementen; y por ende, en las políticas de desarrollo que se ejecuten en función del cumplimiento de sus garantías; pues como es bien sabido, pocos son los casos fructíferos que hoy día se representan en un modelo de desarrollo replicando modelos de países centralistas, y mal llamados “países desarrollados”; el concepto de Desarrollo, en su buen interpretar, abarca un significado multidisciplinar dónde el factor económico se articula con el factor social, político, ecológico y cultural en pro del desarrollo integral humano: donde se asume al sujeto como ente primordial en los procesos de desarrollo que debe emprender cada territorio; y no donde solo se propende a instaurar modelos de desarrollo económicos, represados en progreso y crecimiento de capital, a costa de la vida misma en su amplio espectro.
Las dinámicas desarrollistas que nos han querido imponer, son el reflejo de los muchos problemas ambientales y ecológicos que hoy por hoy enfrentamos en gran parte del mundo; el derroche de los recursos naturales con una errada concepción de ser renovables ha ocasionado las múltiples amenazas ambientales que a diario vivimos: derrumbes, desastres ecológicos, falta de agua, incendios forestales y la misma fugacidad de la vida humana… todo esto, en función del modelo capitalista imperante en el mundo, y en los mal concebidos modelos de desarrollo mundial.
Cada día aumentan las cifras de inequidad en países “tercermundistas” o “subdesarrollados” –como nos han vendido la idea de ser– , por no tener una capacidad económica coherente con las dinámicas globales de mercado de países centralistas; sin embargo, es menester asumir nuestras propias dinámicas de desarrollo enfocadas a la sostenibilidad humana, donde el sujeto mismo, de cada comunidad, asuma un papel preponderante en la generación de propuestas al desarrollo; es ahí donde las comunidades pueden emprender un modelo de desarrollo acorde a las particularidades locales; dónde el campesino pueda comercializar su producto y valerse del mismo; donde el artesano también tenga incidencia en el comercio territorial y regional; donde las actividades económicas representen una cifra representativa en la economía local, regional, y departamental… con miras en una apuesta sustancial a la economía nacional; y donde la pertenencia se vislumbre en dinámicas sanas de desarrollo en los diversos territorios que componen un país.
Es ahí; además, donde se puede implementar medidas amigables y respetables con el medio ambiente; desde enfoques sociales, políticos, económicos, humanos, ambientales y ecológicos… que permitan a las comunidades ser poseedoras y veedoras de sus recursos naturales; que consoliden culturas de cooperación en pro del cooperativismo colectivo, dónde cada individuo asuma un papel que lo haga representativo en su comunidad, en su entorno, con su gente; donde se reconozca como un actor social y político con potestad de tomar decisiones a favor de su terruño.
Es meritorio reconocer que las instituciones sociales también juegan un papel relevante en la construcción de un desarrollo apropiado a cada localidad; y por eso es menester hablar de la educación y los modelos educativos que cada país posee; de la formación individual y profesional que las academias brindan y, sobretodo, de la conciencia social de los educandos; donde los “bien” llamados profesionales asuman la responsabilidad social de ser gestores de conocimiento; actores en función del cambio social; dónde el capital humano sea una necesidad manifiesta de los actores sociales y dónde el conocimiento pueda ser apropiado en sentido de transformación social. Es aquí donde los profesionales de las Ciencias Sociales, debemos asumir con responsabilidad la función última de aportar un granito –o muchos—de arena; que caricaturescamente nos permitan derrocar al gigante, y sacarnos sus dedos de nuestras bocas: a sabiendas del mal llamado “desarrollo mundial”.