Que los electores se tornen en clientes, en razón a que las campañas están sometidas al sofisma que sostiene que el marketing no es una herramienta para llevar mejor el mensaje político, sino una caja de artimañas a disposición de las mentiras de los políticos, o mejor, una buena forma de encubrir la crudeza de esas mentiras. Es una tragedia ética que no solo hace aceptable la mentira sino esperable.
Pero los políticos no cayeron en paracaídas, no fueron implantados en Colombia por extraterrestres para gobernar gente que le es absolutamente extraña; quienes se dedican a la política en Colombia son apenas un sector de la población tan problemático como la sociedad en la que habitan.
La práctica de la política como negocio privado, se ha convertido en el arte del buen mentir, gana quien logre imponer las mentiras que dice. El ejercicio electoral no es otra cosa que el costosísimo medio para quienes privatizaron la política asegurar su negocio, en especial porque cuentan con la complicidad ciudadana que se los permite.
Los políticos de profesión han hecho tan bien su trabajo que lograron apartarnos de la política y por esa vía se la apropiaron.
Pero el cinismo llegó a su culmen más pavoroso en la campaña del plebiscito. Creo que no habíamos tenido evento electoral en la historia tan significativo como el del 2 de octubre, nunca estuvimos tan cerca de lograr un país democrático, como cuando la esperanza fue derrotada por la demagogia y el populismo.
No había querido escribir después de esa dolorosa derrota electoral para no parecer muy mal perdedor, pero las declaraciones de Juan Carlos Vélez y la subsiguiente defensa del Centro Democrático, hacen difícil no referirse al tema.
Las declaraciones del ahora ex Uribista, dan cuenta de la intencionalidad del Centro Democrático en el debate del plebiscito, ninguno de sus intereses tiene que ver con los acuerdos, era un proceso entendido en la carrera a la presidencia en 2018 y la no inclusión de Juan Carlos Velez en la foto de los presidenciales detono su espontánea sinceridad.
Es evidente que hicieron una campaña contraria a la verdad, no solo porque deliberadamente mintieron al electorado, sino porque el gran interés en la victoria del No es asegurar que el proceso de justicia espacial para la paz no ponga su acento en el esclarecimiento de la verdad y, sobre todo, en garantizar un gobierno que permita seguir mintiendo impunemente.
Esa campaña se hizo mintiendo para seguir diciendo que la democracia colombiana es la más sólida del continente; para decir que la confianza inversionista (entregada a Electricaribe por ejemplo) es la salvación de Colombia; que la seguridad se logra con bombardeos, combates y falsos positivos, que la seguridad es lo mismo que la paz, que la salud se consigue con un carné y la intervención de los banqueros; y que los campesinos no pueden tener la tierra porque la harían improductiva.
Ganó la mentira no porque se haya instalado la tesis del castrochavismo gay del siglo XXI, ganó porque se abrió el camino para que los mentirosos con mayor practica recuperen el recorrido perdido. Se puso en evidencia que los colombianos prefieren la comodidad de la mentira que la incertidumbre de la verdad.