Soy aprendiz de filosofía, amante de la filosofía y, en ocasiones, profesor de filosofía. También soy el hermano mayor de tres hijos. Por lo general, respetan mis opiniones y acuden a mi ayuda cuando se trata de cuestiones académicas. Me hacen preguntas que, casi siempre, merecen un sobreesfuerzo mental solo por el hecho de considerarlas como válidas, y considerarme como inadecuado para su resolución.
Con todo, días atrás uno de mis hermanos, en medio de la frustración aperezada de quien tiene que memorizarse cuestiones fútiles, me confesó un desdén inesperado por la filosofía. Me indicaba que no le veía el sentido a la memorización de corrientes de pensamiento, de escuelas, de autores y de conceptos. Que no tenía ningún sentido estudiar conceptos que luego serían rebatidos para construir los que hoy tenemos, a sabiendas de que estos también serán increpados y reconsiderados en el futuro. En suma, categorizó como irrelevante el estudio filosófico.
No lo juzgué. De ninguna manera. En muchas ocasiones, el estudio de las obras de filosofía y de estructura filosófica se dedica, exclusivamente, a la repetición de nombres, fechas, conceptos y corrientes. Así como memorizar una tabla de multiplicar, así a veces la enseñanza y el estudio de la filosofía.
Tal situación me llevó a pensar en un problema mayor, a lo mejor de fondo: el método de enseñar filosofía en los colegios. A lo mejor los matemáticos puros, amantes de las demostraciones, sienten lo mismo que yo cuando comparan la enseñanza de la aritmética en la que 2 más 2 es igual a 4, y la demostración de la misma fórmula. Me sucede cosa similar cuando en un colegio le enseñan a los estudiantes a distinguir entre juicios a priori y juicios a posteriori, indicando que los primeros van antes de la experiencia y los segundos después, sin antes indicarles que tal distinción se halla en el marco de una investigación preocupada por los límites del conocimiento humano.
Así, parece que hay un error en el método de enseñanza filosófica. La memorización de nombres y fechas prima por sobre la comprensión y apropiación de las problemáticas que invadieron la vida de los autores. Y no es que, necesariamente, los profesores de filosofía enseñen mal. Sabemos que existen una serie de lineamientos educativos acerca de cuáles son los conocimientos que debe adquirir un estudiante a la altura de determinada semana del año lectivo. Cuántos autores, cuántos conceptos, cuántas corrientes de pensamiento. Esta estructura enumerativa de la enseñanza no es un problema de los maestros, es un síntoma patogénico del sistema educativo que no entiende la utilidad de la filosofía para pensar nuestra situación en el mundo, como hombre y como hombres.
Por ello. Por el problema que se cierne sobre las exigencias enumerativas, enseñamos necesariamente mal. No por elección, sí por exigencia. Nos despreocupamos de que el estudiante comprenda la utilidad del sistema moral aristotélico, dado en función de la lógica del buen ciudadano, siempre y cuando se aprenda la enumeración de las siete virtudes morales de la Ética a Nicómaco. Olvidamos la utilidad de comprensión de la sociabilidad en Wittgenstein, entretanto diferencien las reglas de las que habla el autor.
Desechamos la comprensión de los autores como hombres vivientes, preocupados por su vida y por la relación que esta tiene con el mundo, y nos ocupamos enteramente de separar conceptos, arrancarlos de su hábitat, y enseñarlos como obras de arte expuestas en lujosos museos.
Estimados maestros, conozco la dificultad que se cierne sobre la enseñanza que nos compete. Soy consciente de que, en muchas ocasiones, enseñamos mal por la mera necesidad estructural de nuestro sistema. Sin embargo, procuren transmitir el porqué que los llevó a estudiar lo que conocen. Transmitan el amor por la pregunta. Transmitan la pregunta encarnada en la historia. No transmitan datos, transmitan ideas. Permitan que sus clases de filosofía se conviertan en una suerte de historiografía de las ideas y del conocimiento humano. Recuerden que lo que enseñan lo vivimos a diario, que hace parte de la cotidianidad y, sobre todo, no permitan que el «necesariamente enseñamos mal» se convierta en una excusa.
[author] [author_image timthumb=’on’]https://fbcdn-sphotos-d-a.akamaihd.net/hphotos-ak-prn1/t1/1488896_10202086754224487_208028205_n.jpg[/author_image] [author_info]Andrés Felipe Tobón Villada Politólogo de la Universidad EAFIT y actual candidato a la Maestría en Estudios Humanísticos de la misma Universidad. Ha publicado en revistas académicas locales como Cuadernos de Ciencias Políticas del pregrado en Ciencias Políticas de la Universidad EAFIT, y en revistas indexadas internacionales como Razón Española. Asimismo, participó en la creación del cuarto tomo del Diccionario crítico de Juristas Españoles, Portugueses y Latinoamericanos (Hispánicos, Brasileños, Quebequenses y restantes francófonos) de la Universidad de Málaga. Actualmente se desempeña como docente y consultor analista en la Universidad EAFIT. Leer sus columnas.[/author_info] [/author]
Comentar