Nueva York, 8 de enero de 2016. David Bowie sonrió a la cámara. Llevaba puesto un sombrero y traje negro, pero su sonrisa de oreja a oreja lo hacía brillar como las estrellas que vio el Mayor Tom (uno de sus álter egos) mientras volaba sin rumbo fijo por el espacio.
Bowie cumplía 69 años y el fotógrafo Jimmy King captó su felicidad. Por un momento el músico inglés parecía bailando en un club de la Gran Manzana, aunque si King se hubiera descuidado su amigo habría salido disparado hacia Marte, el planeta que desde hace mucho tiempo lo reclamaba.
Pero él no se fue porque tenía motivos para celebrar. Minutos después la foto apareció en su página de Facebook con el siguiente comentario: “Feliz cumpleaños, David Bowie y ‘★’. ¿Por qué este hombre está tan contento? ¿Porque es su 69º cumpleaños o porque ha sacado su 28º disco de estudio hoy y es absolutamente genial? Quién sabe, pero estamos seguros de que querrás unirte a nosotros para felicitarle por las dos cosas”.
De inmediato, miles de personas en todo el mundo le dieron “Me gusta” y no sólo celebraron las 69 vueltas que Bowie le dio al universo, sino también su nueva joya, Blackstar, un contundente regreso al ruedo musical luego de tres años de ausencia y haber publicado su vigésimo séptimo álbum, The Next Day.
Un día antes Bowie presentó el vídeo de su sencillo Lazarus; 4 minutos espeluznantes en los que aparecía recostado en una cama, con los ojos vendados y dominado por una extraña fuerza que no lo dejaba moverse. La crítica y el público festejaron este pasaje oscuro similar a Blackstar, un cortometraje de 10 minutos presentado el 19 de noviembre de 2015, protagonizado por un astronauta muerto y una mujer con cola que llevó su cráneo, cubierto de diamantes, a un pueblo espacial.
Ambos vídeos, dirigidos por Bo Johan Renck, mostraron a un Bowie convaleciente que portaba un misterioso mensaje. En nada se parecía al caballero sonriente que posó ante la lente de Jimmy King el día de su cumpleaños. Muchas personas no se percataron de que Lazarus, Blackstar y las cinco canciones restantes del álbum anunciaban que la muerte se lo llevaría pronto. Solamente él y su círculo más cercano sabían del dolor que llevaba por dentro.
Dos días después, en sus cuentas de Facebook y Twitter, apareció esta noticia que sorprendió a muchos: “David Bowie ha muerto en paz hoy [por el domingo] rodeado de su familia, después de una valiente lucha de 18 meses contra el cáncer. Mientras que muchos de ustedes compartirán esta pérdida, pedimos respeto a la privacidad de la familia durante su tiempo de dolor”.
En medio de las lágrimas nostálgicas e inesperadas despedidas, muchos ataron los cabos sueltos y concluyeron que Blackstar era su epitafio. Con este álbum se liberó de los dolores que lo aquejaban y preparó su retorno a la galaxia lejana de donde vino.
Blackstar fue grabado entre 2014 y 2015 en The Magic Shop Recording Studio, ubicado en el barrio neoyorquino de SoHo. Para este nuevo proyecto, que contó con la impecable producción de Tony Visconti, Bowie invitó a los músicos de jazz Donny McCaslin (Saxofón), Mark Guiliana (Batería), Jason Lindner (Teclados) y Tim Lefebvre (Bajo), a quienes conoció en la primavera de 2014 durante un concierto en 55 Bar, ubicado en el West Village de Nueva York.
El disco, influenciado por el To Pimp A Butterfly del rapero Kendrick Lamar, une al rock con el jazz para provocar una descarga de dureza y experimentación. De ahí que el saxofón, instrumento favorito de Bowie, sea protagonista. Su sonido invita a la contemplación y produce atmósferas electrizantes y turbias. La batería también se destaca por su contundencia y frenesí envolvente. Ambos instrumentos se complementan con la voz fúnebre de Bowie, quien da la sensación de estar corriendo en un camino destapado mientras es perseguido por la luna.
Las siete canciones del disco son introspectivas y oscuras. Blackstar es un cantico luctuoso que habla sobre ángeles caídos, ejecuciones y que, al parecer, hace una crítica al Estado Islámico. ‘Tis a Pity She Was a Whore evoca el caos de la Primera Guerra Mundial, y Lazarus es el lamento de un hombre cuya vida se consume como un cigarrillo.
Por su parte, Sue (Or in a Season of Crime)– que también aparece en el disco recopilatorio de 2014 Nothing Has Changed – recrea un perturbador asesinato, mientras que Girl Loves Me -escrita en “polari”, idioma utilizado por la comunidad gay británica – se adentra en un mundo plagado de drogas y sexo.
El desasosiego continúa con Dollar Days, balada melodramática que echa de menos el lugar de origen y reniega de los placeres pasajeros. Ese tono a plegaria se conserva en la última canción, Can’t Give Everything Away, un flashback que traslada a Bowie a las luces y sombras de su vida, para luego lamentarse de que no puede darlo todo.
Al principio Blackstar es doloroso y sombrío. Aunque si se escucha varias veces, especialmente en estos días de Pasión, Muerte y Resurrección, puede sonar liberador y sobrecogedor. Pero sobre todas las cosas es el epitafio de un artista brillante que rompió todos los esquemas y llevó a la música hacia otros confines.
Tony Visconti supo plasmar la esencia del disco con estas palabras, que publicó en Facebook un día después de que muriera su amigo: “Él siempre hizo lo que quería hacer. Y quería hacerlo a su manera y quería hacerlo de la mejor manera. Su muerte no fue diferente de su vida, una obra de arte. Él hizo Blackstar para nosotros, su regalo de despedida. Yo sabía que durante un año esta fue la forma en que lo sería. No estaba, sin embargo, preparado para ello. Él era un hombre extraordinario, lleno de amor y vida. Él siempre estará con nosotros. Por ahora, es conveniente llorar”.
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