200 años. Batalla de Ayacucho

El fin del imperio español en América estaba cerca. En la llanura de Ayacucho, Perú, el 9 de diciembre de 1824, se saldaría una de las últimas guerras de la humanidad donde aún existió cierto protocolo de cordialidad y gallardía entre los ejércitos enfrentados. Nada parecido a los bombardeos del imperio norteamericano o del actual Estado de Israel donde existe mucha tecnología y mucha cobardía.

El aguerrido Córdova le informó a Sucre, antes de iniciar la batalla que, en el campo realista, había varios jefes y oficiales con parientes y amigos en el ejército bolivariano; el futuro Mariscal de Ayacucho autorizó entonces que tales parientes se saludaran antes del enfrentamiento. 

El historiador Mario Hernández Sánchez-Barba en su biografía política de Bolívar (2004), en una nota a pie de página, nos relata una anécdota bien interesante de este saludo anterior a la contienda, que merece ser resaltada, se trata del “encuentro de los hermanos Tur. El brigadier español Antonio Tur pidió ver a su hermano el teniente coronel Vicente Tur. El primero le espetó: «cuánto siento ver tu ignominia», a lo que contestó el segundo «si me insultas, me voy». Y cuando en efecto, se iba, Antonio corrió tras él, se abrazaron largamente llorando, pero manteniendo firmemente sus convicciones”. Y así mismo otros parientes salieron de sus respectivas filas, se saludaron y se despidieron.

Se calcula que las tropas españolas, en su último intento por preservar su imperio oscurantista, contaban con siete mil hombres; y el ejército de Bolívar, bajo el mando de Sucre, con un ejército de cinco mil hombres para alcanzar la libertad definitiva. 

Después de muchos movimientos en las campañas, los dos ejércitos se encontraron paralelamente en la llanura. Es difícil encontrar una narración más fiel y más breve de la contienda, como la que nos dejó el alemán Gerhard Masur, en una de las primeras y más importantes biografías que existen sobre Bolívar (1949): 

“Las líneas de los patriotas estaban en ángulo. La división colombiana, a las órdenes de Córdoba, ocupó el ala derecha; a la izquierda se colocaron los peruanos bajo el mando de La Mar, y Sucre había trasladado su caballería al centro. Los españoles ocupaban las colinas y estaban apoyados por la artillería. Ambos hechos les eran favorables. El virrey deseaba atacar el ala izquierda de Sucre y obligarla a retroceder, para después de embestir al centro del enemigo y empujarlo hasta la retaguardia, con lo que obtendría la victoria. El ala derecha española comenzó el ataque, obligando a retroceder a los peruanos a las órdenes de La Mar. Si Sucre hubiese esperado que el enemigo numéricamente superior hubiese llevado su violento ataque hasta las planicies, habría quedado perdido. Pero había planeado por adelantado cómo impedir esa contingencia. La división de La Mar fue reforzada y Sucre envió su ala derecha y la caballería para hacer frente al ataque.

El heroísmo del joven Córdoba ganó la batalla. Desmontado, arengó a sus hombres con calmosa voz: «¡Soldados, adelante a paso de vencedores!» Vitoreando a Bolívar y sin disparar un solo tiro, los colombianos avanzaron, acompañados por dos regimientos de caballería. Los españoles trataron en vano de detener la corriente. Córdoba siguió inexorablemente hasta ponerse a tiro y después dio la orden de disparar y atacar con las bayonetas. Obligado a retroceder y rebasadas sus líneas, el virrey lanzó a la refriega sus tropas del centro, pero sin resultado. Los colombianos atacaron hasta que el enemigo se vio precisado a retroceder hasta más allá de sus propias trincheras. Entonces Córdoba casi no encontró resistencia. Capturó la artillería realista, arrojó delante de él a los aterrorizados regimientos de las reservas españolas y condujo sus tropas en triunfo hasta la colina que defendía las posiciones españolas. El virrey La Serna fue hecho prisionero”.

 La victoria de Ayacucho se da después de una década de guerra cuando Bolívar comenzó en Nueva Granada en el año 1812 con tan sólo 200 hombres para iniciar la liberación de las riberas del río Magdalena, en lo que luego se convertiría su Campaña Admirable; después de liberar a Caracas y volverla a perder; después de su exilio en Jamaica en 1815 donde le tocó comenzar de cero, mientras que España había enviado más de diez mil hombres para “pacificar” a la Nueva Granada; después de que Bolívar juntara hombres y pueblos para liberar a Venezuela, la Nueva Granada y el Ecuador, y crear con estos territorios a la República de Colombia en 1819 en las condiciones más adversas; después de todo esto, por fin, con el heroísmo de Córdoba y de Sucre, Bolívar llegó al último fortín del imperio Español: el Perú, y allí en Ayacucho, en 1824, en esta batalla final y triunfó.

Pero, después de la batalla de Ayacucho, todos esperaban que Bolívar estuviera absolutamente feliz, dado que había derrotado final y totalmente al más decadente y oprobioso imperio, que durante siglos nos había saqueado, asesinado y vejado en nombre de un dios; pero Bolívar no estaba optimista, Bolívar ya había advertido, que la lucha entre nosotros mismos sería peor y sería una lucha más complicada que la que se libró contra los invasores europeos. Un día después de la victoria de Ayacucho, Bolívar escribió: “Los españoles se acabaran bien pronto; pero nosotros cuándo”, y días después, al comprobar la perfidia de sus compatriotas: “Más miedo le tengo a Colombia que a la misma España”. 

9 de diciembre de 2024 se cumplen 200 años de la batalla de Ayacucho, la última batalla de la independencia en contra de los españoleses dable recordar el llanto de los hermanos Tur en la llanura de Ayacucho, antes de enfrentarse. Aun en Colombia no hemos logrado una paz completa, fuerzas reaccionarias impiden los cambios sociales que quiere implantar el presidente Gustavo Petro. En la Colombia actual, 200 años después de la Batalla de Ayacucho, existen grupos políticos y económicos que no quieren la independencia que nos legó Simón Bolívar, existe un derecha que añora ser servil a un imperio, no ya el español sino al de EEUU. Pero, el legado del Libertador y de los guerreros de la independencia, nos recuerda hoy, dos siglos después, que ya fuimos libres y soberanos y podemos seguir siéndolo, que nos falta la paz y esta última batalla del siglo XXI también la vamos a ganar.

Frank David Bedoya Muñoz

Frank David Bedoya Muñoz (Medellín, 1978) es historiador de la Universidad Nacional de Colombia y fundador de la Escuela Zaratustra. Fue formador político en la Empresa Socialista de Riego Río Tiznado en la República Bolivariana de Venezuela. Ha publicado “1815: Bolívar le escribe a Suramérica”, “Relatos de un intelectual malogrado” y “En lo alto de un barranco hay un caminito”, libro que reúne cinco relatos, un ensayo y dos conferencias sobre la vida y obra del Libertador Simón Bolívar. Actualmente es asesor en el Congreso de Colombia.

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