Autor: Juan Camilo Parra
Twitter: @PJuancamilo
Recientemente se ha armado un polémico debate en Medellín: el alcalde electo, Federico Gutiérrez, ha expresado públicamente que rechaza la invitación de Timoleón Jiménez, alias Timochenko, para ir a La Habana a dialogar con el grupo guerrillero de las Farc. La naciente oposición y los detractores del alcalde han creado una lluvia de críticas por estas declaraciones. Como un simple acto de transparencia quiero dejar en claro que voté por “Fico”, más no hago parte de su movimiento. Aun así, creo que Federico Gutiérrez sí es el alcalde para la paz.
Antioquia y Medellín han sido de tradición conservadora y uribista, por ello el proceso de paz no ha sido bien visto en estas tierras azotadas por el conflicto; la región, sin embargo, necesita como transición un alcalde moderado, que no sea ni destructor del proceso de paz ni le haga absoluta apología a éste. Federico Gutiérrez como ciudadano ha expresado sus diferencias con las negociaciones de paz preocupaciones que en determinado momento hemos sentido todos, incluso aquellos que hemos sido férreos defensores del proceso actual. La ciudadanía antioqueña se ha mostrado prevenida respecto a las negociaciones, sin embargo el tener un alcalde que logre encauzar esas diferencias, pero a la vez tener un plan de gobierno con un segmento llamado “paz y postconflicto: la paz se construye en los territorios” demuestra la capacidad de Fico de legitimar la institucionalidad, reconocer la inminencia del acuerdo de La Habana y ser tanto canalizador de las críticas como constructor del postconflicto.
Medellín no necesita un alcalde idealista, que le mande flores a las Farc, que hable demagógicamente sobre la paz y las bellezas de ésta, que crea que la violencia en Colombia termina el día que se firma el proceso de paz de La Habana. ¡No! Medellín necesita un alcalde -y ese podría ser Federico Gutiérrez- que sea consciente de las realidades de la ciudad y de las complejidades del proceso de paz, un alcalde capaz de ver una ciudad como escenario del postconflicto, pero también de analizar las falencias y peligros que vienen con el proceso. Gutiérrez se ha dado cuenta de que hay actores del conflicto que reincidirán en la violencia y verán a la ciudad como un escenario perfecto, que se viene la urbanización del conflicto, es decir la amplificación de la delincuencia común y organizada en la ciudad, y que de ahí la importancia de la propuesta en seguridad del alcalde electo.
Federico sabe a qué se enfrenta, tuvo experiencia como concejal durante la desmovilización de los paramilitares y es consciente de que la capital antioqueña es de los principales receptores de desmovilizados. Aquí, el Estado -en cabeza de la Alcaldía de Medellín-, tendrá que enfrentar a unas bacrim, conformadas por narcocriminales, repotenciadas por reductos guerrilleros. Esto es una realidad, que los idealistas al parecer no quieren aceptar.
La paz no es un asunto que decreten en La Habana, ¿el fin del conflicto armado? Sí, ¿pero la violencia en Colombia? No. Eso lo ha repetido hasta el cansancio Federico Gutiérrez. Por ello el discurso realista de seguridad del alcalde electo ha girado en torno a 5 ejes: seguridad y convivencia; memoria colectiva; construcción de confianza social e institucional; promoción del civismo y la legalidad; y reintegración comunitaria. Esto es lo que necesita una ciudad, un concepto de seguridad ampliada, donde por un lado se ofrecen garantías de la legalidad bajo la institucionalidad, mientras por el otro se combate a quienes deciden estar fuera de ella. En el marco del posconflicto Medellín tendrá grandes retos y las soluciones a ellos son las que Federico ofrece.
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