“… ¡que no se atrevan a patologizarnos y tratarnos como enfermos a quienes sufrimos malestares psíquicos! Puesto que es mucho más preocupante quien se considera sano en una sociedad profundamente enferma e insostenible en tantos ámbitos…”
El 10 de octubre es promovido por la Federación Mundial de la Salud Mental, con el respaldo de la Organización Mundial de la Salud, como el Día Mundial de la Salud Mental. Aunque como otras conmemoraciones, sea algo que debería hablarse y pensarse todos los días, sea este el momento para que no solo las instituciones hablen de salud mental, sino aquellos que la vivimos y padecemos cotidianamente.
En primer lugar, hay que señalar que, aunque la campaña de este año esté relacionada con las consecuencias psicológicas por la pandemia del Covid-19, la crisis de la salud mental es la pandemia antes de la pandemia, y es un tema que viene preocupando a millones de personas alrededor del mundo, expertos y no expertos.
Esta crisis de la salud mental ha sido lamentablemente instrumentalizada y presenta a su alrededor unos preocupantes aspectos que quisiera desarrollar brevemente. Por ejemplo, podría empezar señalando el papel que juega la economía en todos estos discursos psicológicos de moda. Esto no es coincidencia, y se relaciona directamente con el hecho de que nuestra economía es actualmente más mental y cognitiva que nunca: vivimos en sociedades de la información donde el principal medio de producción es el cerebro, y por lo tanto hay que cuidarlo y mantenerlo productivo.
Para esto, el mismo mercado desarrolla “soluciones”, generando toda una oferta de profesionalización y comercialización del bienestar mental, donde se ofrece todo tipo de drogas, medicamentos, psicólogos, psiquiatras, terapeutas, consejeros, etc.; a los cuales se puede acceder mediante-el pago en dinero. Esto nos arroja un aspecto importante: la salud mental es un privilegio de clase. Evidentemente, solo aquellos que puedan costearse estos “remedios” del mercado podrán soñar con el bienestar psicológico que ofrecen.
El otro aspecto por mencionar de esta crisis de la salud mental es la individualización de los malestares. Con esto me refiero a cómo se tratan de manera individual malestares que son de causas completamente sociales, y en lugar de abordar los determinantes estructurales de tales padecimientos, se recurren a discursos biológicos y neurológicos para justificar las depresiones, ansiedades y todo tipo de “trastornos” que sufren millones de personas en el mundo, facilitando así mismo la prescripción de curas individuales en el mercado como los medicamentos y las psicoterapias. No obstante, ¡que no se atrevan a patologizarnos y tratarnos como enfermos a quienes sufrimos malestares psíquicos! Puesto que es mucho más preocupante quien se considera sano en una sociedad profundamente enferma e insostenible en tantos ámbitos.
Por último, quisiera hacer un llamado para resignificar todos aquellos malestares y dolores mentales. Para esto, debemos empezar por socializar y colectivizar aquellos padecimientos y reconocer la raíz social que tienen; reconocer que no somos defectuosos ni descompuestos, sino que nuestros malestares suceden en un ámbito social, donde las curas no son individuales sino compartidas.
Para comenzar a pensar este mundo con mayor justicia psicosocial, me limitaría a hacer una única recomendación: la transformación de los malestares parte por una mayor empatía y compasión. No necesitamos una pastilla mágica o expertos que encuentren el tornillo faltante de nuestra cabeza. Hace falta es un mundo más dispuesto a escucharse entre sí, donde podamos compartir lo que sentimos sin vergüenza alguna. No hay mejor terapia que una conversación de dos seres preocupados e interesados entre sí, con el deseo de compartir desde su interior, lo que les duele y les alegra, sin temor alguno a ser juzgados o criticados.
Que nuestros malestares sean entonces aquel dolor que nos incomoda y nos moviliza hacia el sueño y construcción de una sociedad con mejores condiciones psicosociales para todos, donde no se trate como discapacitados a aquellos que sufren las consecuencias de estas sociedades, sino que reevaluemos este mundo en que vivimos, junto con sus consecuencias para nuestro bienestar anímico; y que de esta manera empecemos a pensar en un mundo más unido, más fraternal y más humano.
Comentar