Pertenecer

Memoria. Más que oídos, las paredes, tienen memoria. Lo que recuerdan, sin embargo, depende enteramente de quién esté intentando descubrir sus historias.

Los lugares, como la vida misma, nos pertenecen en la medida en la que los vamos llenando de recuerdos. Inicialmente son de otro, (el amigo, la novia, el amigo del amigo) que un día cualquiera, no sé, a las tres de la tarde, se decide a llevarnos.

Vamos tímidos, como es normal cuando se trata de primeros encuentros, y lo detallamos sin encontrarle demasiado sentido. A la final, lo nuevo no cuenta nada, parece siempre limpio y sin secretos. Sin embargo, la cosa cambia cuando empezamos a imprimirle recuerdos. De a pocos, el lugar va aprendiendo de nosotros y, sin que seamos demasiado conscientes, se vuelve también nuestro. Nos sorprendemos entonces mirando la silla donde se nos derramó el café; contando la historia que le escuchamos a otro sobre el cuadro que cuelga en la esquina; intentando dibujar la silueta del que ya no está pero que iba los miércoles a leer a Cortázar. Y así, las paredes dejan de parecernos lienzos y se nos convierten en obras de arte que cuentan historias conocidas.

El lugar deja de ser lejano y empieza a dolernos. Nos entristece la humedad del techo que se come de a pocos el papel tapiz. O que hayan dejado de vender Té Chai porque perdieron el importador en India. Empezamos a  cuidarnos de rayar la mesa mientras hacemos anotaciones o de poner el café donde no debe estar. Lo cuidamos porque nos pertenece. Porque, a pesar de que, es tan nuestro como es de todos los demás que se sientan a leer la prensa o a reírse como si se les escapara el aire, sentimos que somos sus dueños únicos, que lo tenemos para nosotros enteramente.

Y creo que es ahí donde recae el problema. Está ahí el porqué de que se escuchen tan a menudo frases como: “Medellín es horrible”, “en Medellín no hay nada” o “que pereza Medellín”. La explicación es simple; no nos duele Medellín porque la sentimos lejana, de otros. No sentimos que nos pertenece porque no nos hemos tomado el tiempo de imprimirle nuestros propios recuerdos.

Tenemos miedo de caminar sus calles, entonces las aceras no conocen nuestros pasos, ni hay línea de caminos con la huella de nuestros zapatos. No se quedan en los árboles los ecos de las risas, porque no nos sentamos en los parques. Las sillas del teatro no se acomodan a nosotros, como si nos conocieran de memoria, porque nunca las llenamos. Vivimos en una ciudad que desconocemos y nos desconoce, que no llamamos nuestra sino cuando hace algo extraordinario. En una ciudad en la que en vez de maravillarnos con lo cotidiano cerramos las ventanas y encendemos el aire acondicionado.

Nos falta contarle más secretos a las paredes, dejar que las historias nos pasen en la calle, llenar los museos con nuestros pasos, saber a qué ritmo baila la vida cuando la noche lo devora todo. Nos falta pertenecerle más a Medellín para que Medellín nos pertenezca más a nosotros.

Sara Betancur Carvajal

Soy estudiante de Comunicación Social y Periodismo. Soy lo que he escrito y he borrado. Soy una constelación de contradicciones. Soy las partes que subrayo en los libros. Soy la eterna construcción de la huella que voy a dejar en el mundo.

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