¡Que las “mariquitas” marchen como les dé la gana!

No hay cosa más detestable que alguien imponga, a toda costa, su visión del mundo y de la vida. Pero no hay cosa más ridícula que un gay le diga a otro gay cómo comportarse.

No hay cosa más detestable que alguien imponga, a toda costa, su visión del mundo y de la vida. Pero no hay cosa más ridícula que un gay le diga a otro gay cómo comportarse. Esa es la conclusión que sacamos después de leer la columna Día del Orgullo Gay: ¿una marcha por los “derechos” o un desfile de “mariquitas”?, escrita por Germán Mejía Vallejo y publicada ayer en el sitio web Con la Oreja Roja.

Aparte de cometer varios crímenes contra la buena escritura, esta columna promulga un modelo excluyente y sexista. Mejía Vallejo asegura que mientras cumplía su sagrado ritual de “consumir medios y revisar las redes sociales”, se sorprendió al ver “un derrame de arco iris que encandelillaba con su luz, irradiando muchas cosas, menos claridad sobre lo que ser realmente gay significa”.

Tanta sorpresa del autor nos provocó un ataque de risa. No pudimos evitarlo. Pero casi nos reventamos cuando él asevera que las fotos y vídeos compartidos en las redes sociales, carentes de la “ley de tercios o profundidad de campo”, “tenían de todo menos contenido y seriedad”.

“Hombres desnudos, mujeres disfrazadas de camioneras, prospectos de travestis emulando la peor escena de cabaré y un séquito casi inacabable de afeminados engrosaban la marcha donde se veían ríos de homosexuales y unos cuantos heterosexuales que solo gritaban arengas despectivas y tiraban papelitos de colores, harina, y donde destilaban vulgaridad, pero que en ninguno de los pasos dados sobre altas plataformas y zapatos multicolores se veían pisadas de orgullo e identidad”, describe el indignado autor el contenido de las susodichas fotos y nosotros, todavía riéndonos, nos lo imaginamos con un par de guantes escribiendo sus palabras para no contaminarse con tanto arcoíris.

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En medio de tanta risa nosotros nos preguntamos qué significa, realmente, ser gay; una pregunta tan difícil de resolver como la de ser colombiano o latinoamericano. La identidad que promulga Mejía Vallejo no nos convence del todo porque esta, a todas luces, es reduccionista. Aunque él mismo se acepta como gay, sus palabras son sumamente contradictorias porque en vez de reconocer la diferencia, excluye a las “mariquitas” que no encajan con su molde perfecto e incorruptible.

Su “columna”, homófoba y mal escrita, ataca la diversidad y muestra la discriminación que se vive dentro de la comunidad LGBTI. Quien lo creyera, pero los discriminados también discriminan y las palabras de Mejía Vallejo son un ejemplo de esa cruel paradoja.

Durante años hemos sentido la homofobia latente entre los mismos homosexuales. Ellos atacan a quienes no se rigen bajo las leyes sociales promulgadas por la conducta heterosexual. Ellos, con superioridad moral, dicen que los hombres deben ser masculinos y no comportarse como niñas, y que las mujeres deben ser delicadas y no tener un dejo de masculinidad. Pasar esa línea es, automáticamente, ser parte de los excluidos y cargar con un horroroso estereotipo. Pero ¿Qué de malo hay con los estereotipos?

Yo, Felipe, le pregunto a Mauricio qué tienen de malo y él, con orgullo, me responde esto:

-Soy un homosexual estereotipado, sí. Me enorgullezco de serlo, porque durante muchos años luché contra mis demonios y los de una sociedad que condena lo diferente. Sí, utilicé tacones porque me parecen bonitos,  qué le hacemos. Sí, me pinté la cara porque quería saber qué se sentía y cómo se veía. Mejor dicho, hice todo lo que un niño no debe hacer. Pero lo  hice para desarrollar mi personalidad, esa que a los gays de closet les aterra y condenan, sea porque les parece ridícula o porque perjudica su imagen de homosexuales cultos.

Al igual que Mauricio, yo me puse tacones y hasta llegué a jugar con muñecas. Eso no me hizo menos hombre, pero sí me dio la posibilidad de sentirme distinto y salirme, por un momento, de la rigidez con que fui criado. Por eso, la pseudo columna de Mejía Vallejo nos causa tanta risa y al mismo tiempo tristeza, porque en vez de argumentar se queda en la queja zalamera, clasista e hipócrita.

Protegido por la trinchera que arma con sus intrascendentes palabras, el columnista promete que cuando los “homosexuales médicos, políticos, sargentos, abogados, odontólogos, periodistas y demás profesionales que aman a alguien de su mismo sexo” marchen en completo “silencio” y “respeto”, él y tantos que se esconden en su inmaculado closet saldrán a las calles para reclamar sus derechos, sin el escándalo de las “mariquitas” que los hacen quedar tan mal.

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Ay, ombe, pues esperamos que tan silenciosa y respetuosa marcha sea muy concurrida. No iremos porque no somos cultos, ni aburridos. Preferimos la algarabía y el colorido de las mariquitas, porque ellas, desde los años 60 del siglo pasado, tuvieron el valor de luchar por los derechos que usted, Germán, tanto reclama. ¿O es que se le olvidó que quienes iniciaron las revueltas en Stonewall, Nueva York, fueron esas “mariquitas” que se cansaron de tanta represión y que usted señala con tanta sorna en su “columna”?

Queremos recordarle, Germán, que esos gays afeminados y escandalosos han puesto la cara para que se nos reconozcan  nuestros derechos. No hemos visto que los homosexuales o las lesbianas heteresexualizadas sean perseguidos, golpeados e insultados. No, ese trabajo nos toca a las maricas, a las plumas y los marimachos. Ese peso social lo cargamos nosotros, que desde los años 80 llevamos el estigma de ser amanerados, sidosos, perseguidos, asesinados o violados.

Para algunos columnistas homosexuales es cómodo escribir columnas que critiquen las lentejuelas, las plataformas, el maquillaje y demás accesorios de un desfile gay. ¿Pero acaso no es gracias a esa diversidad que la sociedad puede conocer una parte de la población estigmatizada? Es absurdo pensar que todos los gays, lesbianas, trans, bisexuales y demás tengan que responder a una dinámica socio cultural impuesta, donde lo femenino en lo masculino debe ser suprimido, donde las conductas que se vuelven clichés son vergonzosas y deben ser erradicadas.

Hemos tenido diferencias muy fuertes con el término comunidad LGBTI, debido al peso que este conlleva dentro del sistema social. Pero creemos que lo peor que puede sucedernos, como seres humanos, es homogenizarnos bajo la normativa social que avala una conducta heterosexual. Si eso pasara, nos devolveríamos 50 años atrás y las luchas por los derechos de las personas gays serían obsoletas. Somos respetuosos con los gays y lesbianas que prefieren vivir sus vidas fuera del bullicio de las marchas, pero no toleramos que ellos se impongan como paladines de las buenas costumbres sociales.

Esa posición, además de facilista, es incoherente con la lucha por los derechos civiles ¿O esa lucha solo se reduce a tener un papel que certifique que nos podemos casar y adoptar, a cambio de que debemos seguir siendo heterosexualizados?, ¿Dónde queda entonces el desarrollo de la personalidad?

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Si para gozar de unos derechos tenemos que ser “gente de bien”, pues entonces preferimos ser unas maricas que utilizan lentejuelas, tacones o maquillaje, en vez de aquellos incoherentes que piensan que el mundo debe guiarse por las mismas conductas y los mismos prejuicios que nos llevaron a las cruzadas, la inquisición o a la Primera y Segunda Guerra Mundial. El exterminio de las diferentes culturas nace por la incomprensión de que no somos iguales y que esa diferencia es la que nos hace humanos.

De ahí que el arcoíris que encandiló los ojos del columnista adquiera tanta fuerza, porque sus siete colores simbolizan la diferencia que hemos defendido en párrafos anteriores y que nos hace tan bellos y humanos. Lástima que haya personas, como Germán y otros gays “serios”, que no tengan la mínima capacidad de reconocer la claridad que da ese arcoíris.

“Soy un marica y soy orgulloso de serlo”, dice Mauricio. Yo, por mi parte, no me avergüenzo de amar a mujeres y hombres por igual. Si eso me hace menos “macho” me importa un bledo, y si me da el arrebato de salir a la calle junto a otras mariquitas pues lo haré con alegría.

Ojalá que Mejía Vallejo abra su mente estrecha, para que las palabras que escribe desde la comodidad de su casa fluyan con total libertad. Queremos decirle, para finalizar, que las “mariquitas” pueden salir a marchar como les dé la gana, con plataformas o sin ellas, con lentejuelas o terciopelo, en bikini o con el culo al aire.

Quizás la intención del autor fue “buena”, pero de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno, como reza el refrán. Porque en un país tan homófobo y violento como el nuestro, cada palabra de su pusilánime columna avala el odio de unos pocos que quieren eliminar cualquier manifestación de diversidad. Sin embargo, nosotros seguiremos gritando y bailando porque, como decía un amigo nuestro, “no somos machos, pero somos muchas”.

 

Por: Felipe Sánchez Hincapié y Mauricio Gil Arboleda

Felipe Sánchez Hincapié

Medellín, 1989. Artista plástico, periodista, melómano y fumador empedernido. Ha participado en diferentes exposiciones realizadas en Medellín como Castilla pintoso, organizada por el colectivo venezolano Oficina # 1, en marco del Encuentro Internacional Medellín 07 (MDE07). Hizo su práctica en el periódico El Mundo de Medellín y ha publicado sus textos en publicaciones como Cronopio, Revista Prometeo, Cartel Urbano y Noisey.

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  • Creo que ser homosexual
    es algo bastante normal,
    pero ser maricón no es igual
    ¿qué tal?