“La poesía me lo ha dado todo”, Federico Díaz-Granados

Si Federico Díaz-Granados (Bogotá, 1974) llevara siempre consigo una brújula, esta apuntaría a un destino “único y verdadero”: la poesía.

Hijo del poeta samario José Luis Díaz-Granados y primo del Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, Federico ha hecho de su vida un poema y cada instante que vive con intensidad es material para sus emotivos versos.

Autor de los poemarios Las voces del fuego (1995), La casa del viento (2000), Hospedaje de paso (2003) y Las prisas del instante (2015), sus poemas son una celebración del amor y de la cotidianidad, pero también una pregunta por el tiempo y la muerte.

Declarado por la Universidad de Harvard como uno de los poetas “más destacados de América Latina nacidos después de 1971”, también ha publicado las antologías de poesía colombiana Oscuro es el canto de la lluvia (1997), Inventario a contraluz (2001), Doce poetas jóvenes de Colombia (1970-1981), Antología de poesía contemporánea de México y Colombia (2011) y Resistencia en la tierra (2014).

A su sólida obra poética Federico le ha agregado un nuevo libro con el que no sólo muestra su faceta como prosista, sino que también le rinde un homenaje a los libros, las canciones, las películas y los amigos que han dejado una huella en su corazón. Se trata de El oficio de recordar. Escritos sobre poesía y otras prosas reunidas, publicado por Collage Editores y presentado la semana pasada en el Teatrino Oz del Gimnasio Moderno de Bogotá.

2Siguiendo la misma línea de su libro de ensayos La poesía como talismán, El oficio de recordar es “una compilación de textos que el azar o el destino tejieron a lo largo de los años, donde la constante ha sido entregar el testimonio de una devoción al oficio poético y de hacerles guiños y señales a los amigos poetas que me han acompañado en esta aventura maravillosa de la literatura”.

“Así, la poesía, los poetas cercanos, la infancia y Bogotá son los ejes transversales de mis afectos, temores, pasiones y, sobre todo, mis gratitudes”, agrega el poeta en el prólogo de este libro que reivindica a la poesía y a los recuerdos como esenciales al ser humano.

Al Poniente conversó con Federico sobre su infancia, sus amigos, sus lecturas fundamentales y esa necesidad vital que le da una razón de peso para estar en este mundo: la poesía.

A usted lo conocen como poeta, pero en El oficio de recordar muestra su faceta como prosista ¿Cómo fue pasar del verso a la prosa en su nuevo libro?

Ha sido un tránsito permanente, una aduana diaria que permite estar trabajando con las palabras y con el oficio de escribir. La poesía es la razón absoluta de mi vida y muchas de mis obsesiones encuentran mayor comodidad en el vestido del verso, del poema. La prosa ha acompañado esta aventura y como dice mi amigo, el poeta Santiago Espinosa, “es la manera más humilde de limpiar los pinceles, pero también de darle forma a los estragos del poema”.

Vivimos en un siglo donde recordar parece un verbo en desuso ¿Por qué volver a los recuerdos y qué tan importantes son para nosotros?

Vivimos un momento del país y del mundo donde la memoria juega un papel fundamental para la reconstrucción de la historia y la redacción de nuevos episodios de la misma. La memoria es uno de los primeros y más auténticos ámbitos poéticos donde quedan retenidas imágenes, instantes, voces, olores y donde la intuición construye una narrativa aleatoria y personal. Los recuerdos son el lugar donde lo que intento escribir encuentra un asidero intenso, luminoso y verdadero.

¿Podría decirse entonces que recordar, además de un oficio, es un acto poético?

Sin duda. Es un acto poético y de absoluta honestidad frente al oficio de escribir.

Al leer las primeras páginas de El oficio de recordar es inevitable traer a colación esta máxima de Rilke: “La verdadera patria del hombre es la infancia” ¿Cómo fue su infancia, Federico? ¿Qué lecturas, canciones y películas conformaban a esa verdadera patria?

En los primeros textos del libro aparecen mis declaraciones de afecto. Mi infancia fue un espacio de permanente maravilla y asombro donde los libros, el cine y la música fueron fundamentales para configurar un carácter y formar una sensibilidad. Recuerdo los poemas de Neruda y García Lorca en la voz de mi padre, los versos de Gregorio Castañeda Aragón en los tonos de mi madre, la presencia rotunda de una abuela habitada por una infinita imaginación.

La saga de La guerra de las galaxias con su respectiva banda sonora también fueron definitivos en el andamiaje de mis alegrías e ilusiones y por supuesto un espectro musical tan variado como amplio que iba desde los viejos vallenatos de Escalona, Leandro Díaz y Alejo Durán, hasta canciones de los Beatles y la canción social. Las rondas de Marlore Andwanter hacían parte de esa patria junto con los rags de Scott Joplin. La infancia también estuvo marcada por esa fosforescencia multicolor de Santa Marta, su calor, su brisa y su mar.

En esa patria tan mágica y feliz estaban presentes el poeta José Luis Díaz-Granados, su padre, y Gabriel García Márquez, su primo ¿Qué tan importantes fueron ellos para usted y cómo influyeron en su decisión de hacerse poeta?

Fueron definitivos. Mi padre fue la primera referencia que tuve de la literatura y los primeros amigos que vi en la casa eran escritores entrañables. Gabo podía ser el mejor escritor del mundo, pero en la casa era el primo memorioso de mi abuela y el autor de unos extraordinarios relatos y fábulas que me proporcionaron instantes de absoluta felicidad y compañía. Son dos figuras tutelares definitivas en mi vida y en mi oficio.

En El oficio de recordar aparecen poetas y novelistas como María Mercedes Carranza, Mario Rivero, Juan Gabriel Vásquez o Philip Roth ¿Qué aprendió de todos ellos y por qué quiso recordarlos (y homenajearlos) con sus palabras?

Hay varios textos de diferentes registros que van desde la crónica hasta el ensayo, pasando por la reseña y el comentario. Al recopilar el libro corroboré que muchos de los escritores sobre los que he escrito han sido amigos con quienes he compartido largas conversaciones sobre la literatura y el ejercicio de escribir. De todos y cada uno he aprendido muchas cosas pero lo que más valoro siempre ha sido la conversación, los intercambios de ideas sobre lecturas y grandes autores, los matices y diferentes miradas frente a tantos temas de la vida y la literatura. Creo que eso ha sido enriquecedor. De Mario Rivero y María Mercedes Carranza aprendí, entre tantas cosas, el valor de la generosidad y la amistad.

4En su libro usted reivindica a la poesía como aquella que “nos otorga un lugar para estar en el mundo con dignidad y belleza” ¿Qué más puede darnos la poesía para estar en este mundo que a veces es tan difícil y oscuro?

La poesía nos permite, además, darle un sentido y un significado a un idioma, a una lengua, a esa que hablamos y cuyas palabras, que cotidianamente, utilizamos para hacer mercado, pagar servicios y sobrevivir al mundo bullicioso, al ser combinadas de cierta forma permite despertar emociones y dialogar con tradiciones, con culturas, con muchos universos posibles. Los grandes temas de la poesía serán siempre los mismos pero cuando la poesía sirve como vehículo indiscutible de comunicación de las grandes emociones humanas se convierte en el gran radar de la raza que le mide el pulso a la condición humana en su paso por el mundo.

¿Qué le ha dado a usted la poesía?

La poesía me lo ha dado todo. Los momentos más felices, las grandes satisfacciones, los amigos, entender lo verdadero y perdurable del mundo. Sobre todo me ha enseñado a ponerme en el lugar del otro, a tratar de entender los recovecos del corazón humano.

¿Qué tipo de poema es su vida?

Si me tocara definir el tipo de poema que sería mi vida, sería un largo poema coloquial, lleno de anécdotas, voces, personajes que palpitan siempre en las palabras.

 

 

Felipe Sánchez Hincapié

Medellín, 1989. Artista plástico, periodista, melómano y fumador empedernido. Ha participado en diferentes exposiciones realizadas en Medellín como Castilla pintoso, organizada por el colectivo venezolano Oficina # 1, en marco del Encuentro Internacional Medellín 07 (MDE07). Hizo su práctica en el periódico El Mundo de Medellín y ha publicado sus textos en publicaciones como Cronopio, Revista Prometeo, Cartel Urbano y Noisey.