Intolerancia, disenso y argumentación

En esta contienda electoral, que por fin se resolverá el próximo domingo, el ambiente ha venido tensionándose cada vez más alrededor de tres posturas: los que piensan votar por el presidente-candidato Juan Manuel Santos (donde me incluyo), los que darán su voto a Oscar Iván Zuluaga y los defensores del voto en blanco.

En cada una de estas posiciones políticas se encuentran tanto personas razonables como irrazonables. Si no me equivoco, los ciudadanos razonables dentro de cada tendencia tienen los siguientes motivos para defender sus posturas: los que apoyamos a Santos lo hacemos porque creemos que puede conducir a buen término el proceso de paz con las FARC (y ahora con el ELN) y, en general, consideramos que su gobierno, si bien no es perfecto, tampoco ha sido la desgracia que Uribe dice que es. También pensamos que es necesario evitar que el autoritarismo que marcó al gobierno de Uribe vuelva al poder.

Los que están con Zuluaga opinan que el daño que las guerrillas han hecho al país es tal, que resulta inaceptable hacer concesiones a las mismas en el marco de una negociación de paz. Por ello, defienden la idea de que a los grupos insurgentes es necesario derrotarlos militarmente.

Los defensores del voto en blanco están hastiados de la corrupción y de los vicios de nuestro sistema político, y reflexionan que ninguno de los candidatos en contienda tiene interés alguno en buscar la forma de superar esos problemas, que son vistos por este sector del electorado como el principal mal de nuestro país. Por ello, darán su voto al ‘blanco’ como muestra de inconformidad y protesta política.

Por otro lado, en cada una de estas posiciones pueden encontrarse también personas irrazonables, que no tienen argumentos serios para sustentar sus posturas políticas. Allí están quienes piensan que la única opción correcta y aceptable en estas elecciones es la que ellos mismos defienden, y que aquel que no esté de acuerdo con ellos es un “traidor a la patria”. Con estas personas es casi imposible discutir, puesto que ante la menor muestra de disenso frente a su propia perspectiva reaccionan con virulencia, acusando a sus adversarios políticos de ser aliados del “castro-chavismo”, “para-uribismo”, o, en general, unos “apátridas”. Ante estas muestras de intolerancia, a veces es mejor ni siquiera intentar debatir.

El problema es que cada vez es más difícil el dialogo entre los ciudadanos razonables. Y esto debido a que se está confundiendo el derecho a disentir, y a intentar convencer a los demás de que cambien de opinión, con la intolerancia política. Lo anterior lo digo únicamente a partir de las impresiones que me deja lo que veo en redes sociales como Facebook y Twitter.

En efecto, allí he visto cómo muchos de mis contactos, que han manifestado que votarán por alguna de las tres opciones mencionadas, defienden su posición política, piden que la misma sea respetada y que no los intenten convencer de cambiar su postura, puesto que están cansados de que no les dejen pensar como quieren. Está muy bien que defiendan una opción política, y que pidan respeto para la misma. Lo que me parece que está mal es que interpreten el hecho de que alguien intente convencerlos de modificar su posición, mediante la argumentación y la invitación al debate, como una muestra de intolerancia política.

¡No!, ¡eso no es intolerancia! Eso, por el contrario, es el fundamento de lo que en teoría política ha sido llamado “democracia deliberativa”. Efectivamente, en el modelo deliberativo de la democracia no es problemático que cada ciudadano entre a la arena política con una serie de opiniones y argumentos para defender. Pero lo fundamental es que, además de eso, el ciudadano esté acompañado de otra convicción muy valiosa: la de estar dispuesto a ser convencido por lo que el filósofo Jürgen Habermas denomina la “coacción no coactiva del mejor argumento”. Es decir, cada individuo debe mantenerse abierto a los argumentos de los demás, estar dispuesto a escucharlos y ponderarlos cuidadosamente, y, al final del debate, debe decidir si se mantiene en su posición inicial, o, si los argumentos ajenos le convencieron, adopta una postura diferente.

Lo anterior no tiene nada de malo. En estas elecciones muchos ciudadanos razonables piden que se respete su posición política, así como ellos respetan las de los demás, e interpretan cualquier intento de convencerles de algo distinto como una muestra de irrespeto e intolerancia. Con razón, arguyen que la intolerancia política le hace daño a la democracia. Pero equivocadamente señalan que intentar convencer mediante argumentos a otras personas de que cambien de opinión política es una manifestación de intolerancia, olvidando que, por el contrario, ese es el fundamento de una democracia verdaderamente deliberativa.

@AlejandroCorts1

[author] [author_image timthumb=’on’]https://fbcdn-sphotos-f-a.akamaihd.net/hphotos-ak-ash3/t1.0-9/10157367_1429775133947014_2734248217865849022_n.jpg[/author_image] [author_info] Alejandro Cortés Arbeláez Estudiante de Ciencias Políticas y Derecho de la Universidad EAFIT. Ha publicado en revistas como Cuadernos de Ciencias Políticas del pregrado en Ciencias Políticas de la Universidad EAFIT, y Revista Debates de la Universidad de Antioquia. Ha sido voluntario de Antioquia Visible, capítulo regional del proyecto Congreso Visible. Actualmente se desempeña como practicante en el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia (IEPRI). Leer sus columnas. [/author_info] [/author]

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