“Yo vivo de cada guitarrazo que doy”

Integrantes actuales de Titán: Hugo Restrepo (guitarras), Gonzalo Vásquez (batería), Jaime Ochoa (teclados), Jorge Atehortúa (bajo) y Pedro Pablo Arias (voz).

¿Usted cree que yo iba a sacrificar el trabajo de una banda por una mujer? Eso ni se me pasó por la cabeza”

Así se expresa Hugo Restrepo, uno de los dos guitarristas fundadores de Kraken, la primera banda de rock fuerte del país.

Hugo entra al salón de ensayos donde se va a realizar la entrevista viéndose como un papá cincuentón: barrigón, calvo y bajito. En su saludo resuena la presencia de sus dos hijos, Daniel y Simón, porque es un abrazo caluroso y enérgico, con el típico olor a trabajar más horas de las legales. En su mano carga una guitarra Gibson negra que le regalaron sus mejores amigos. Le resulta natural tener un instrumento entre las manos; lo maneja con soltura, son un mismo ser. Se sienta, e incluso antes de saludar, exclama: “Esperate, que se me va a ir”. Y se pone de pie. La guitarra sobre el plexo solar es el principio de una metamorfosis; ya se ve como una estrella de rock. Como invocado del pasado, pareciera ver su pelo ondulándose de nuevo con el viento en un escenario, mientras toca Vestido de Cristal al lado de Elkin Ramírez.

¿Cuál es el recuerdo más importante de su infancia?

«Cuando descubrí a Kiss: Yo tenía como 12 años y a uno de mis hermanos mayores le habían prestado el Alive Tour, que en aquella época era en acetato y se abría como un libro. Y yo, en la oficina de mi papá, que quedaba en la casa, vi arriba en la biblioteca que se asomaba un disco con una gente con la cara pintada. Yo no sabía que ese era Kiss. Entonces me subí al escritorio hasta que lo logré coger y lo abrí. Me impactó mucho el escenario con todo lo que Kiss sabemos que tiene, que es casi un circo musical. Siempre recuerdo mucho esa escena en la que me quedé gran rato mirando. Eso traía como una revista y muchas fotos de estas personas que se pintaban la cara. Luego, puse en el tornamesa la primera canción que se llama Detroit Rock City y ahí ya quedé yo vacunado de por vida. Yo nunca había escuchado rock. Yo hasta ese momento oía lo que oía mi hermana y la empleada del servicio: Nino Bravo, Camilo Sesto, Ricardo Montaner… Tenía yo 11 o 12 años y dije: “Esto sí es la tapa, yo quiero un trabajo así”».

¿Cuál fue su primer instrumento musical?

«Una guitarra, que era la de mi papá. Yo luego la desbaraté: le quité el brazo para hacer mi propia guitarra eléctrica; después fui a donde un carpintero y le dije: “Córteme esta tabla de esta forma” y le mostré la guitarra de uno de los de Kiss y le llevé una plantilla dibujada de lo que yo quería. Él la cortó y después le pegué el mástil de la guitarra de mi papá. Obviamente le hice algunas modificaciones a eso y tuve mi primera guitarra eléctrica hecha por mí, porque aquí no la vendían. No había YouTube ni Google ni nada parecido para buscar: “¿Cómo se hace una guitarra?”».

A pesar de que Hugo hace ya dos matrimonios y dos hijos que no toca con Kraken, el Teatro Pablo Tobón Uribe les abrió las puertas a los miembros que todavía viven para conmemorar el primer aniversario de muerte de Elkin, en 2017. Ahí sintieron ganas de volver a tocar, porque recordaron lo que era un ensayo, un escenario y el amor de amigos. El proyecto actual se llama Titán, en honor a Elkin. El nombre original de la banda todavía lo conserva la de Bogotá, que acompañó al vocalista durante los últimos 15 años de su vida.

¿Cómo fue hacer música en un contexto violento como el de la ciudad de Medellín, en los años 80?

«Yo estaba completamente abstraído de eso. Yo no me daba cuenta de esa realidad… ya en aquel entonces tenía 17 o 18 años (cuando tenía pelo y lo tenía larguito). A mí no me importaba sino tocar guitarra, pero nunca me influenció para componer. O sea, ese contexto mafioso y de sicariato yo ni lo percibía. Yo andaba metido en mi mundo de la música y no fue algo que haya marcado en mi vida. Lo vino a marcar cuando era un adulto, ya con el tema de Pablo Escobar, mucho más adelante, cuando yo tenía casi 30 años».

¿Cómo fue la acogida de Kraken 1?

«A ver… Como era el primer grupo de rock fuerte que había en Colombia, obviamente era algo que se esperaba, pero nadie pensaba que alguien lo fuera a hacer en serio. Y sí hubo un grupo, que fuimos nosotros, que logramos hacer esa propuesta inspirados en todos esos grupos que escuchábamos en el colegio. Entonces tuvo una acogida muy buena. Se vendía muy bien porque era muy novedoso, se volvió viral en aquella época. Pero el viral de esos tiempos era muy bonito porque era por teléfono».

¿Cuál es el sentido de Kraken en una ciudad con esta complejidad social?

«Kraken, para la ciudad y para muchas generaciones, que ya casi son 3, significa una puesta en escena y un mensaje de carácter social y humano, porque las letras de Elkin iban muy enfocadas a lo que el ser humano adolece en cualquier tipo de sociedad, con o sin tecnología. Son cosas que nunca van a variar en el haber humano. Entonces significa un mensaje.

Para las generaciones más contemporáneas, se convirtió en un ícono. Kraken es el top line, el modelo a seguir, de las bandas. “Si ellos llegaron allá, nosotros también”».

¿Quién fue Elkin Ramírez para usted?

«Elkin tenía una característica que era un lector incansable, en cambio yo no. Cuando éramos adolescentes, él ya parecía un adulto: hablaba y se expresaba como un adulto maduro. Mientras que yo era corretiando muchachitas y tocando guitarra… más bien necio, poco sincronizado, poco aterrizado. Yo ni cuenta me daba de lo que estaba pasando en Medellín, en cambio Elkin sí. Porque Elkin salía a la calle, Elkin hablaba con la gente, hablaba con los indigentes, hablaba con el rico, con el pobre, con el que empacaba, con el que limpiaba… entonces él se untaba de la ciudad. En cambio, yo no; yo sí era más gomelito, más inmaduro y con el paso de los 12 o 13 años que estuve con él, yo maduré gracias a eso».

¿Cuál fue el concierto de ustedes que recuerda con más satisfacción?

«El de Venezuela. Fue mi primera salida del país donde tocamos ante 20 mil personas en Caracas. Cuando llegamos al aeropuerto había gente con pancartas que decían: “Por fin Kraken en Venezuela”. Eso para mí fue mucha satisfacción: saber que nuestra música había pasado fronteras. Eso fue en el año 91. Nos hospedaron en un hotel muy bueno que era el Hilton, en unos aparta-suites con todas las comodidades que un artista pudiera esperar: vehículo propio para la banda, una persona para cada músico que se encargaba de los caprichitos de cada uno de nosotros… Yo lo recuerdo con mucha satisfacción»

¿Y cuál con cariño?

«Uno que se hizo en el Coliseo Mayor de Pereira, donde Elkin viajó solo primero para él hacer el escenario, que había que hacer con tablas y todo. Los demás llegamos dos días después y él estaba arrodillado martillando y pegándole a las tablas. Teníamos concierto ese mismo día por la noche y uno le decía que él no debería estar haciendo eso y me respondió: “Negrito, ¿entonces quién más lo hace?”. Él estaba ahí solo con un amigo y ya no había opción de ayudarle. Cantó cansado, con un dedo machucado, pero cantó como siempre, super bien. Entonces lo recuerdo con mucho cariño porque él ahí me enseñó el valor del compromiso».

¿Alguna vez pelearon? ¿Por qué?

«No, afortunadamente no. A pesar de que yo recuerdo un episodio… yo tenía una novia y esa noviecita fue a un ensayo. En la casa donde ensayábamos había piscina. Terminamos de ensayar y nos metimos. En cualquier momento yo vi a Marcela abrazada con Elkin por allá en una esquina y yo “¿What? ¿Aquí que está pasando?” Pero yo no me enojé con Elkin, a mí me dio rabia fue con Marcela, ¡tan sinvergüenza! El baterista me dijo: “Socio, fresco, venga metámonos a la sauna y vámonos”. ¿Usted cree que yo iba a sacrificar el trabajo de una banda por una mujer? Eso ni se me pasó por la cabeza».

La Academia de Música Solo Rock existe desde hace 28 años, desde que la banda empezó a disolverse. Hugo empezó con este proyecto a los 25 y, ahora, sabe que es un referente en la ciudad. No pretende “enseñar a tocar como los dioses”, solo a formar seres humanos íntegros: con autoestima, disciplina y autonomía. En este momento, los músicos de la ciudad tienen que entender, en palabras de este guitarrista, que la música no es un hobbie: que se necesita desarrollar una industria como la de Miami o la de Argentina. Por eso, Hugo cree que Kraken sobrepasó todas las expectativas, porque desde su nacimiento tenía un equipo legal y administrativo completo.

¿Usted que música escucha?

«Yo soy puro The Old School, la vieja escuela. Y esa es la que funciona siempre, contundente. Yo sigo oyendo Judas Priest, Van Halen, Scorpions, Iron MaidenKiss lo oigo es por cariño, ahora que soy un músico maduro sé que son un grupo más bien flojito (risas), como para muchachitos chiquitos. Todavía me gozo las canciones, pero son extremadamente básicas. Ellos tienen su empresa muy bien montada: son señores de 65 años que todavía se pintan la cara y sacan la lengua, y hacen su show porque esto es una industria, es una empresa».

¿Cuál es su canción preferida en el mundo?

«Tengo varias… Qué pregunta tan difícil… Son muchas… Es como preguntar cuál es la mujer más bonita del mundo. Una es Is this love de Whitesnake, otra es You got another thing coming de Judas Priest y la tercera sería The Rock and Roll Rebel de Ozzy Osbourne. Tal vez puedo sacar hasta un top 50».

¿Cuál es la canción más bonita musicalmente hablando?

«Usted no debería preguntar eso… Seven Seas de TNT. Es una canción que cuando yo la oigo, ay, es muy visceral. Es lenta, pero fuerte. Otra sería Highway Star de Deep Purple».

El guitarrista, el Front Man, que nació en el país equivocado dado su amor desmedido por el rock (y su disgusto inmenso por los ritmos patrios), es un hombre que no para de transmitir energía. Habla duro, gesticula mucho. Siempre se refiere a Elkin, a los demás miembros de la banda, a su familia, a sus hijos, a sus profesores de la Academia e incluso a mí, con todo el amor que le cabe adentro. No paró de moverse en toda la entrevista. Incluso quiso enseñarme a tocar una estrofa en bajo y me acompañó hasta el carro, luego de una conversación de más de dos horas.