En una entrevista reciente, la senadora del partido Centro Democrático Paloma Valencia, expresó que tenía ya un proyecto de ley para acabar con lo que ella y su partido hace tiempo le atribuyen a FECODE: el adoctrinamiento. Ella quiso destacar tres aspectos en la entrevista sobre su proyecto. El primero de ellos es la creación de unos bonos para que los padres de familia lleven a sus hijos a instituciones privadas de calidad (dejo la ambigüedad abierta por respeto a la senadora) donde, según ella, no hay adoctrinamiento alguno. El segundo, el proyecto está orientada a evitar los sesgos políticos en la enseñanza de los maestros mediante la exigencia de que estos presenten las diferentes posturas frente a cada uno de los temas de clase. El tercero, y en estrecha relación con lo anterior, ella sostiene que este proyecto de ley lo único que busca es garantizar la pluralidad de las posturas presentadas por los maestros. Para explicar esto último señaló que el informe de la Comisión de la Verdad debería ser presentado en contraste con las otras versiones sobre el conflicto en Colombia. El ejemplo puesto por la senadora nos muestra con claridad cuál es la real intención del proyecto de ley.
Ahora bien, este proyecto no sólo intenta deslegitimar la tarea realizada por la Comisión de la Verdad, presentando a la misma como un agente ideologizado e ideologizador, sino que también pretende que se eleve a rango de ley la descalificación de la agremiación sindical de maestros por considerar que ésta también tiene un sesgo ideológico mediante el cual se adoctrina a los niños y jóvenes del país. La ecuación no puede ser más simplista: si un maestro está afiliado a FECODE es un peligroso agente ideologizante de la izquierda internacional. Desconociendo, por otro lado, que en tanto organización sindical en ella hay múltiples fuerzas que incluso antes estuvieron vinculadas a corrientes políticas que participaron en gobiernos uribistas. Pero el problema es otro: le atribuyen a FECODE y a los maestros el voto joven mayoritario que llevó a la presidencia al Pacto Histórico. La idea de fondo es que si los jóvenes votan la izquierda es por estar ideologizados, influenciados por sus maestros y son incapaces de pensar por sí mismos. Esta postura establece una relación de causalidad no verificable y me recuerda la célebre discusión sobre el voto femenino en Colombia. Es decir, cuando liberales y conservadores se oponían a éste porque temían que la mujer votara influenciada por el marido masón, decía el clero católico y el partido conservador, o por los curas, según los liberales. Lo que unía a ambas posturas era que la mujer no podía elegir libremente. Ahora como ayer, ni los jóvenes ni las mujeres, al votar, lo hacen sin obedecer a otros, no pueden pensar por sí mismos.
En todo caso, no creo que nadie razonable espere ahora que una senadora o un senador exponga con rigor académico aquello que promueve mediante sus proyectos de ley. Eso sería ideal. Pero, encuentro lamentable que en los largos años en que el Centro Democrático ha convertido en su enemigo político a FECODE, acusándolo de ser un factor de adoctrinamiento vinculado a todo tipo de organizaciones transnacionales de la izquierda, jamás han indicado qué entienden por adoctrinamiento. De las expresiones de los políticos del Centro Democrático a lo largo de todos estos años, puedo inferir que llaman adoctrinamiento a la injerencia de los maestros en el pensamiento de los estudiantes mediante la presentación de doctrinas marxistas y la imposición de ideas políticas de izquierda. Allí hay un error de juicio muy discutible, están convencidos que la relación maestro/alumno está signada por la recepción acrítica de los niños y jóvenes de las ideas de sus maestros y padres. Apoyados en la imposibilidad de que los niños y jóvenes piensen por sí mismo establecen así una relación automática entre las opciones políticas de los maestros y las opciones políticas de los estudiantes. Y ese automatismo no es más que una falacia. Contra esa idea nos previene el célebre dicho norteamericano en el cual se recuerda que hijo de demócrata vota republicano. Se olvida, además, que los niños y jóvenes tienen posturas propias y en oposición a sus maestros, incluso si son de la tan temida izquierda.
Los políticos del Centro Democrático intentan hacernos creer, por otra parte, que nunca en la historia de Colombia en las escuelas y universidades circuló algún pensamiento distinto al hegemónico, es decir, al establecido en los manuales de enseñanza, al currículum prescrito por el Estado. Quieren hacernos creer que jamás ideas de izquierda circularon en las instituciones educativas del país. Quieren presentar esto como si fuera una novedad y un proyecto político de FECODE. Pretenden hacernos creer que en todas las décadas de existencia de esta organización del magisterio sólo ahora las ideas políticas de los maestros inciden peligrosamente en los supuestos incautos cerebros de los niños y jóvenes. Perdonen que recurra a mi autobiografía, toda ella de escaso interés, pero deseo argumentar sobre la absurdidad del automatismo con el que pretenden explicar el supuesto adoctrinamiento de los maestros afiliados a FECODE.
Un buen número de los maestros y las maestras que tuve en bachillerato eran de izquierda, incluso alguno llegó a sugerir que la existencia misma de la guerrilla evitaba que los poderosos del país nos condujeran a formas aún más oprobiosas de vida. Recuerdo que la interpretación de los textos literarios estaba profundamente signada por análisis pretendidamente marxistas, por ejemplo, La cándida Eréndira y su abuela desalmada de Gabriel García Márquez era presentada como la alegoría de la explotación de América latina por parte del imperio. Recuerdo que en el colegio leí La rebelión de las ratas, Las venas abiertas de América Latina, Los bienes terrenales del hombre, El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre y otros tantos textos. Quizás alguno de mis compañeros de colegio se haya vinculado a algún grupo armado de los tantos que existían, pero la verdad es que el mayor número de ellos terminaron en las filas del sicariato de Pablo Escobar. Sigo sin entender cómo, a pesar de tener profesores de izquierda, muchos de mis compañeros terminaron asesinando y siendo asesinados en las calles de Medellín en medio de la guerra contra el narcotráfico. Tampoco puedo saber cuántos de ellos terminaron engrosando las listas de los grupos paramilitares, pero sí puedo decir que muchos de ellos terminaron votando por el uribismo. Tener maestros y maestras de izquierda no garantizó que pudiéramos reconocer en el proyecto uribista un riesgo para la democracia con su populismo de derecha.
Finalmente, quiero indicar que el abuso del concepto de adoctrinamiento se debe a la incapacidad nuestra de teorizar adecuadamente en pedagogía. Después de cuarenta años donde nos han impuesto que ésta es el saber del maestro sobre la enseñanza, nos concentramos en esas prácticas de enseñanza y no pudimos ver que el gran problema de la pedagogía moderna es, en realidad, la posibilidad de distinguir entre educar y adoctrinar. Es en la modernidad donde se postula que el ser humano por definición es libre y, curiosamente, se nos propone que la autonomía de éste sólo es posible tras un largo paso por instituciones heterónomas, es decir, la libertad que supuestamente define al ser humano no era otra cosa que una tarea, una tarea sólo posible a través del paso por la familia y la escuela. Somos libres en la medida en que nos formamos para vivir en sociedad y reconocer los límites de esa libertad en la convivencia con otros seres libres. Somos educados cuando la libertad – la autodeterminación, la autonomía- es el fin de esa educación. Somos adoctrinados cuando se suprime esa libertad y se exige la adhesión acrítica e irreflexiva a una doctrina cualquiera. En la diferencia entre adoctrinamiento y educación se juega la aspiración a la democracia, por supuesto, pero no se trata de conocer distintas versiones de un problema o tema escolar, no, se trata de estar dotados de la capacidad de reconocer si somos libres y si podemos o no criticar desde cualquier punto una doctrina que se pretende sea verdadera sin más, se trata ser capaces de juzgar racional y abiertamente cualquier juicio sometido al debate público o a la enseñanza en las aulas. Trivializar el debate sobre el adoctrinamiento con fines electorales puede contribuir a desdibujar la aspiración legítima a una democracia que siempre estará en construcción.
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