Con esta columna completo una trilogía en las que me he referido a los resultados electorales. Ya solo queda esta semana para tomar una decisión respecto a la elección del próximo presidente que gobernará hasta el 6 de agosto de 2026.
Considero que la peor decisión es votar en blanco porque en la segunda vuelta resulta inútil, en razón a que alguno de los dos, Petro o Rodolfo, debe quedar elegido, pero respeto esa decisión como una expresión de inconformidad que también es válida.
A pesar de que el voto es un deber y un derecho de todos, en igualdad de condiciones, nadie más que otro, el ambiente de pugnacidad de la campaña nos ha llevado a que el voto no solo sea secreto el día de la elección, sino que sea íntimo, confidencial, reservado, oculto para garantizar la integridad física, teniendo en cuenta que hemos vivido los últimos dos años dentro de un clima de violencia verbal y física en las calles de algunas ciudades del país. En esta campaña hemos llegado a que el odio se confunda con el aire…
En esta ocasión votaré por un cambio pacífico, y aunque no soy militante de izquierda tengo amistades muy queridas y a las que aprecio mucho en esa corriente ideológica, pero después de analizarlo con serenidad, haciendo el mayor esfuerzo de objetividad, y corriendo con todos los riesgos, he tomado la decisión de no votar contra nadie el próximo domingo, sino de votar por el cambio que representa el ingeniero Rodolfo Hernández, al mismo tiempo que invito de manera respetuosa a los más de 17 mil personas que acompañaron mi aspiración al senado para que también acompañen esta decisión.
Para empezar, el origen político del ingeniero no está en ningún partido tradicional, y en ese sentido no llegará comprometido con nadie para rodearse libremente de gente experta para solucionar los problemas; y ha sido un empresario exitoso que se ha preocupado por construir en todo el sentido de la palabra.
Sobre todo, me convencen su actitud decidida contra la corrupción porque “donde nadie roba la plata alcanza” y en este sentido espero que le ponga el ojo al departamento de La Guajira; su convicción de austeridad para reducir los gastos innecesarios que solo garantizan privilegios; y la eliminación de la burocracia inútil.
Los dos somos de origen santandereano, porque toda mi familia por línea paterna es santandereana, y los dos hemos sido víctimas de la violencia a partir de las tragedias que hemos vivido en nuestras familias, y por consecuencia de la injusticia de la justicia.
Del programa de gobierno del ingeniero Rodolfo Hernández “de Colombia para Colombia” también me llaman la atención sus planteamientos respecto a la justicia, para llevar a cabo una reforma que acabe con los privilegios de magistrados de las altas cortes, se imponga el precedente judicial, se establezcan recompensas, definir con carácter perentorio los tiempos de actuación procesal para que los operadores judiciales fallen oportunamente acabando la congestión de los despachos y morosidad en los procesos, que llevan a las frecuentes decisiones en favor de delincuentes por vencimiento de términos y casa por cárcel.
A la rama judicial hay que dotarla de tecnología para las audiencias virtuales, ampliar y cualificar la planta de personal, además de mejorar la infraestructura física donde funcionan los despachos; pero todo en dirección de acabar con la corrupción judicial. Y reformar la Fiscalía, tanto en lo relacionado con la elección del fiscal general como la prevalencia de los méritos en la provisión de cargos en esa entidad.
Otro aspecto que me emociona de la campaña de Rodolfo Hernández es la fórmula vicepresidencial, Marelen Castillo, porque compartimos la misma pasión por la docencia e investigación universitarias, y asumo que el sector de educación tendrá la importancia merecida en el gobierno, a partir de que llega una persona que lo conoce y tiene suficiente formación para llevar a cabo una eficiente gestión.
Pero lo que más me tranquiliza de Rodolfo Hernández es que volveremos a elegir presidente dentro de cuatro años, sin olvidar que “así como se llega al poder también se gobierna”. Y como dijo el filósofo de La Junta: Se las dejo ahí...
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