Hoy 5 de diciembre, se publicaron los resultados de las Pruebas Pisa, que evalúan los conocimientos en matemáticas, lectura y ciencia de los estudiantes de 15 años de 81 países. Siendo estas las primeras pruebas posteriores a la pandemia, era de esperarse que, los resultados no iban a ser satisfactorios. Colombia no fue la excepción. Si bien, hay avances en términos de la educación secundaria universal, sigue habiendo rezagos en lectura y matemáticas, ocupando el puesto 58 en la lista de resultados.
Sin embargo, en medio de los diferentes análisis que se han realizado sobre el comportamiento en las pruebas, donde se ha puesto de manifiesto que se deben seguir cerrando las brechas en la educación preescolar, básica y media, así como seguir fortaleciendo la educación superior, destacándose temas recurrentes y estructurales como inclusión tecnológica, adecuación en infraestructura, apoyo para la formación en posgrados y salarios y vinculación de los profesores, priorización de la salud mental de los estudiantes, bilingüismo como estrategia de competitividad y avances y retos en la alimentación escolar, considero pertinente reflexionar, sobre otro tema esencial, y es si los profesores que nos encontramos vinculados en colegios y universidades, no solo tenemos la formación, sino la vocación para desempeñar ese rol tan complejo.
Los profesores no solo debemos tener conocimientos en las temáticas o áreas en las que impartimos clases, sino tener la vocación para trasmitir ese conocimiento. De nada sirve tener profesores con maestrías y doctorados, sino cuando llegamos a las aulas no tenemos empatía ni capacidad de trasmisión y apropiación de nuestros conocimientos.
Recuerdo que, hace unos días, se estrenó la película Radical del director Christopher Zalla y protagonizada por Eugenio Derbez, basada en hechos reales sobre la vida de un maestro en una ciudad fronteriza mexicana llena de abandono, corrupción y violencia, que prueba un método radicalmente nuevo para desbloquear la curiosidad, el potencial e incluso el genio de sus alumnos. Asimismo, se estrenó el mes pasado la película El Maestro que Prometió el Mar, dirigida por Patricia Font y protagonizada por Enric Auquer, esta describe la vida de un joven profesor que mediante un innovador método pedagógico inspiró a sus alumnos y les hizo una promesa, logrando cambiar la perspectiva desde la que habían visto la vida hasta ese momento.
No obstante, se podrían enunciar muchas otras películas basadas en hechos reales donde los profesores se destacan no solamente por su inteligencia o formación académica, sino por su motivación e inspiración hacía sus estudiantes. Es decir, por su vocación para estar en las aulas e intentar cambiar vidas desde ellas; estas películas vislumbran ese profesor o profesora que su preocupación primordial no son los resultados de unas pruebas estandarizadas, ni la imposición del conocimiento para calificar a sus estudiantes cuantitativamente, sino por intentar motivar e inspirar a sus estudiantes y enseñarles a soñar desde las aulas de clase, entendiendo que las aulas son la vida misma y que es más importante enseñar a los estudiantes que cada uno puede cambiar su vida y la de sus familias desde la educación.
Tal vez, para muchos, estas películas pueden ser idílicas o, para otros, solo muestran lo que debería ser la educación y que muchos profesores han practicado. Reconozco que, a mis 30 años, después de haber estudiado desde el preescolar hasta el doctorado, podría recordar solamente tres profesores que, a mí parecer, tenían vocación para serlo. Más preocupante aún, es que hoy en día, en mi rol como profesor universitario, he encontrado muchos colegas, que reconocen que solo están ahí por el salario o el estatus social y simbólico de ser profesor, más aún, en los contextos universitarios que los salarios también dependen de la producción científica y los rankings institucionales.
Por lo tanto, me preguntó “y la vocación, ¿para cuándo?”. Es decir, las entidades gubernamentales deberían preocuparse no solo por la formación, sino también por la vocación, pensar que entre más doctores tengamos, mejor será la educación, es algo que debemos reflexionar, porque, probablemente, alguien con licenciatura o pregrado o, solamente, con maestría, podría tener la vocación que a muchos les falta. Eso sí, sin desconocer que la formación académica podría ayudar a consolidar aquellas habilidades y competencias pedagógicas e investigativas que como profesores podemos desarrollar para ayudar a encontrar soluciones a las problemáticas socioambientales que se viven.
He escuchado muchas veces a estudiantes manifestar en voz alta “tal profesor sabe mucho, pero no sabe trasmitir”, “tal profesor no tiene pedagogía”, “tal profesor debería dedicarse a otra actividad”, “tal profesor no sabe enseñar”, etcétera. Es importante manifestar que, en este escrito, no estoy hablando de las responsabilidades de los estudiantes, solo quiero reflexionar sobre nuestro rol como profesores, porque he tenido excelentes investigadores como profesores o algunos que no sé por qué estaban ahí, pero, sinceramente, nunca me motivaron e inspiraron, de hecho, muchos causaron lo contrario, es decir, me desmotivaron, porque su arrogancia y egoísmo era lo único que compartían con nosotros los estudiantes.
En definitiva, hoy en día, trato de replicar algunas de las cosas de esos profesores que me enseñaron algo para la vida e intento no reproducir aquellos comportamientos y formas de enseñar, de aquellos que me desmotivaron de estar sentado en ese pupitre. Es importante —de quererlo hacer—cuestionarnos sobre nuestro rol como profesores, conversar con nuestros estudiantes, investigar sobre metodologías disruptivas, arriesgarnos a utilizar estrategias de innovación educativa, aprender a escuchar y volver a la cotidianidad (probablemente, haya muchas respuestas ahí).
Comentar