Una historia que comienza cuando la otra se borra.
En San Andrés estamos acostumbrados a los cambios abruptos. A que lo que hoy se dice mañana se olvida. A que el que llega al poder nunca termina. Y a que la historia siempre queda incompleta, como esos edificios detenidos a medio levantar, como las promesas que se vuelven polvo con el viento del archipiélago.
Pero hay momentos donde el presente se detiene. Donde la política se sale del guion. Y uno de esos momentos es este.
Porque cuando una elección es anulada, no es solo el candidato quien se va.
Se borra el acto jurídico completo. Como si nunca hubiera existido. Como si el papel que firmamos colectivamente en las urnas se deshiciera en el aire.
Y con él, se va el programa de gobierno, las propuestas registradas, las metas trazadas… Todo.
No queda proyecto. No queda plan. Queda el territorio. Queda el pueblo. Y queda la posibilidad y la urgencia de comenzar distinto.
Eso es lo que está pasando hoy en San Andrés y providencia.
La anulación de la elección de Nicolás Gallardo no es un trámite más. Es un reinicio institucional.
Lo que viene no es un reemplazo. No es un interino. No es alguien que hereda un gobierno en marcha.
Es alguien que debe nacer políticamente desde cero.
Con su propio plan de gobierno. Con su propio enfoque. Con sus propias decisiones. Y con la responsabilidad de gobernar hasta el último día del periodo constitucional.
Y lo más importante: con la carga de responder a un pueblo cansado.
Cansado de gobernadores que no terminan.
Cansado de campañas financiadas con excesos inexplicables.
Cansado de que las decisiones se tomen desde afuera, mientras aquí seguimos viendo las mismas aguas negras rebosar los patios, las mismas montañas de basura crecer en las esquinas, y los mismos discursos en tarimas que suenan igual aunque cambien los colores de las camisetas.
Cansado de ver que los funcionarios públicos, muchos de ellos sin trayectoria profesional sólida, terminan convertidos en millonarios antes de terminar su periodo.
Cansado de ver cómo los niños caminan descalzos, sin merienda, sin becas, sin becarios, mientras unos pocos se reparten los contratos, las OPS, los cupos, los recursos y los favores.
Cansado de que nadie rinda cuentas, porque todos están conectados por el mismo hilo de poder.
Y entonces toca preguntarse:
¿Quiénes tienen ese hilo?
¿Quiénes han manejado el poder real del archipiélago por más de una década?
¿Quiénes no aparecen en la foto oficial, pero se reparten el presupuesto?
¿Quiénes son esos rostros detrás del escritorio, que deciden qué empresa gana la licitación y qué joven se queda sin empleo?
¿Quiénes son los mismos de siempre, con apellidos que ya no representan cultura, sino negocios?
¿Quiénes han sostenido este atraso disfrazado de gobernabilidad?
La política en San Andrés y Providencia no es solo ineficaz: es mafiosa.
Y no nos va a rescatar nadie.
Ningún gobierno central. Ningún partido. Ningún salvador importado.
Aquí, o se rompe la cadena de encubrimientos, de contratos amañados y de pactos de silencio…
o todo seguirá igual.
El próximo gobernador porque lo habrá tiene que llegar con el valor de confrontar eso.
No con frases huecas. No con campañas financiadas por los mismos.
Sino con autonomía, con estrategia, con verdad.
Y con la conciencia de que, si no se corta ese hilo, el pueblo seguirá siendo la marioneta del mismo espectáculo.
San Andrés y providencia no necesita otra promesa.
Necesita limpieza. Necesita ruptura.
Y necesita que esta elección atípica en lo legal sea radical en lo ético.
Porque esta vez no se trata de continuidad.
Se trata de dignidad.
Y el único que puede recuperarla… es el pueblo que la perdió confiando en los de siempre.
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