“El panorama político colombiano está cada vez más polarizado como consecuencia de la controvertida retórica empleada por Gustavo Francisco Petro Urrego. El elegido como el candidato más viable para superar los retos de su predecesor en la Casa de Nariño será recordado por sus desaciertos ideológicos, que han dinamizado el discurso público en torno a la agenda progresista socialista que pretende imponer Colombia.”
La negativa del Congreso a aprobar la ley de financiamiento, los obstáculos que se tienden al trámite de las reformas del cambio en el legislativo y los fuertes cuestionamientos al nombramiento de Daniel Mendoza como embajador en Tailandia han motivado una respuesta enérgica de su presidente, que indica falta de flexibilidad y diplomacia para abordar estos temas. La narrativa de su mandatario, que incluye referencias a los parlamentarios como «malditos», a Alejandro Char como «indigno» y a su propia condición de ofendido porque las fuerzas políticas le solicitaron no asistir a la investidura de Nicolás Maduro en Venezuela, demuestra una falta de comprensión de los principios democráticos. Los progresistas, como lo propone la izquierda, consideran que no hay espacio para el pensamiento alternativo ni para que la oposición luche por evitar que Colombia siga el mismo camino de Argentina, que ya ha experimentado dificultades, o para evitar una situación similar a la que viven actualmente Venezuela y Nicaragua.
El panorama político colombiano vive actualmente un importante choque ideológico, en el que la izquierda intenta imponer sus puntos de vista. Una revisión de los discursos, declaraciones y mensajes en las redes sociales de su presidente revela un panorama político caracterizado por dinámicas y posiciones contradictorias por parte de Gustavo Francisco Petro Urrego. La discrepancia entre el compromiso de cambio y el sentir popular indica que su mandatario está priorizando la popularidad como medio para adelantar estrategias oportunistas, descalificaciones, ataques personales y acusaciones, mientras descuida los aspectos cruciales de un programa de gobierno, propuestas lógicas y realistas para superar el caos actual. Los esfuerzos del Pacto Histórico por Colombia para desafiar el statu quo se tambalean ante la persistente corrupción y la falta de transparencia en los cambios propuestos.
Desde las filas de la izquierda colombiana se articulan posturas radicales, discordantes y desafiantes que poco a poco van perdiendo credibilidad en el ámbito político y social. Los pasos en falso de quienes lideran el cambio reflejan las acciones de quienes se adaptan a las circunstancias imperantes. Los escándalos de corrupción protagonizados por el gobierno del cambio y las formas tradicionales de clientelismo y componendas ponen de manifiesto la falta de memoria de Gustavo Francisco Petro Urrego sobre su propia historia de desafío al statu quo en temas como la limpieza política, la transparencia en la gestión de gobierno y la correcta administración de los recursos públicos. Su presidente parece haber pasado por alto la sólida defensa que realizó frente a estos temas durante su permanencia en el legislativo colombiano. Lo que ahora se materializa en el ejercicio del poder es un enfoque incorrecto que no responsabiliza a los individuos y, en cambio, atribuye la culpa a todo el equipo por hechos que socavan la propuesta política de la izquierda en Colombia.
El costo de gobernanza es significativo y, en ocasiones, la falta de gratitud resulta sorprendente. Un mandato presidencial es un reto no solo por las decisiones que hay que tomar en un momento determinado, sino también por la soledad que acompaña al poder en los momentos difíciles. Los colombianos tienen tendencia a carecer de memoria histórica, lo que se traduce en una proclividad a repetir los errores del pasado. La inmediatez de los problemas no permite un análisis retrospectivo para identificar las causas subyacentes. En los últimos días se han escrito numerosos textos, se han realizado varios minutos de análisis y debates en radio y televisión, y se han multiplicado los mensajes en las redes sociales para analizar la actuación de Gustavo Francisco Petro Urrego. El país vive un momento de intensa polarización, centrada en identificar los importantes fracasos y los limitados aciertos del ejecutivo de turno.
A pesar de las pretensiones de independencia de la izquierda, el partido cuenta con el apoyo de las maquinarias de los partidos tradicionales en la legislatura. El uso de ataques filosóficos y procedimentales, en los que se pasan por alto hechos y personas para perfeccionar una estrategia que conduzca al cambio esperado, lleva a la normalización de actos carentes de transparencia y que dejan cuestiones por explicar por ambas partes. Componendas del ejercicio democrático. La unidad y el consenso, de la palabra y de la acción, representan una ruptura con el enfoque tradicional de la política y la gobernanza. La descalificación, a veces infundada, de los oponentes desvía la atención del debate político y ayuda a ocultar declaraciones públicas desacertadas de su presidente. Ha habido casos en los que su mandatario ha intentado desvincularse de la situación atribuyéndosela a otra persona. Hay una falta de límites éticos en la búsqueda del descrédito de los oponentes políticos o de quienes tienen opiniones opuestas sobre cómo debe desarrollarse el país.
Gustavo Francisco Petro Urrego y su gobierno son objeto de numerosas acusaciones, para él infundadas e inexactas. Estos señalamientos, desde la elocuencia de su presidente, se revierten y propenden por el desprestigio del prójimo, al tiempo que lo presentan a él como una víctima. La narrativa de su mandatario se caracteriza cada vez más por percepciones infundadas de persecución. Estas se amplifican a través de la triangulación del atril en actos públicos, medios de comunicación y redes sociales, y se utilizan para hacer frente a la dañada credibilidad de un discurso incendiario que está estallando en manos de la propia izquierda. El uso de un lenguaje inapropiado y la impresión de falta de competencia en comunicación y compromiso constructivo por parte de su dignatario, devenla al país un actor político con múltiples intereses ocultos. La nación es más que el discurso político de unos y otros, las acusaciones de actos impropios, las disputas, los actos de corrupción, entre otros. Estos son temas ideales para diatribas que se posicionan en el imaginario colectivo como la confrontación ideal de ideas y corrientes políticas a nivel local y nacional.
Es hora de que su presidente adopte un tono más mesurado y realice esfuerzos concertados para desarrollar propuestas que, a pesar de sus diferencias, permitan a Colombia desarrollar todo su potencial económico. Resulta difícil comprender cómo quien ocupa el cargo de su mandatario puede desconocer el impacto de las circunstancias actuales sobre las políticas diseñadas para el bien colectivo. Los análisis y reacciones de la clase política parecen encaminarse hacia un enfoque sincrético, en el que los hechos se reducen a un denominador común para homogeneizar los contenidos ligados al conflicto social en el que está inmersa Colombia. Un debate en torno a la construcción de la realidad, en el imaginario colectivo, a través de un marco selectivo de valores y normas interconectados con prejuicios ideológicos.
Es imperativo que se abandone la práctica de pronunciar discursos oportunistas, celebrar marchas y organizar manifestaciones en las redes sociales que son meramente momentáneas y producto de una tendencia. Es hora de reconsiderar el papel de cada uno como actor social. La responsabilidad de lograr cambios en Colombia es de todos. No se puede seguir dejando que todo lo influencie una clase política que polariza al país en función de sus intereses, con una retórica de división y animadversión. En lugar de centrarse en los defectos de un solo individuo o en desacreditar a otros, se debe abordar las causas subyacentes del deterioro social. Si se reconoce los retos a los que se enfrenta Colombia, se podrá desarrollar una solución integral y demostrar al mundo que es posible reconstruir una sociedad que haya reducido la delincuencia y superado sus prejuicios históricos.
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