Cada que se acerca diciembre es inevitable sentir cosquillas en el cuello y un vacío en el estómago cuando escuchamos en la radio los jingles de navidad. Allí nos acordamos de las novenas en familia, de los arbolitos forrados de algodón, de las luces del pesebre, de la cena en la casa de la abuela y hasta de las medias que no faltan en el regalo del veinticuatro. Nos acordamos de todo lo nuestro y no escatimamos esfuerzos para que ningún detalle ni moñito esté mal entonado en el adorno de nuestra casa.
Sin embargo compartir la televisión en vacaciones no es algo tan alentador, sobre todo si la encendemos en las franjas de horarios de noticias, que nos muestran año tras año los desastres que la naturaleza está cobrando por estos días, las pugnas políticas por el salario mínimo y este año engalanado con la brillante actuación de los candidatos presidenciales y parlamentarios. Súmele que estamos en proceso de paz, que los grupos armados ilegales están cabreados por lo que pasa en la habana, que las universidades públicas se preparan para asumir la reforma a la educación, que la salud se encuentra en estado de coma por la reforma… súmele que estamos en uno de los países latinoamericanos más desiguales social y económicamente hablando.
Todo esto solo debe cuestionarnos como ciudadanos por una cosa: ¿los regalos y adornos de mi casa se limitan a los metros cuadrados que ella ocupa y a las personas que comparten ese techo habitualmente? Bueno, fin de año es también la oportunidad de preguntar por los moñitos que hay que ponerle al arbolito de navidad que se corona con la bandera de Colombia. Esos granitos de arena que ya casi son 46 millones ¿dónde están? ¿Será que se quedaron sumergidos en las aguas que la Corte Internacional le “devolvió” a Nicaragua?
La construcción de un país justo y en paz ya le quedó demasiado grande al gobierno, por lo que la propuesta de aquel personaje que hablaba de la revolución de las cosas pequeñas no es tan descabellada otras de sus opiniones. Mientras lo conseguimos, esa si es mi consigna, al menos debemos construir un país solidario. Aprendamos al menos algo de lo que todas las compañías y empresas hacen en este país, de calmar su conciencia con regalar unos cuantos juguetes… sí, aprendamos de eso, a que calmemos la conciencia de que durante el 2013 fuimos malos vecinos, que levantamos chismes del uno y del otro, que “le pusimos un poquito de picante” a las noticias que deberían ser imparciales, que nos quedamos con el celular que nos encontramos, que nos comimos un semáforo en rojo y los otros tantos pecadillos que a diario se nos pasan por alto. Sí, calmemos la conciencia de no ser los mejores ciudadanos, al menso los que describe la constitución dándole un regalo a nuestra casa: a la Colombia que nos da la vida y que en medio de su lado oscuro pone a nuestras manos todas las herramientas para ser mejores, solo aquí pasan muchas cosas como el silencio de las víctimas, la represión de los poderosos, el lobby de los políticos, la impunidad de los militares, los secuestros políticos, la venda en los ojos de los medios, la cinta en la boca de los periodistas… bueno, no exagero, no solo pasa aquí, pero ya que lo tenemos preguntémonos: qué le regalaré a Colombia desde mi humildad y mi nada para que construyamos un país solidario mientras alcanzamos uno justo.
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