“Se sienten otros aires, el virus sigue circulando, pero hoy los niños nos enseñan una disciplina envidiable sobre el cómo utilizar un tapaboca, el acto de lavarse las manos y de cuidarnos de un enemigo invisible que nos puede arrebatar la vida.”
El arcoíris sale esplendoroso como ningún otro día, las calles se revisten de vitalidad y pequeños polimorfos alegran la mañana al dejar ver los multicolores de uniformes cargados de esperanza, por fin la escuela abrió sus puertas, no era justo seguir siendo los marginados del paseo en los tiempos del COVID 19, los niños, jóvenes y muchas familias pedían a gritos volver a experimentar el amor por el conocimiento y la permanencia institucional de la educación. A pesar de muchas vicisitudes los templos del saber salieron triunfantes y hoy siguen manteniendo en alto la bandera de la sapiencia con un fin último, la misma supervivencia humana. Nos esperan grandes retos para entender el holismo educativo, la conexión al ciberespacio que ha posibilitado grandes cambios en la forma de transmitir el conocimiento y la comprensión necesaria de las familias sobre la tarea fundamental de trabajar de manera corresponsal con los establecimientos educativos, la sociedad y el estado.
Volver a la escuela es revivir la esperanza de un futuro mejor, es sentir que los niños están en lugares y entornos protectores, alejados de las maléficas manos de los abusadores, las indolentes balas perdidas, la desnutrición infantil, la precariedad de la conectividad, el velo de la indiferencia a causa del teletrabajo. Se sienten otros aires, el virus sigue circulando, pero hoy los niños nos enseñan una disciplina envidiable sobre el cómo utilizar un tapaboca, el acto de lavarse las manos y de cuidarnos de un enemigo invisible que nos puede arrebatar la vida. La sociedad necesita hoy estos niños mirando hacia el horizonte del saber, jugando con las letras, los números y viviendo las ciencias sociales, porque ellos, sin ser ajenos a nuestra realidad, serán los ciudadanos del mañana.
Ayer me encontré con un niño, que mirando una pintura curiosa ubicada en su preescolar, la cual describía un espantapájaros despelucado que junto con sus amigos, una gaviota y un cuervo quería aprender a volar; al infante le brillaban sus ojos y entre las enunciaciones de un niño de tres años repetía, “toy feliz de volvel a mi pleescolal y jugar con mis amigos”. El corazón se hincha a ver la tanta dicha y al saber que este y muchos niños más no enseñaran que debemos seguir abriendo las escuelas.
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