En 1924 inauguraron en Medellín el teatro Junín, escenario al que la alta alcurnia de la ciudad asistía a eventos que se embolataban en cultura, aunque dicho espacio también se usara para reuniones políticas. Un bulevar que todavía no sabía que lo iba a ser, se convertía en la zona del comercio del centro, acogiendo en sus locales boutiques que con los años desaparecerían o madurarían.
Los vestidos de colores, los de duelo, los sombreros y los trajes en aquella época salían con sus cuerpos a empoderarse del centro, mientras que hoy están salvaguardados en vitrinas con avisos de alquiler o el pago a crédito. En eso se convirtió Junín, en el cementerio del comercio de la Villa antigua.
Esta infraestructura en la que Medellín tuvo la oportunidad de acercarse al cine, fue construido por un arquitecto belga, por lo que se puede deducir, cargando un poco de confianza eurocentrista, que este edificio no era feo. No hay que olvidar que a su lado estaba ubicado el que era el mejor hotel de la ciudad, lo que hacía que personas importantes tuviesen que pasar por el centro, fenómeno que hoy se trasladó hacia el sur, hacia ese Medellín que “no da pena mostrar”.
El teatro Junín tenía una ocupación para cuatro mil personas y en la actualidad no hay un escenario de igual objeto que ofrezca el mismo aforo, por ejemplo el teatro Metropolitano, la reencarnación del primero, tiene la capacidad para mil seiscientas treinta y cuatro personas, mientras que el teatro Lido después de su restauración quedó disponible para mil cien espectadores.
Solo en espacios al aire libre, el Parque San Antonio “logra” alcanzar al Junín, teniendo lugar para tres mil ochocientos, ¿qué utilidad se le da a este último parque fuera de la fiesta de la música? ¿Se podrá mejorar su uso y con este su programación? ¿A la fundación EPM no le interesará adoptar este escenario que se oculta bajo el excremento de palomas y humanos?
Para darle paso al emblema de ‘pujanza antioqueña’, el Junín junto con el hotel Europa se demolieron para levantar el edificio Coltejer, el cual, cuarenta y cuatro años después, sigue sin tener un sucesor, salvo su cuasi torre gemela edificio del Banco Popular. ¿Qué funcionaría hoy en las instalaciones del teatro si no hubiese sido derribado? ¿Tendría el mismo fin del Palacio de la Cultura, el cual también fue diseñado por el mismo arquitecto que hizo el teatro y el hotel mencionados?
¿Y si el Coltejer quedara en otro lado? Cientos de interrogantes surgen al saber la historia de aquel bulevar que pudo ser más que una avenida llena de tiendas, cafeterías, almacenes y comercio informal. Para cambiar (más) su apariencia, la Alcaldía de Medellín en el 2003 mandó quitar y a su vez prohibir el uso de avisos publicitarios externos “porque atentan contra los transeúntes y vehículos que circulan por la ciudad”, yéndose entonces la iluminación y los letreros que convertían a Junín en la más parecida copia del desenlace de Honey, I Blew Up the Kid.
Ya que Federico Gutiérrez mencionó que su despacho se iba a encargar directamente del centro, habrá que esperar qué impacto le da a este bulevar y a espacios aledaños, o más bien, esperar que revolucione el concepto, porque si sigue así, hasta la carrera 70 y “la 68” se van a “perratiar”.
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