El surgimiento de una pasión.
1989. Un país en llamas por cuenta del narcotráfico y un equipo de fútbol que se coronaba por primera vez campeón de la Copa Libertadores de América. Un año después, ese mismo equipo sería la base de la Selección Colombia que volvía a un mundial de fútbol después de Chile 62.
En la retina de millones de colombianos sigue vivo el recuerdo del agónico empate 1-1 frente a la poderosa Alemania, selección que se llevaría la copa del mundo en Italia 90 tras vencer a la Argentina en la final. Desde entonces el interés personal por este deporte ha crecido y la simpatía por algunos equipos se ha convertido en pasión.
Como otros, quise también dedicarme al fútbol. Mis primeros guayos maracaná duraron hasta que se rompieron en una final. Quedamos subcampeones después de irnos a penales.
Nuestro jugador estrella haría lo mismo que Baggio, unos años después, en la final de USA 94 que perdieron ante Brasil. Ese mundial pasó a la historia por cuenta de un combinado patrio que decepcionó y el asesinato de Andrés Escobar.
A medida que iba creciendo el fútbol dejaba de ser una prioridad. Tenía que estudiar para conseguir un trabajo, aunque en mi caso, tuve que trabajar para poder estudiar. Disfruté de algunas finales de mis equipos favoritos, incluida la Copa América de 2001 donde Colombia se coronó campeón.
Muchos años después volví al terreno de juego. El balón siempre estuvo en la casa, pero la pasión por este deporte había desaparecido. Un 8 de octubre pisé de nuevo una cancha, esta vez en el Estadio Tulio Ospina de Bello en un encuentro con los Mamertxs y Rodillonxs en lo que sería la segunda jornada de una idea en desarrollo que tomó forma allí frente a la posibilidad de jugar un mundial entre amigxs.
Fue así como terminé jugando de carrilero por derecha. Luego me pasé a la izquierda, mi perfil natural. Al final, el marcador pasó a un segundo plano a causa del dolor que ya se apoderaba de nuestras rodillas.
El fútbol es alegría popular, no propiedad de la FIFA.
Es claro que el fútbol es todo un fenómeno social y cultural, casi que, como el cine, un lenguaje universal presente en nuestras vidas. Sin embargo, también se ha convertido en una industria donde los jugadores son mercancía que cuesta millones de dólares. La FIFA toma decisiones globales que repercuten en cada continente, en cada confederación. Otras industrias hacen su agosto a través del fútbol; la televisión, marcas deportivas, agencias de viajes, aerolíneas, hoteles, restaurantes y casas de apuestas. Pero aquellas dos piedras para formar el arco en las calles polvorientas del barrio y el balón sucio y desgastado siguen siendo la manera de conectar a vecinos y amigos en una jornada dominical.
La esencia de este bello deporte radica en lo simple de su juego y en esa forma automática que tiene para unir –o separar– a la gente. Pero es más por eso de la unión que recientemente volvimos a jugar.
Nosotros también podemos decir ahora que nos jugamos nuestro propio mundial de fútbol, el mundial de los pueblos. Un mundial realizado el pasado mes de diciembre donde jugamos todas y todos. Un mundial en plural, diverso e incluyente que tuvo como trofeo principal el disfrute de un sancocho comunitario.
Este mundial se jugó en 7 países de América Latina. Equipos de Chile, Argentina, Ecuador, México, Honduras, Cuba y Colombia se reunieron en distintas ciudades. En nuestro país, Bogotá, Manizales, Ibagué, Popayán, Florencia, Medellín y Bello realizaron torneos durante todo ese mes y en paralelo al mundial que se jugaba en Qatar.
El mundial de los pueblos fue un manifiesto por la hermandad, el respeto, la solidaridad, la alegría y unión alrededor del fútbol popular. En otras palabras, una bella manera de protestar.
El deporte rey por una noble causa.
Los Mamertxs y Rodillonxs del Norte del Valle de Aburrá volvieron a encontrarse el pasado domingo 29 de enero en la placa polideportiva del barrio Santa Ana en Bello. La jornada tenía un propósito social y era la recolección de útiles escolares para entregar a niñas y niños del municipio que más lo necesitan.
Juancho Muñoz, organizador y líder de múltiples procesos sociales y culturales en Antioquia, dio su apreciación:
“La última jornada fue exitosa, además, ese mismo domingo hubo asamblea del Comité Ambiental del Norte del Valle de Aburrá, es decir, el Norte del Valle de Aburrá se activó en materia social, comunitaria y ambiental.
Propiamente, la actividad convocada por Mamertxs y Rodillonxs, por Caminantes de la Utopía y por los gestores de paz de la Primera línea del Valle de Aburrá fue muy importante, porque logró articular el tejido comunitario de la comuna 3 de Bello.
Llegaron algunos vecinos del barrio, se vincularon diferentes organizaciones, líderes sociales y políticos del municipio, entendiendo el papel que tiene el fútbol. Pero más allá del fútbol, la lúdica, la recreación; como convertir el juego en una herramienta de integración, para pensarse lo social.
Se hicieron algunos trapos alusivos a la potencia que tiene el fútbol para transformar los imaginarios sociales para esa apuesta que nosotros tenemos por conquistar el sentido común, para que el sentido común no sea construido desde las matrices mediáticas que construyen los poderes económicos, sino desde las realidades de los territorios y el fútbol como movilizador de pasiones nos permite eso.
Cuando recuperamos el sentido común tenemos la capacidad de movilizarnos colectivamente, en este caso nos movilizamos a partir de la solidaridad, con un tema de necesidades concretas que son los útiles escolares para los niños, pero creemos que el fútbol puede ir más allá.
El fútbol, además de ser unidad y solidaridad, también es resistencia y nos puede ayudar a potenciar lucha, no solo por recolectar algunos recursos, sino por cosas más estructurales.
Ya se ha visto en el estallido social, en el paro nacional, el papel de las barras de fútbol para apoyar las luchas reivindicativas y organizativas del pueblo colombiano, creemos que por ahí es, seguimos en eso, pensándonos un fútbol popular, un fútbol que pueda ser eco de esas necesidades y luchas de los pueblos”.
En palabras de Juan Guillermo López, otro de los organizadores, el balance fue muy positivo por tres razones. La primera, por la posibilidad del encuentro. Se encontraron las familias, se encontraron los amigos, se encontraron los vecinos.
La segunda, porque se expresó la solidaridad de todas las personas que asistieron, compartiendo útiles escolares para muchos niños y niñas que lo necesitan. La donación fue muy bonita, muy significativa.
Y la tercera razón fue la posibilidad del disfrute alrededor del cotejo popular. Jugaron los niños, las niñas, los y las jóvenes, los adultos y los adultos mayores. Más que un encuentro competitivo, lo que se pretendía también era generar un espacio de recreación.
Este movimiento que surgió hace un tiempo en Europa a causa de un descontento social relacionado con el manejo que se le estaban dando a ciertos clubes, se trasladó a Latinoamérica donde sirve como herramienta en la consolidación de estrategias alrededor de la sana convivencia en los territorios. Al mismo tiempo, es un espacio para dialogar sobre estas práctica globales y modernas que hacen del fútbol comercial un espacio corrupto y violento, que pone en riesgo precisamente esa hermandad entre los pueblos.
La cancha del barrio Santa Ana, en cierto estado de abandono, volvió a congregar a la comunidad alrededor del deporte. Fue la sede oficial de un encuentro popular lleno de alegría, respeto y hermandad en torno a la pelota. Por supuesto, se esperan nuevos encuentros convocados a través de los distintos procesos sociales, líderes y lideresas del municipio y de municipios vecinos del Norte del Valle de Aburrá.
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