LOS DIÁLOGOS DEL ULTRAJE
Detrás de esos diálogos sombrean la cobardía, la estupidez y la traición.
Antonio Sánchez García @sangarccs
No son los diálogos ni los dialogantes los que han faltado en esta turbia historia de las relaciones entre demócratas y golpistas. Conviene rehacer esa historia para memoria de los jóvenes y para que se compruebe la insólita reiteración de los mismos vicios, las mismas taras y los mismos errores por parte de los aparentemente débiles eslabones de la cadena, sin los cuales Venezuela no se hubiera sumido en la tragedia en la que ha venido a encallarse. Pues en todos esos diálogos, sin excepción ninguna, se salieron con las suyas los asaltantes, ellos, y terminaron con las tablas por la cabeza los asaltados, nosotros. Pues más que de diálogos, se trató siempre y sin excepciones de conciliábulos, amagos, celadas y traiciones de una de las partes en conflicto sobre la otra, representando ambas dos sistemas enfrentados – dictadura o democracia. Diálogos que han terminado siempre con la democracia aherrojada a los pies de la barbarie.
Comenzaron los diálogos aquella aciaga madrugada del 4 de febrero de 1992 con esa comedia bufa de los cuatro coroneles, dos centenas de muertos, miles de millones en destrozos y una república ultrajada para siempre. Fue el ominoso acuerdo que abrió la serie de los diálogos del ultraje: el de los generales Fernando Ochoa Antich y Guillermo Santeliz Ruiz para negociar la entrega del esperpéntico personaje que sin haber disparado un solo tiro se apropió del dislate y se montó sobre las ruinas dejadas al paso por el golpismo cuartelero. Culpables ambos generales de travestir una rendición militar como Dios manda, desde que existen los ejércitos, los traidores y las rendiciones, con todos los símbolos de la humillación, el castigo y la deshonra, en un grato y ameno diálogo entre amigos. Fue el primer diálogo de esta funambulesca historia que culminara en el “por ahora” y un regado almuerzo de camaradería entre los principales coprotagonistas de la zarzuela en el casino de oficiales.
El feliz encuentro entre el ministro de defensa y el viejo compañero de promoción y conspirador en la sombra lo describe Ochoa Antich, para que no quede sombra de duda acerca de la histórica seriedad con la que procedía, en los siguientes términos: “Vi a Santeliz y sabía que tenía amistad con Chávez. Le pregunté – a Chávez – si aceptaría que Santeliz fuese a negociar con él y accedió. Fue en dos oportunidades y yo volví a hablar con Chávez, hasta que se rindió”. El ministro de defensa le consulta al vencido que jamás combatió “si aceptaba” dialogar con su camarada de conspiración, el general Santeliz Ruiz. La carcajada de Chávez ante tamaño dislate del ministro de defensa habrá resonado en los infiernos. Sin comentarios.
Ese “diálogo” sirvió de molde a todos los diálogos habidos desde entonces. Una versallesca caballerosidad, rayana en el servil sometimiento, por parte de los demócratas – siempre civiles – dialogando arrodillados ante la hamponil y matonesca arbitrariedad de la barbarie uniformada. Aún no se escriben los diálogos del 11 de abril habidos entre el renunciado y aprisionado Chávez con el Estado Mayor de sus ejércitos, el papel jugado por el trisoleado general Lucas Enrique Rincón Romero, luego premiado con la máxima jefatura de las FAN y, una vez pasado a retiro, la embajada en Lisboa, que le sirviera de alcahueta en el montaje de la zarzuela, jurando que sí había aceptado la renuncia pero diciendo que jamás la había aceptado. Por no mencionar las decisiones cocinadas en Miraflores durante el interregno de Pedro el Breve y el magnífico entremés sostenido entre el general Raúl Isaías Baduel y el comandante en jefe de nuestros ejércitos, el general Efraín Vásquez Velasco, según algunos chismosos mientras se afeitaba en la barbería del ministerio. Detrás de esos diálogos sombrean la cobardía, la estupidez y la traición.
Mantengo indeleble en el recuerdo otros dos diálogos inolvidables: los sostenidos por la oposición y el gobierno bajo el alero del Secretario General de la OEA, César Gaviria, y el ex presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, llevados a cabo con la pretensión de dar con la verdad de lo ocurrido en esos tres días que conmovieran a Venezuela – la famosa y tan mentada “Comisión de la Verdad” – y culminaran en agua de borrajas. Pues jamás se supo ni se sabrá la verdad de los ocurrido. Y el Referéndum Revocatorio en el que desembocaran culminó en un fraude tan descomunal, que el mismísimo Teodoro Petkoff tuvo que aceptar que, en efecto, si no se había tratado de un fraude fulminante sí se había tratado “de un fraude continuado”.
Del otro fraude no tengo motivos para no avergonzarme. Se trató del diálogo gobierno-oposición convocado en abril de 2014 a instancias de UNASUR y su narco presidente Ernesto Samper – de mucho mejor llegada en el Vaticano que Mauricio Macri – , apurados por Maduro, su instructor Raúl Castro y las cancillerías del Foro de Sao Paulo – los inefables Lula da Silva y Dilma Rousseff, siempre serviciales al servicio de la causa castrocomunista y admirados por la babosería nacional. Para asestarle, en combinación con los líderes de los partidos hegemónicos de la MUD y hoy dueños de la mal llamada Asamblea Nacional, una puñalada por la espalda a la llamada SALIDA. Y enterrar a las 43 víctimas que pusieran al régimen de rodillas, alertaran a la comunidad internacional del horror que estaba ocurriendo en Venezuela, pusieran en pie de lucha a artistas hollywoodenses y grandes figuras del espectáculo mundial – de Madona a Rihanna – en protesta contra la dictadura y terminara con varias docenas de presos políticos, entre ellos dos de sus más conspicuos líderes, Leopoldo López y Antonio Ledezma.
Puede que ese diálogo haya tenido como recompensa la formal promesa, estando en el trasfondo del acuerdo, de la disposición a aceptar los resultados de la contienda electoral de diciembre del 2015 por parte de Nicolás Maduro. Pero sólo hasta allí. Hasta los resultados, la noche del 6 de diciembre. Lo que se haría con esa asamblea salida de la voluntad soberana ya era otro cantar. Pues si la dictadura se compromete a respetarte la mano, te amputa el pie. Y si jura que no te dejará ciego, te deja tuerto. Para terminar con un estropajo de asamblea sin ninguna función que no fuera estrictamente decorativa, acorralada por otras medidas que no estuvieron en el acuerdo AD-PJ con el PSUV: un TSJ montado a la carrera para que la dictadura dispusiera de una instancia aparentemente supraconstitucional y se defecara en las decisiones de la legítima Asamblea Nacional.
Suponemos que aquel diálogo y esas consecuencias – traicionar el diálogo del 2014 – están presentes en el diálogo que acaba de inaugurarse en Punta Cana. Si Maduro hubiera respetado los eventuales acuerdos secretos alcanzados con los dialogantes de abril del 2014, la Ley de Amnistía estaría plenamente vigente y todos los presos políticos gozarían de libertad. Y en atención irrestricta al imperativo constitucional que dicta como norma irrecusable que sólo un venezolano por los cuatro costados puede alcanzar la presidencia de la República, ya Maduro hubiera dejado el cargo y estaríamos a la espera de las elecciones presidenciales. ¿No nos aseguró el principal dialogante de abril del 2014, el diputado Ramos Allup, que en seis meses tendríamos resuelto el problema de Nicolás Maduro? Sólo le resta un mes para cumplir su promesa. Si así fuera, en atención a los acuerdos, ¿para qué un diálogo que no sea para arreglar el traspaso de los poderes? ¿No fue de ese tenor el único diálogo sostenido por los demócratas chilenos con el dictador Augusto Pinochet? Ya estaría Maduro haciendo sus maletas.
Si nuestra oposición se tomara históricamente en serio, el camino a LA SALIDA ya se hubiera abierto, de una sola vez y para siempre, pacífica, constitucional, electoralmente, el pasado 6 de diciembre. El desiderátum. Pero como al parecer a nadie le interesa verdaderamente salir de un régimen ilegítimo y liberar a la Patria del horror que está sufriendo, abandonamos nuestros derechos y principios y le seguimos haciendo el juego a la dictadura. Nuestras instituciones son de goma. Y los aceptamos. Los de ella, de hierro. Y lo toleramos. Esa es la esencia de la tragedia que vivimos hoy. Nuestra ominosa disposición a ser ultrajados. Ahora, seguramente, se justificará el paseo de la MUD a Punta Cana con la marcha atrás de nuestros logros y la ominosa justificación del retroceso bajo el pretexto de obtener del régimen por fin “casa por cárcel” para López y sala por dormitorio a Ledezma, que ya está preso en su casa. A mi me avergüenza. No sé a ustedes.
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