Venezuela ante la encrucijada

Zapatero ha asegurado desde que iniciaron sus gestiones mediadoras por encargo de Raúl Castro, que se impondrá la estrategia diseñada en La Habana, de la que es mensajero: promesas de elecciones regionales este año y promesas de elecciones presidenciales, el 2018. A cambio de enfriar la calle y matar la ofensiva. Sin liberación de los rehenes, sin reconocimiento de la AN y sin aceptar al legítimo TSJ. Vale decir: sin derrotas palpables y contundentes para un régimen al borde del abismo. ¿Se saldrán él y sus mandantes con las suyas? Es la gran incógnita que se discute ahora mismo. Apuesto por el fracaso del diálogo y la continuación de la guerra.

Políticos profesionales de viejo cuño que carecen de todo principio que no sea el del Poder por el Poder se han negado a entender que Venezuela se encuentra ante una encrucijada de dimensiones históricas. O aferrarse a las taras y lacras del pasado, incluso del más remoto, como el militarismo caudillesco decimonónico renacidas en las ansias de los coroneles golpistas, o las profundas ansias de futuro, que laten en las profundidades de su cuerpo social, uno de los más progresistas y cercanos a los anhelos de modernización de la región. En gran medida, debido a la cercanía geoestratégica de la Venezuela petrolera con los Estados Unidos y el hábito de sus clases medias a un alto consumo tecnológico, facilitado por sus ingresos petroleros. Que les ha permitido vivir desde mediados de los cincuenta a las alturas del primer mundo.

Ello ha llevado a una importante tensión entre los deseos de permanecer acodada al ritmo de progreso y libertad que respira en sus cercanías con la gran potencia norteamericana y la súbita irrupción de fuerzas profundamente reaccionarias, anticapitalistas y filo comunistas afloradas con particular virulencia en medio de la crisis económica de los años ochenta, el fin de la democracia subvencionada y la decadencia del viejo aparato político de dominación, estancado en añejos conceptos socialistas y estatizantes, contradictoriamente facilitados, asimismo, por la inmensa disposición de recursos fiscales debidos al petróleo en manos del Estado.

Sea porque no lo comprenden del todo – jamás dispusieron de la suficiente cultura universal como para comprender a plenitud la circunstancia histórica, salvo a las élites de Gómez – Parra Pérez, Zumeta, Uslar Pietri y otros – o a las que rodearan a Rómulo Betancourt y a Rafael Caldera – o sus mezquinos intereses grupales les impiden ver otra cosa que la Venezuela del pasado, que ellos administraran y condujeran a la debacle, lo cierto es que la decadente clase política venezolana que sobrevivió al hundimiento de la Cuarta República se ha negado a comprender la profundidad de la crisis que atraviesa el país y tomar las medidas adecuadas a las circunstancias, como, por ejemplo, renovar y democratizar sus partidos, sumar sus modestas y siempre vacilantes fuerzas a los sectores políticos emergentes, que no vivieran los fulgores de la llamada “Venezuela Saudita” y nacieran al fragor de la lucha en defensa de la libertad de sus sectores más conscientes en medio de una miseria generalizada y una extrema pobreza que contrasta brutalmente con la imagen de la Venezuela rica y progresista de sus mayores.

Quienes, proviniendo de todos los sectores sociales, incluso de los más menesterosos y desvalidos, han asumido la vanguardia en la lucha contra el intento por someter la sociedad venezolana a una tiranía castro comunista, mientras esgrimen la palabra Libertad como lema de sus luchas cotidianas. Que es, bueno sea volver a repetirlo, mucho más que una mera consigna para salir de un gobierno corrupto y devastador: es la síntesis de los anhelos democrático revolucionarios que pujan por imponerse y dar el gran salto a la modernidad que las circunstancias históricas de la globalización nos exige. Sépanlo o no lo sepan los señores secretarios generales de los viejos partidos. La inmensa mayoría opositora, liderada por esa vanguardia resistente, intuye que su país tiene todas las potencialidades para ser una nación rica y poderosa. Y ha decidido jugarse la vida por lograrlo.

Es en ese impasse existencial entre el pasado inmediato de represión, dictadura y miseria y el futuro que se intuye perfectamente realizable, que yace la esencia de los conflictos del presente. Ante esa encrucijada se dividen las aguas de los llamados sectores democráticos y antichavistas: entre conservadores y revolucionarios, estatistas y liberales, apaciguadores e intransigentes. Junto al deseo de salir de la dictadura, ese enfrentamiento inmanente a los sectores antichavistas le da su particular radicalidad a la lucha política interna. Se lucha, simultáneamente, por derrocar al régimen imperante, realmente bajo las riendas de la tiranía cubana, así el Vaticano y el Departamento de Estado hagan esfuerzos denodados por aparentar no entenderlo, e imponer una vía emancipadora, auténticamente liberadora a los combates por la Libertad. Venezuela está pariendo un corazón.

Si ese enfrentamiento irreconciliable entre el pasado y el futuro resulta ser el eje en torno al cual giran nuestras principales contradicciones históricas, no es así como se presentan a la conciencia de los protagonistas de nuestros conflictos. El hiato entre el pasado y el futuro no se traduce al presente clara y perceptiblemente en el universo de los partidos políticos. La MUD, en ese sentido, así recubra una aparente unidad, reúne intereses absolutamente heterogéneos, antinómicos y contrapuestos. Entre Ramos Allup, Manuel Rosales, Henry Falcón, de un lado, y María Corina Machado, Antonio Ledezma y Leopoldo López, del otro, hay una diferencia tan sustancial, que por sobre acomodos y acuerdos coyunturales e incluso por sobre la misma conciencia de sus actores principales se verifica un desentendimiento latente, siempre a punto de estallar. Leopoldo López, Antonio Ledezma y María Corina Machado son el centro articulador y vector principal de ese enfrentamiento. Primero Justicia sufre esta crisis en su propio interior. Tampoco entre Julio Borges y Henrique Capriles hay consenso absoluto. La MUD, nacida con la estricta misión de aunar voluntades ante los procesos electorales, no es una unidad de iguales tras un fin de consenso estratégico: es un mazacote acomodaticio de contradicciones. Lo que la hace prácticamente inservible a los fines de la asunción de un liderazgo estratégico unitario que vaya más allá del presente como para asumir la resolución histórica de nuestro conflicto esencial. Que, repito, pasa por la definición entre el pasado y el futuro. Y la práctica de acción política, estratégica y táctica correspondientes.

En bien de esa coexistencia de factores carentes de homogeneidad programática pero urgida por incentivos políticos inmediatos se silencia lo principal: ¿cuál es el objetivo estratégico de los partidos políticos opositores frente a la coyuntura? ¿Después, qué? ¿Salir de Maduro y volver a la Cuarta República? ¿O responder a nuestra crisis orgánica abriéndole paso a la futura Venezuela mediante cambios profundos y estructurales? No tengo la menor duda de que los partidos Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo, Avanzada Progresista y, en parte, aunque sometida a fuertes tensiones internas, Primero Justicia, apuestan al desalojo del gobierno, no así del régimen, que es un amasijo contra natura de Cuarta y Quinta República. De caudillismo clásico, de clientelismo exacerbado y de corrupción sin medidas. Tampoco tengo la menor duda de que Vente Venezuela, ABP y Voluntad Popular, apuestan al desalojo del régimen y a la construcción de una nueva Venezuela. Son la base estratégica para la resolución de la crisis del presente y el inicio de la construcción de nuestro futuro.

Pero con ello no se agota el análisis situacional ni se desvelan y resuelven las graves contradicciones que vivimos. Ante la profundidad de la crisis de excepción y las vacilaciones y ambigüedades de los partidos del sistema que conviven en la MUD ha surgido, por primera vez desde la insurrección popular de abril del 2002 aunque con mucha mayor fuerza, pues abraza al país entero, un actor esencial que los integra y envuelve a todos, que ha asumido su papel de principal protagonista y único factor determinante de cualesquiera de las salidas a la crisis coyuntural e histórica que vivimos: el pueblo venezolano. Vale decir: la conciencia política activa de la sociedad civil. El soberano. Que en su inmensa mayoría exige el desalojo de la dictadura, sin más trámites, diálogos y acomodos. Y junto a ella y en paralelo a su insurrección, otros dos factores que están haciendo historia profundamente vinculados al pueblo insurgente, al que inspiran: la Iglesia, que ha asumido un papel político activo y de gran trascendencia. A lo cual se suma un nuevo movimiento propiamente político en gestación que intenta expresar el sentimiento popular que hoy sacude las bases del soberano con la mayor fidelidad a su tradición fundacional libertaria: la Resistencia de los escuderos.

Partidos anti gobierno – AD, UNT, PJ, AP -, partidos anti sistema – VP, VV, ABP -, Iglesia y Resistencia: he allí los protagonistas de esta crisis histórica. Y el castro comunismo gobernante, que ha respondido a la gran ofensiva de los 100 días con la amenaza de una Asamblea Nacional Constituyente. La que independientemente de su conformación y establecimiento, no hará más que radicalizar las contradicciones y apurar el fin del régimen, pues es un feto que nacerá muerto.
Vivimos las horas cruciales de una primera definición. Los aliados de circunstancia contratados por el régimen para que le saquen las castañas del fuego – Zapatero y sus compinches de la Internacional Socialista – prestidigitando la estrategia diseñada en La Habana, de la que es mensajero contra reembolso: promesas de elecciones regionales este año y promesa de elecciones presidenciales, el 2018, encuentran hasta ahora obstáculos insalvables. La dignidad de la Iglesia, de la Resistencia, de Leopoldo López, de Antonio Ledezma, de María Corina Machado, de Henrique Capriles y sus seguidores.

El régimen sigue manipulando con la vieja conseja bolichera: HOY NO SE FÍA, MAÑANA SÍ. A cambio de enfriar la calle y matar la ofensiva promete ilusiones. Sin liberación de los rehenes, sin reconocimiento de la AN ni la legitimación del TSJ constitucionalmente designado por la Asamblea por una mayoría que, con la suma de la disidencia, amenaza con ser absoluta. Vale decir: sin derrotas palpables y contundentes ¿Se saldrán con las suyas? Es la gran incógnita que se discute ahora mismo. Pronostico el fracaso del diálogo y la continuación de la guerra. El hundimiento es inevitable.

Antonio Sánchez Garcia

Historiador y Filósofo de la Universidad de Chile y la Universidad Libre de Berlín Occidental. Docente en Chile, Venezuela y Alemania. Investigador del Max Planck Institut en Starnberg, Alemania