Por mucho tiempo, la iniciativa privada y su incidencia en el desarrollo territorial ha sido vista como la causa de gran parte de los problemas políticos, sociales y económicos, haciéndose a una injusta percepción negativa en la que presuntamente estas prosperan a costa del más necesitado; esto ha venido llevando a que la legitimidad y credibilidad de este tipo de iniciativas decaiga a niveles inéditos en la historia reciente. Esta pérdida de confianza en las compañías, aporta a que algunos líderes políticos, en especial los que pretenden ganar reconocimiento a costa de las necesidades de la población de forma demagógica, socavando la consciencia y minando la confianza del crecimiento económico del país y su potencialidad.
Sin embargo, hay que reconocer que buena parte del problema se halla en algunas iniciativas privadas, que siguen operando con enfoques antiguos y tradicionales ignorando las nuevas tendencias de valor que han tomado más relevancia a lo largo del tiempo; en vez de eso, optimizan los esfuerzos y el desempeño financiero solo al corto plazo, pasando por alto las necesidades más importantes de la sociedad, los clientes, proveedores. De esta forma, la iniciativa privada ignora la influencia que pueden determinar para su éxito en el largo plazo sin pasaran por alto el bienestar de sus comunidades, la depredación de los recursos naturales vitales, la viabilidad de sus proveedores, o las penurias económicas del productor o consumidor.
Por lo anterior, es imperante que el sector privado asuma el liderazgo y busque hacer sinergia con las realidades de la sociedad, procurando la construcción de un desarrollo más equitativo, a nivel social, político y económico; aportando así a una democracias más sólidas, justa y libre; un ejemplo de esto es que hoy en colombia tenemos empresas de avanzadas y liderazgos que reconocen esta necesidad, emergiendo elementos promisorios de un renovado modelo. Sin embargo hace falta instalar un marco general que sirva como enlace a estos esfuerzos y así llevar a un nivel más avanzado de lo que se conoce como “responsabilidad social” la cual no resuelve de fondo los problemas sociales.
Parte de la solución como lo manifiesta el doctor Michael E. Porter de la universidad de Harvard “está en el principio del valor compartido, que involucra crear valor económico de una manera que también cree valor para la sociedad al abordar sus necesidades y desafíos. Las empresas deben reconectar su éxito de negocios con el progreso social. El valor compartido no es responsabilidad social ni filantropía y ni siquiera sustentabilidad, sino una nueva forma de éxito económico. No está en el margen de lo que hacen las empresas, sino en el centro”
De esta forma, debe iniciar la próxima transformación en el pensamiento de las sociedades democráticas logrando materializar el esfuerzo por crear valor compartido al repensar y transformar la relación que hay entre sociedad, gobierno y desempeño corporativo. Es claro que recién se está empezando a reconocer el poder transformador del valor compartido, y por esto es necesario ahondar esfuerzos para lograr el reconocimiento pleno que este requiere de los líderes políticos, los ejecutivos y la ciudadanía, desarrollando nuevas habilidades y conocimientos, con una mirada más profunda de las necesidades de la sociedad, mejor comprensión de las bases de la productividad y la capacidad de colaborar entre todos los actores de un país.
Por último, nuestros Gobiernos deben aprender a regular de forma distinta estas iniciativas de libre inversión, permitiendo que ese valor compartido sea operativo y práctico, de forma que las iniciativas privadas logren satisfacer las necesidades sociales, mejorar la eficiencia, crear trabajo, generar riqueza y lograr un desarrollo social y territorial sostenible.