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Lo que viene pasando en la Universidad de Antioquia contiene un subtexto de intereses concentrado y mezquinos que buscan, echando mano de una calculada estrategia de manipulación y presión mediática, defenestrar al rector John Jairo Arboleda y que así la UdeA –todavía invicta en su fecundidad– se convierta en un botín entre facciones cruzadas del Pacto Histórico que la consideran como su única trinchera electoral en el departamento de cara al 2026.
No soy ingenuo, las calculadas movidas del Gobierno Nacional, en su desespero por nivelar la cancha en Antioquia –donde tanto el candidato presidencial como las listas al Congreso del Pacto Histórico reconocen su desventaja– están orientadas, en mayor o menor medida, a profundizar la erosionada legitimidad de Arboleda y avanzar en una toma hostil que, en principio, pensé vendría por la senda del gobernador Andrés Julián Rendón, pero no, parece que pequé de ingenuidad, son ciertos agentes políticos del Gobierno al interior de la UdeA los que están empeñados en crear un escenario tendiente a una defenestración rectoral que al consumarse convierta al mayor proyecto social y cultural de la región en un aparato ideológico al servicio del petrismo en plena temporada electoral.
No es un secreto que la UdeA se encuentra en medio de un intenso pulso y Arboleda en el peor de los universos posibles, puesto que no es un rector in pectore del gobernador Rendón –de quien nunca sobra recordar su inmanente desprecio hacia la UdeA– y desde el Pacto Histórico se le percibe como un uribista vergonzante, más cercano al uribismo de Aníbal Gaviria, con quien hizo buenas migas cuando fue gobernador y con quien nunca tuvo líos. Aunque Arboleda, a quien en algún momento gradué de dique de contención y garantía de estabilidad institucional ante la inminencia de una toma hostil de Rendón, por obra y gracia de las circunstancias, ha sabido resistir a lo largo del último año. ¿Su último año?
Porque su renuncia se viene planteando como una posibilidad desde el día que asumió el tercer periodo, por esos días, de rupturas dolorosas y amistades rotas, la naciente presión para desestabilizar su administración y concretar rápidamente su renuncia pasó a formar parte de una estrategia calculada y mediatizada. Y el rector, tal vez imbuido por una victoria pírrica que no supo medir en sus rupturas doloridas y amistades rotas, no tuvo la capacidad para diseñar e implementar un modelo de gobernabilidad amplio y diverso que pusiera en el centro de toda discusión el rescate de la universidad.
Y cuál fue resultado: el futuro inmediato de la UdeA –crónica de una crisis largamente anunciada, y percibida, y vivida por décadas– quedó entrampado en las heridas que dejó un desencajado proceso de designación y así algunas mentes minúsculas simplificaron la crisis en la figura unidimensional de Arboleda. Se vendió e intentó posicionar –y radicalizar, nunca está de más decirlo– la falacia patética que reza que con la renuncia de Arboleda la UdeA se convertirá en un multicampus paraíso.
Y ciertamente, aun así lo parezca, esta destemplada columna no es una defensa del rector; ni más faltaba, no me gustan los rectores que reeligen para un tercer periodo y ya en otra columna dejé claro que Arboleda no es santo de mi devoción (solo creí en un Santos y dejó una paz truncada), pero tampoco es un advenedizo (como si lo son varios de sus adversarios), de tiempo atrás era consciente del tamaño de una crisis que de resultas le estalló en la cara en un momento “infortunado”: cuando no contaba con respaldo en La Alpujarra o en la Casa de Nariño. Tal vez por eso pienso que su último año en la rectoría se ha reducido a vivir en la maldición de quien resuelve el día a día buscando plata para llegar a fin de mes.
Vuelvo al centro y concluyo; el Gobierno Nacional, con sus operadores políticos e inspectores de ocasión matriculados en el Ministerio de Educación va a arreciar en su presión hacia Arboleda de aquí a marzo, cuando la brújula de las elecciones legislativas deje más claro el panorama electoral de cara a una primera vuelta; también será el mes en el cual el rector se deberá medir en una evaluación que muy bien podría asemejarse a una oxidada guillotina. Si Arboleda no resiste a la presión y renuncia, sin dejar previamente negociado un mecanismo de “transición” o sucesión democrática (¿ingenuidad?, ¿negociación con quién?), la UdeA será un botín en la voracidad del pulso que libran Petro y Rendón. Y todo ad-portas de la primera vuelta.
Personalmente, me resisto, con todas mis fuerzas, a que la UdeA, mi amada Alma Máter, siempre invicta en su fecundidad, se convierta en un aparato ideológico al servicio del petrismo en plena temporada electoral. También me resisto a que el gobernador, con su permanente desprecio y maltrato hacia una universidad que nunca ha querido comprender, declare victoria. No veo salida a una crisis que persiste y se agudiza en esos dos extremos, su desespero y afán de poder son harto dicientes.
Pues sí, sigo viendo al rector como un dique de contención y garantía de estabilidad institucional, al menos, al interior de la UdeA. Y eso, en la antesala de una acalorada temporada electoral, creo, no resulta siendo algo menor. Ya sé cómo seré graduado por mis odiadores de oficio, no hay lio en ello: ¡Se abren las apuestas!












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