Nelson Mandela comprendió que la verdadera libertad no consiste solo en salir de una prisión, sino en liberarse del odio que la alimentó. En su autobiografía titulada Long Walk to Freedom nos muestra que el perdón no es debilidad, sino una forma superior de fortaleza moral. Su ejemplo nos invita a mirar el pasado sin rencor y a entender que ningún país se levanta si está dividido por sus propias heridas.
Colombia atraviesa, como Sudáfrica alguna vez, un momento en que la historia nos exige elegir entre la reconciliación o la repetición del dolor. Cada elección, cada palabra y cada voto pueden acercarnos o alejarnos de nuestra posibilidad de sanar. Mandela nos recordó que “la libertad no tiene sentido si no incluye la libertad de los demás”, y ese principio es la base de toda verdadera democracia.
El liderazgo de Mandela nació del sufrimiento, pero floreció en la compasión. Su visión nos enseña que un líder no busca vencer a su enemigo, sino transformarlo en aliado. En un país como el nuestro, marcado por décadas de desconfianza, esta enseñanza debería guiarnos más allá de las campañas: hacia la reconstrucción del alma colectiva.
“Unidos somos invencibles” no es solo una frase inspiradora; es una verdad política y humana. La unidad no significa pensar igual, sino avanzar juntos. Colombia necesita recordar que su mayor fuerza no está en sus diferencias, sino en su capacidad de superarlas. La reconciliación no borra el pasado, lo dignifica.
En 2026, más que una elección presidencial, enfrentaremos una elección moral: la de creer nuevamente en nosotros mismos. Mandela nos enseñó que incluso tras las noches más largas, el amanecer llega para quienes caminan juntos. Tal vez ha llegado la hora de dejar de mirar lo que nos separa y empezar a construir, desde el perdón y la esperanza, el país que todos soñamos.
Comentar