Une histoire simple

Esta es una historia, para nada extraordinaria, une histoire simple, como la película de Claude Sautet; con hombres comunes y mujeres normales. Una historia sin algarabías, sin gritos, sin efectos digitales o high quality sound. Solo la vida plana, monótona, mundanal; la del día a día, la que se teje en la cotidianidad; la de los gases en la cama, la de la sonrisa tras el accidente, la del polvo furtivo en lugares prohibidos, la de la caricia en la cabeza para traer el sueño al final del día.

Esa vida normal que a nadie importa por carecer de glamour, de misticismo, por no estar en las corrientes subterráneas ni el mainstream de las vanguardias. Una vida de cambio de pañales, de abulia en lujosos hoteles, de sobredosis en el ático, de salas de urgencia, de corazones rotos y taquicardias, de abortos y ruinas.

Siempre he creído que el cine y la literatura han conseguido alterar radicalmente la percepción, la experiencia y la reflexión sobre el amor. Ha edulcorado en exceso la dimensión del hombre en este estado sensorial y psicológico.

Quisiéramos vivir en una película de Tarantino, como por ejemplo Natural born killers, viendo autos explotar, edificios salir disparados por el aire; o quizás algo mas matizado como Wild at heart de David Lynch, una locomotora veloz, intempestiva que cruza las estepas solitarias, los paisajes repetidos de los fríos siberianos.

Buscamos con frenesí una fiebre que enerve estos músculos cansados, esta imaginación estéril; vamos dando tumbos en el infinito solitario, interrogando a los astros por un sentido para nuestra eterna incertidumbre.

Apenas el sol se enciende, las dudas se abalanzan, devorando ese estado auroral, donde todas las capacidades están despiertas y en tensión de lanzarse hacia cualquier objetivo.

Los poetas con sus paisajes tristes, los pintores con sus sombras y demonios nocturnos, los escultores y sus formas en exceso perfectas, todos han mentido. Nada es extraordinario.

Las geometrías erógenas nada tienen de perfectas, la interacción humana nada tiene de armoniosa, los contactos no siempre son hermosos y sublimes.

En ocasiones la animalidad, pantera negra, acecha con sus ojos de jade entre la espesura; el jazz no siempre acaricia, a veces desgarra. La vida esta revestida por cierto salvajismo delicioso que enerva la experiencia existencial, el espejismo de la gran vida y la hace soportable.

Vitae summa brevis spem nos vetat incohare longam[1].

Los pétalos hermosos de la rosa son despedazados por las larvas, los recuerdos se hacen ajenos, los cuerpos se pudren y la vida se pasa en destruir lo que una vez fue refugio, volar en mil pedazos la casa, quemar la casa para calentarnos.

Por eso solo existe lo completamente normal, la naturaleza humana develada en la totalidad de sus dimensiones, lo normal, en cada hecho que nos sobrecoge, aunque normal y propio a nuestra esencia, al creerlo impropio de la misma.

Las conquistas innecesarias, adornadas por filósofos patrísticos y poetas áulicos; las orgías de los sentidos, el aturdimiento de la mente, la revolución vacía, la de la destrucción, la que guía al hombre al consumo de placeres definidos y manejables, a consumirse en la búsqueda incesante de un paraíso distinto para cada resaca; la exaltación radical del yo vacío, sin proyección, sin cimas, plano, sin aristas, desprovisto de alteridad.

Solo hay pequeños destellos seminales, la mayoría avocados a la muerte en masa y la producción de placeres momentáneos, como sildenafil y fentanilo; la revolución libidinal vacía, la del cuerpo objeto, la de la cabina masturbatoria, la de la muñeca inflable dotada de inteligencia artificial.

Hay una esquizofrenia colectiva sobre la necesidad de ser felices, guías fitness sobre el cuidado del ser, una interpelación constante para ser felices, obligando al sobrecuidado del yo, un yo desconocido, desprovisto de sentido y valor, incapaces de pensarse a sí mismos, de transformarse, asfixiado por los empíreos diseñados por los jefes de publicidad y marketing de las compañías transnacionales.

No puedes tener la vida de la revista publicitaria, no puedes tener los problemas de los influencers; pero puedes comprar la lujuria marca Disney, puedes acceder a las drogas estimulantes y los licores refrescantes; puedes desnudar tu yo para infinitas cámaras de mirada vacía, dormir arrullada por el zumbido de las notificaciones.

Puedes tener una vida simple, une histoire simple, una historia completamente normal: pudrirte como los ancianos en un hueco de bajo de las escalas, morir legando a tus hijos hipotecas sin pagar, dejar un montón de folios repletos de escritos que nadie leerá, arder en etílico, perderse en excursiones en el barrio, escuchar salsa con el loco del barrio -o quizás el único cuerdo-.

Como podría perderme de esta normalidad por gozar de la perfección de una secuencia de celuloso, por gozar de la eternidad del verso y su eterna tensión, por ostentar la aburrida perfección de los dioses.

Mundano, imperfecto, un desparpajo, real…

[1] La breve duración de la vida nos prohíbe albergar esperanzas largas». Horacio

 

Vicente Rojas Lizcano

En mis inquietudes esta la búsqueda de una forma autentica y novedosa de retratar las problemáticas sociales (conflictos armados, emergencias ambientales, actualidad política, la cultura). Ello me ha llevado a incursionar en la novela de ideas, el cuento, y demás formas narrativas como herramienta de teorización sobre la política y la sociedad.

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