Llevamos años escuchando como todos hablan del conflicto armado interno en Colombia. Lo dicen en las noticias, los periódicos, hasta en los encuentros más casuales como almuerzos familiares o tardeadas con los amigos. Podríamos llegar a decir que es un tema casi hostigante, porque en realidad es una situación que afecta al país de manera repetitiva desde hace más de 60 años debido a la debilidad del estado y al surgimiento de grupos armados revolucionarios.
El conflicto es catalogado como una guerra de baja intensidad de la cual han sido protagonistas: el estado colombiano, las guerrillas de extrema izquierda, los grupos paramilitares de extrema derecha, los narcotraficantes y las bandas criminales; y como consecuencia han traído el despojo masivo de tierras, desplazamiento forzado, masacres, reclutamiento infantil, terrorismo y asesinatos selectivos de funcionarios públicos, periodistas, figuras políticas y líderes sociales bajo el conocido modelo de “falsos positivos”. Estos crímenes de lesa humanidad deberían dejar de ser normalizados por los colombianos, y sobre todo por el gobierno, que parece hacer caso omiso a las diferentes situaciones antes nombradas.
El tema es tan mencionado que ya no parece preocuparle a los demás, se ha normalizado, tanto así, que pocos colombianos lo han notado (están enceguecidos y no les importa la realidad circundante). Esta situación afecta la libertad de todos, haciéndonos esclavos de la guerra y los constantes conflictos que enfrenta el país; mostrando así, la democracia colombiana como una ilusión, ya que cualquier persona, paramilitar, guerrillero, fuerza pública, gobernante o narcotraficante, ejerce su poder de forma violenta y actúa de manera corrupta, para pasar sobre aquellos otros (normalmente civiles) que no tienen las posibilidades de cambiar aquello que los rodea.
El conflicto es diario. Bombardean calles, asesinan y reclutan niños, hacen “operaciones” donde mueren civiles, desplazan familias e intentan discutir estos temas en el congreso y aparentemente no encuentran soluciones. Los culpables salen impunes, los cargos se vencen, no capturan a nadie, dan sobornos, ¿y qué podemos hacer los civiles? observar y callar porque como dijo Gustavo Petro (2019) “la muerte en Colombia no camina, si no que cae del cielo” (El boletín del gomelo, mn. 10:36), muere más gente de la debida, a causa de la violencia y es por eso que el corazón del civil parece insensible, pero más allá de no sentir o presentar indiferencia; es consecuencia del cansancio, fatiga y obvio agotamiento de vivir la misma realidad cada día.
Por todo lo anterior, es relevante cuestionarnos, no dejar de luchar en contra de aquellos que hacen todo por deteriorar el país y los que no hacen nada por defenderlo. Hay que seguir involucrándose y mostrar preocupación, porque aquellos que hacen daño notan la falta de interés y por eso se ve la debilidad. Demostremos, que no estamos enceguecidos y que somos conscientes de la situación que afronta el país, y de lo mucho que nos preocupa.
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