Suelo plantear a quienes asisten a alguna charla mía El dilema de la pizza. El dilema dice más o menos así: Tenemos una pizza. La partimos en dos. ¿La distribución de la pizza es equitativa? ¿Es pareja? ¿Es igualitaria? Bueno, claramente tendríamos que decir que sí. De hecho esa es la respuesta que a menudo recibo. Frente a una pizza dividida 50% y 50% se observa que la partición es pareja, ergo, igualitaria.
Luego procedo a realizar una segunda pregunta: Ahora bien, ¿Es esta distribución justa?
Hace unos días en una de estas charlas, un grupo de participantes dudó un poco en este punto.
VIDEO ADICIONAL: Sobre esto, profundicé en uno de los últimos videos que colgué en mi Canal de YouTube.
Depende… ¿De qué depende?
Asentían con la cabeza, pero algo no les cerraba. Hasta que uno dijo “Depende”.
Depende… ¿De qué depende? Les pregunté.
Bueno, de cuántos son para comer por ejemplo… ¡Claro! No es lo mismo si se trata de una persona sola, de una pareja, o de un gran grupo de amigos.
Y es que claro, para responder acerca de si la distribución es pareja no hace falta saber más que la división se haga en partes iguales. Ahora para saber si es justa tenemos que hacer más preguntas sobre el caso.
Una asistente aportó otra idea: “¡También depende de quién hizo la pizza!”.
¡Y claro! Le dije. Y también podría ser interesante saber quién pagó los ingredientes, o quién compró la pizza entera y, más fundamentalmente, qué se quiere hacer con ella.
Fíjense entonces que sencillo es el ejemplo y cuánto lío se genera en torno a “el problema de la distribución del ingreso”, que en nuestro caso es “el problema de la distribución de la pizza”.
Todo vale, siempre que sea voluntario
Supongamos que la pizza la hizo Jimena, y Jimena quiere comerse el 100% de su pizza. ¿Por qué alguien debería negárselo? ¿Con qué derecho?
Supongamos que ahora Jimena invitó a Juan a comer y que ambos comen mitad cada uno, ¿Es justa la distribución ahora? Perfectamente sí. También lo sería si, de común acuerdo, deciden dividir 60-40 o 70-30.
Lo que no es justo es que Juan vaya a la casa de Jimena y –por el método que sea– le arrebate la mitad de la pizza. Eso no tiene ninguna justificación moral, ni tampoco económica.
Sin embargo, muchas veces cuando se habla de la distribución del ingreso, y se pide que sea más equitativa o más igualitaria, se suele decir que también tiene que ser más justa.
Bueno, acabamos de ver un caso en dónde esa igualdad es injusta. La distribución del ingreso, para ser más igualitaria en nuestro caso, terminó violando el derecho fundamental de Jimena a decidir qué hacer con su pizza. Además, ignoró por completo el esfuerzo y el trabajo hecho por Jimena para adquirir su propia pizza.
Repasando: si Jimena y Juan están de acuerdo, entonces la igualdad será justa. Pero si a Jimena le sacan sin su consentimiento la mitad de su producción, estamos frente a una igualdad no merecida, a un ataque violento que no debemos avalar.
Esto lo decía Ludwig von Mises, que nos concentramos en la distribución del ingreso pero nadie habla de la generación. Hablando sobre el “ingreso nacional” y las cuentas nacionales, afirmaba en su Capítulo 5 de The Ultimate Foundation of Economic Science (Ludwig von Mises, pág. 85, traducción al castellano de dicha versión):
“El concepto de ingreso nacional elimina por completo las condiciones reales de producción dentro de una economía de mercado. Sugiere que no son las actividades de los individuos las que traen aparejadas la mejora (o la caída) en la cantidad de bienes disponibles, sino algo que está por encima y por fuera de esas actividades. Este algo misterioso produce una cantidad llamada «ingreso nacional» y luego un segundo proceso «distribuye» esta cantidad entre los diversos individuos. El significado político de este método es obvio. Uno critica la «desigualdad» imperante en la «distribución» del ingreso nacional. Uno evita la pregunta acerca de qué hace que el ingreso nacional suba o baje y da por sentado que no hay desigualdad en las contribuciones y logros de los individuos que están generando las cantidades totales de ingreso nacional.”
Bueno, claramente sí las hay, y es lícito reconocerlas.
Por otro lado, también fue la respuesta que Robert Nozick le dió a John Rawls en un famoso debate que tuvo lugar en la década de los 70’s acerca de cómo generar una sociedad más justa. Según nos cuenta el filósofo Joan Vergés Gifra en su libro sobre el igualitarista John Rawls (Les esquerdes del liberalisme polític, 2006):
“Lo primero que Nozick criticó a Rawls fue que creyera que existe un problema llamado justicia distributiva. ¿Por qué debería uno preocuparse por cómo han de distribuirse los bienes que hay en una sociedad? Eso sería un problema, dijo, si no supiéramos qué contribución hace cada individuo a la riqueza social. Sin embargo, la contribución de cada uno es muy fácil de determinar cuándo existe un mercado en el que las personas ofrecen su fuerza de trabajo y sus talentos a cambio de una remuneración. Lo importante es que los individuos son por naturaleza libres y poseen unos derechos fundamentales, uno de ellos el derecho a la propiedad privada. Por consiguiente, el Estado no tiene ninguna legitimidad para quitar aquello que es de uno para dárselo a otro.”
La igualdad es una palabra que suele asociarse a la justicia. Y esto puede tener sentido si hablamos de las reglas de un juego. Por ejemplo, es justo que todos enfrentemos las mismas reglas si estamos en un campeonato de fútbol. No obstante, no es justo que si un equipo juega mejor, se esfuerza más o simplemente tiene un poco más de suerte, obtenga los mismos resultados que el equipo que no hace nada.
Así que para cerrar: la igualdad ante la ley es absolutamente deseable y necesaria en una sociedad civilizada, pero no así la igualdad de resultados, ya que buscarla puede implicar derechos fundamentales y, con eso, no llevarnos a una sociedad más justa, sino todo lo contrario.
Este artículo apareció por primera vez en el sitio web oficial de Iván Carrino, y en nuestro portal aliado El Bastión.
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