Ya lo dijo el gran Eduardo Galeano:
“El subdesarrollo de América Latina no es una etapa del desarrollo, es su consecuencia.”
20 países, 650 millones de habitantes. Algunas economías volátiles, otras un poco más estables. La quinta economía mundial (si se analiza como bloque económico conjunto).[1]
Diferentes intereses en materia económica, orientaciones políticas que casi siempre son enemigas. Ventajas comparativas y competitivas que la hacen diferente y muchas veces envidiable. Esa es América Latina, un lugar en donde abundan los recursos naturales y económicos, pero, sobre todo, los culturales.
Latinoamérica es una región diversa en lo referente a lo político, lo económico y lo ideológico, así mismo inestable, por el continuo cambio de enfoque en lo que se refiere a las políticas de los gobiernos, que resultan en un retraso a los acontecimientos que deben beneficiar a las sociedades.
Esta misma diversidad es lo que ha generado constantes conflictos tanto internos como externos, lo que ha tenido distintos desenlaces a lo largo de la historia latinoamericana. El más representativo es el atraso relativo que ha tenido la región en comparación con los países más desarrollados del mundo.
Según el Banco de Desarrollo de América Latina, la brecha de productividad entre Latinoamérica y los países desarrollados se mantiene casi inalterada desde hace más de 60 años, y el estancamiento que se evidencia actualmente se origina en un problema de productividad regional que ha tenido un crecimiento muy débil, junto con el desacierto de los modelos económicos implementados por los países que no genera más que un desgaste de la confianza de la sociedad hacia la política y todo lo que tenga que ver con ella.
El primer aspecto, la débil productividad regional, debe su calificativo a la eficiencia con la que se usan los recursos en empresas y gobiernos. Si bien el crecimiento promedio de las economías de América Latina se fortaleció en alguna medida a partir de los años 80 cuando se implementaron una serie de reformas como bloque regional en materia política, social y económica; este crecimiento no fue elevado en comparación con el de los países más desarrollados y menos con el de otras naciones en vía de desarrollo de Asia y el norte de África.
De hecho, esta tasa de crecimiento solo se aceleró de forma esencial cuando el precio de las materias primas de exportación tuvo un comportamiento positivo en el periodo comprendido entre 2004 y 2013. Como lo afirmó el Banco de Desarrollo de América Latina en su Reporte de Economía y Desarrollo (RED 2018).
Según la CEPAL, los retos estructurales del desarrollo económico de América Latina muestran la cruda realidad en cuanto al comportamiento de estas economías en los últimos años. Aunque los países latinoamericanos han aumentado su nivel de ingresos, aun enfrentan retos que perduran y otros nuevos que han aparecido precisamente como resultado del avance hacia mayores niveles de renta.
El estancamiento relativo de Latinoamérica no se debe solo a una ineficiente estructura sectorial de las economías, sino que también tiene que ver con el vínculo social y la huella que han dejado los disgustos frente a la desigualdad que se vive en esta región del planeta, lo que afirma que estas prácticas desacertadas tienen un profundo impacto en el tejido social.
Los países de América Latina y el Caribe, con una fuerte dependencia en el comercio exterior, son extremadamente sensibles a las repercusiones económicas de la dinámica mundial. De este principio surge la importancia de la integración económica regional.
Integrar un continente nunca será fácil, es un proceso desgastante y ambicioso, que necesita un compás de tiempo bastante prudente y una voluntad política común robusta y sólida, pero que acarrea beneficios especiales en materia social y económica que hacen que valga la pena el proceso.
América Latina está dispersa en términos de integración económica, y sobre todo de los objetivos que puede llegar a perseguir cada política de cada gobierno en busca del desarrollo económico sostenible. Más allá de los Tratados de Libre Comercio, los programas de Naciones Unidas o los tratados de integración que puedan existir por medio de organizaciones como la FAO, la UNASUR, el BID, la CEPAL o la OCDE, y que busquen las maneras de hacer que todos estos países salgan del flagelo de la pobreza o la desigualdad, el tema político es complicado, y las realidades económicas están cada vez más inestables en la mayoría de los países de América Latina y el Caribe.
Los escándalos de corrupción que merodean y se retroalimentan en cualquier oportunidad (incluso de una pandemia mundial) por países como Brasil, Colombia, Perú, México, Guatemala y muchos otros; la desaceleración económica de Argentina por una contundente devaluación de las divisas y su impagable deuda pública que ha hecho que entre incluso en default económico, el poco crecimiento de Chile por la baja en la demanda de cobre, acompañada de políticas públicas que se alejan de la senda del crecimiento.
La deflación en Ecuador que ha hecho que la economía se desacelere porque las expectativas de la gente están puestas en que los precios van a seguir bajando y por ende no consumen. El preocupante hecho de que Costa Rica cuente con una carga de deuda que supera el 58% de su PIB y los intereses alcanzaron el 28% de los ingresos en 2019, lo que la ubica según la calificadora de riesgo Moody´s en la posición más vulnerable de la región.
La pobreza y desigualdad abismal que existe en países como Haití, Venezuela, Honduras y Bolivia ha hecho que estos países en los últimos años entren en una profunda crisis política, lo que ha desencadenado daños colaterales en la sociedad y en la economía. Y hay más, porque ahora, de forma similar hay un ingrediente nuevo en las crisis: hay odio en la gente. Un tema grave ya que esta situación convierte a estas economías en una bomba de tiempo que puede estallar y llevar a graves enfrentamientos civiles.
Sobra decir que esos y otros tantos escenarios hacen que el proceso para llegar a conseguir el desarrollo económico sostenible para el bloque se haga cada vez más complejo al punto de que se tenga que replantear la forma de hacer política y las orientaciones de la misma. Hay que despolitizar la integración y no se puede pensar que todo este proceso sea lineal; en realidad, las etapas en este tipo de procesos son efectuadas de forma gradual, pero se pueden llevar a cabo de manera simultánea.
Así, veremos cómo a través de una seria integración y combinando las economías de diferentes escalas, tamaños y culturas, con la diversidad de bienes y servicios con la que contamos se pueden crear fuentes importantes de ganancias a nivel de sociedad, crecimiento y desarrollo económico.
[1] Detrás de China, Estados Unidos, la Unión Europea y Japón. Cifras con base en el Banco Mundial a 2019.
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