EE.UU., por medio de los medios de comunicación, produce una narrativa extremadamente negativa sobre Medio Oriente. La potencia norteamericana tiene la creencia que esta región es sinónimo de corrupción, violencia y desesperanza, al ser sus gobiernos de origen no democrático. Aunque es cierto que los líderes de la mayoría de países de esa región llegaron al poder después de un golpe de estado o por derecho si el sistema de gobierno es una monarquía, y estos gobiernos han sido señalados de cometer violaciones contra los DD.HH., EE.UU. denuncia a unos y se hace el de la vista gorda con otros, mientras sanciona, ataca e invade a Siria e Irán, arma, comercia y apoya diplomáticamente a las monarquías del golfo pérsico.
La relación selectiva de Estados Unidos con las naciones de Medio Oriente la explica la Doctrina Kirkpatrick “Apoyo a dictaduras pro occidentales”, que se traduce en que Estados Unidos no se pronuncia cuando las monarquías del golfo pérsico cometen actos que violan los derechos humanos, porque los reyes de estos reinos están alineados con los intereses de occidente, al permitir a EE.UU. tener acceso y control de zonas ricas en recursos naturales estratégicos, en este caso al petróleo.
Mientras que Siria e Irán son partidarios de nacionalizar la explotación de los recursos naturales de sus países, lo que afecta claramente las pretensiones de EE.UU., que reacciona con políticas represivas y restrictivas, lo que impide que estas naciones se desarrollen y brinden a sus ciudadanos una buena calidad de vida.
El afán, por parte de EE.UU., de acceder a las materias primas y la negativa de algunos países de otorgarles el control, a las potencias extranjeras, de la explotación de sus recursos naturales, han desembocado en el estallido de guerras por los recursos. Estos conflictos son enfrentamientos internos, pero con una gran influencia de las potencias extranjeras, al existir en la posguerra fría un sistema geopolítico más amplio e interconectado.
La decisión de las potencias mundiales, sobre todo de Estados Unidos, de intervenir dentro de una guerra en favor o en contra de uno u otro bando, se basa en si los intereses políticos y económicos del estado se ven directamente afectados, como lo explica la Doctrina Weinberger en uno de sus principios “Los Estados Unidos no deben involucrar sus fuerzas para el combate a menos que estén comprometidos los intereses nacionales vitales de Estados Unidos o sus aliados”.
No es un asunto del bien contra el mal, como nos lo quiere hacer creer la industria televisiva y cinematográfica de las potencias involucradas, con la producción de audiovisuales que son, claramente, propaganda, porque estás producciones presentan solamente una visión sobre el conflicto, la de su país, para intentar influir en el pensamiento y actitud de la población.
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