La reciente cadena de acontecimientos diplomáticos entre Colombia y Estados Unidos —la cancelación de visas a funcionarios del alto gobierno, las declaraciones incendiarias del presidente Petro en Nueva York, y la respuesta desafiante de la Cancillería colombiana— marca un punto de quiebre sin precedentes en la relación bilateral.
- EL CORAZÓN DEL CONFLICTO: LA FRONTERA ENTRE LA PROTESTA Y LA DIPLOMACIA
El presidente Gustavo Petro ha querido posicionarse como un líder global del sur global, elevando su voz contra el genocidio en Gaza, y exigiendo a los poderes del mundo rendir cuentas. Pero lo ha hecho desde un espacio informal (una calle en Nueva York), con un tono beligerante, y cruzando una línea que ningún jefe de Estado responsable debe atravesar: hacer un llamado a la desobediencia de fuerzas militares extranjeras.
Este acto, más allá de la postura moral que pueda defender, viola normas diplomáticas internacionales y roza el intervencionismo. La consecuencia fue inmediata: Estados Unidos, aún bajo la figura de Donald Trump, canceló su visa. A ello se sumaron las cancelaciones (y renuncias) de otros altos funcionarios del gobierno colombiano, en un efecto dominó que ahonda el aislamiento diplomático.
- ¿QUIÉN PIERDE REALMENTE?
Los miembros del gabinete no son los más perjudicados. La verdadera afectación se sentirá en:
Los empresarios, académicos, estudiantes, científicos y ciudadanos comunes que dependen de una buena relación con EE. UU. para avanzar en sus intereses profesionales o personales.
La cooperación bilateral en seguridad, comercio, inversión y lucha contra el narcotráfico, todos pilares estratégicos para la economía y la estabilidad colombiana.
La imagen del país en el sistema multilateral, justo cuando se requieren voces fuertes y responsables en defensa de los derechos humanos.
- ¿UN GOBIERNO CAMORRERO O VALIENTE?
Lo que algunos denominan “dignidad soberana”, otros lo ven como “camorra diplomática”. La línea entre firmeza ideológica y torpeza política es muy delgada. Petro pareciera querer jugar en la liga de los líderes globales sin medir que las palabras de un presidente no son arengas de campaña, sino políticas de Estado.
El rechazo a la visa, la renuncia colectiva, las frases desafiantes (“para ir a Ibagué no necesito visa”) son más gestos de confrontación que estrategias diplomáticas. Y lo que está en juego no es un simple sello en un pasaporte, sino la credibilidad internacional de Colombia.
“ENTRE VISAS Y VETOS: LA DIPLOMACIA COLOMBIANA EN LLAMAS”
Colombia vive hoy un capítulo oscuro en su historia diplomática. Y lo más grave es que no ha sido provocado por una guerra, ni por un conflicto geopolítico externo, sino por la lengua desbocada de su presidente, su obsesión ideológica y una peligrosa confusión entre activismo personal y responsabilidad institucional.
Los hechos son públicos y escandalosos. En plena calle de Nueva York, el presidente Gustavo Petro no tuvo reparo en pedirle a los soldados estadounidenses que desobedecieran al presidente Donald Trump, en una suerte de proclama revolucionaria. Acto seguido, los Estados Unidos cancelaron su visa. La canciller Rosa Villavicencio respondió renunciando a la suya “por dignidad”, y luego se sumaron ministros y aliados políticos en una cadena de gestos que más parecen un berrinche nacionalista que una estrategia de política exterior.
Lo que muchos aún no comprenden —y lo entenderán cuando necesiten viajar, estudiar, invertir o negociar— es que estas decisiones no afectan a Petro ni a su gabinete, sino a toda la nación. El país está quedando sin interlocución clara con su principal socio comercial, aliado en seguridad y puente internacional.
¿Dónde están las voces responsables que le recuerden al presidente que no se puede hablar de paz, mientras se incita a la desobediencia armada? ¿Dónde están los defensores del Estado de Derecho cuando un mandatario enarbola la “dignidad nacional” para encubrir una imprudencia geopolítica de proporciones épicas?
No se puede tener discurso de estadista en la ONU y acto de agitador en la calle. Un presidente no puede jugar a ser incendiario en el corazón del imperio, mientras en casa necesita cooperación, inversión y diplomacia para sostener al país.
Estamos en manos de un gobierno que, en lugar de tender puentes, dinamita relaciones. Que, en lugar de sumar apoyos, colecciona vetos. Que, en lugar de liderar con inteligencia, gobierna con altivez.
Y mientras ellos renuncian a visas por “solidaridad”, millones de colombianos pierden oportunidades, confianza internacional y estabilidad.
En diplomacia, la dignidad no se grita: se ejerce con prudencia, se defiende con argumentos y se construye con alianzas. Algo que, lamentablemente, este gobierno parece no haber entendido.
Comentar