Pericos y guacamayas pasan dejando destellos entre rojo y amarillo mientras troto por el parque central de Medellín. Son mas o menos las 9:30 de la noche. No es muy común trotar a esta hora en un parque de la ciudad. O al menos no lo era hasta hace muy poco. Sin embargo, por causas irreconocibles para los ojos de los transeúntes del parque—que son muchos —ahora nunca es muy tarde o muy temprano para venir a el. El parque en sí crea una sensación de seguridad y de ganas de estar acá que es imposible evitar, y a la que casi todos sucumbimos diariamente cuando terminamos nuestras labores diarias. A lo lejos se ven los picos del Pan de azúcar por un lado, y del Picacho por el otro.
Es otra noche, y ya sin mis tenis de trotar sino con mis zapatos casuales, me aproximo a lo que de día es una especie de jardín de flores extravagantes y bellas pero que en la tarde y noche se transforma en un teatro dentro del parque. Son también más o menos las 9 p.m. Los músicos se alistan para iniciar el espectáculo entre la muchedumbre, las conversaciones, las carcajadas, y las sonrisas que producen encuentros fortuitos. Es otra noche del evento, “jazz latino bajo las estrellas”, y el espacio está a reventar. Hay comidas, vinos y cervezas, para todos los gustos.
No muy lejos están los pelaos de algunas de las escuelas de hop hip de la ciudad. Están garafateando una de las paredes que separan las canchas de tenis de las de microfútbol, mientras padres, madres, hijos, hijas, y amistades, toman nota de las técnicas que comparten los escritores de grafiti, dado que este es otro de los muchos talleres de grafiti que tienen lugar en las “Tardes de hip hop al parque”. Hay un MC que anima el evento con los mejores temas de los raperos locales.
Mientras camino veo en mi Facebook la cartelera de eventos de la noche del próximo sábado, cuyo evento estelar será: “Gabito al parque”. Ese sábado presentarán los integrantes de una escuela de teatro de la ciudad una obra basada en la novela de García Márquez, “Crónica de una muerte anunciada”. Me emociono y busco asegurar mi puesto, pero veo que ya el evento está agotado.
–Tocará esperar al sábado próximo.
No hay ni un solo policía uniformado, y todo el mundo camina con tranquilidad dado que en este sitio la seguridad está basada y normalizada como resultado de la convivencia que surge alrededor de las artes, la cultura, el deporte—cosas a las que todos los seres humanos somos profundamente sensibles— y no por medio de la fuerza.
El celular se me cae al suelo cuando una muchacha trotando, sin culpa, me tropieza (no tanto sin culpa sino más bien como causa de mi torpeza). Y al recogerlo leo en el piso la señal de tránsito “ Make a Right to 110th Street”. Resulta que no estoy en Medellín, sino en el Central Park de Nueva York. Caminando. Soñando despierto; disfrutando de la grandiosa oferta cultural, deportiva, y artística que ofrece el Central Park. Al regresar de mi sueño pienso en que si bien este parque está lleno de eventos maravillosos para todas las edades y los gustos, le faltan las guacamayas, las montañas que rodean al Valle de Aburrá, los grafiteros, y muchos otros elementos que lo harían verdaderamente único e innovador.
En Nueva York este parque es un verdadero oasis que crea un equilibrio entre el caos de la ciudad y la tranquilidad. También es un espacio de convivencia, donde gente de toda la ciudad, independientemente de su clase socioeconómica, raza (factor importante en esta ciudad), género, etc., camina, trota, y asiste a los eventos deportivos, culturales, y artísticos que el parque ofrece. El parque es un verdadero interruptor de la muchas dinámicas conflictivas de esta ciudad, que cada vez más produce transformaciones culturales, o sea, sistémicas y estructurales, que mueven a esta ciudad hacia un mejor porvenir; que deja que los neoyorquinos convivan más amenamente entre sí.
En un lugar así, y como el de mi sueño Medellinense, no hay necesidad de programas de seguridad usando la fuerza armada. La gente se cuida entre sí porque lo que los mueve, lo que los motiva a habitar el lugar, es lo más transparente, lo más profundo, y lo que todos y todas compartimos como seres humanos: la voluntad hacia lo hermoso; que en términos puntuales se traduce a el arte, la cultura, y el deporte. Los elementos fundamentales para la convivencia pacífica.
La construcción de un parque gigante en Medellín no solamente embellecería más a esta ciudad ya bella, sino que instalaría un elemento estructural que transformaría muchos de los problema ambientales, de seguridad, y de coexistencia que hoy vive la ciudad. Pronto habrán elecciones, cosa que siempre debe representar grandes oportunidades para los habitantes de una ciudad y para dirigentes que verdaderamente deseen crear nuevas realidades y transformaciones. El mejor regalo que una próxima alcaldía le puede dar a Medellín, una ciudad que busca re-inventarse siempre y ante todo, es un Parque Central.