Una breve reflexión acerca de la difusión histórica

“No todo investigador debe ser divulgador, pero todo divulgador debe ser investigador, pues la divulgación del conocimiento no es una responsabilidad menor: implica estar permanentemente informado sobre un tema en particular, realizar constantemente contraste de fuentes y, por supuesto, analizar de manera crítica la información encontrada”

El interés por “sacar” de la Academia la producción investigativa ha ocupado, por años, el interés de los estudiosos de las ciencias y disciplinas del conocimiento. A grandes rasgos, la discusión se ha enfocado en dos aspectos particulares, como son el impactar positivamente a las comunidades través de la aplicación del conocimiento teórico y el permitirles ser conocedoras, cuando no partícipes, de las diferentes investigaciones que desde los centros educativos se adelantan. En esta columna me ocuparé de este último punto con especial interés en la disciplina histórica, que es aquella que ocupa mi quehacer.

En primer lugar, debo aclarar que mi intención con esta corta reflexión no es otra que la de poner en contexto múltiples debates que desde hace tiempo se llevan a cabo al interior de la Academia y presentar brevemente mi postura al respecto. Por supuesto, los retos que quedan frente al tema son enormes, pero también lo son las oportunidades que se abren con la incursión de las nuevas tecnologías y la sed de conocimiento que estas despiertan en muchos de nosotros.

Asimismo, considero pertinente señalar que esta columna en particular surge a raíz de una apreciación que leí del profesor e investigador Luis Fernando González Escobar en su recientemente publicado El olvido que habitamos. Allí, el estudioso de la historia urbana de Medellín manifiesta que “Es muy buena y necesaria la creatividad, la búsqueda de nuevos lenguajes, y mediante estos llegar a públicos jóvenes, pero es lamentable que para lograrlo se caiga en el facilismo, lo obvio, la repetición acrítica, la falta de rigor…” (González, 2023, p. 11); es decir, la divulgación histórica es importante, pero también lo son los métodos bajo los cuales esta se lleva a cabo. Vamos por partes, pues, y preguntémonos, primero, ¿por qué es importante la difusión del conocimiento histórico?

Si se formula esta pregunta en una facultad de Ciencias Sociales, serán múltiples las respuestas recibidas, y probablemente la gran mayoría de ellas tendrán una considerable validez. A continuación, sintetizaré las más usuales: 1) porque conocer la historia permite desarrollar una mirada crítica del presente; 2) porque el conocimiento histórico puede ser de ayuda para realizar litigios importantes[1]; 3) porque a través de la difusión del conocimiento del pasado se puede contribuir a tejer redes de memorias; 4) porque la idea de una historia compartida contribuye a comprender lo colectivo de la condición humana y refuerza “comunidades imaginadas” como la Nación. Si bien uno podría problematizar algunos de estos puntos, podemos concluir que todos pueden sostener una discusión bien argumentada. Tenemos, entonces, que la difusión importa.

Ahora, ¿es necesario que todos los historiadores realicen difusión de su producción investigativa?

Considero que no, pues es improbable que exista un público lo suficientemente amplio para “consumir” (el concepto es problemático, pero no le daremos muchas vueltas acá) tal cantidad de información y conocimiento. Además, la difusión del conocimiento requiere de una serie de capacidades (creatividad, síntesis, paciencia) que no todos los historiadores poseemos ni debemos poseer. La divulgación debe ser, pues, una decisión voluntaria del historiador.

Pero esta decisión implica, a su vez, una serie de retos importantes. El primero de ellos está relacionado con la capacidad para focalizar a su público objetivo y preguntarse cuál puede ser la mejor forma de llegar a ellos. Muchas preguntas pueden ayudar a responder esta última: ¿se trata de un público letrado? ¿será de utilidad el uso de las nuevas tecnologías? ¿qué tan familiarizados están con el tema que voy a presentar? Es de esta manera como comienza a construirse un marco metodológico para la difusión del conocimiento y es aquí donde la principal preocupación es captar y mantener la atención de ese público objetivo.

Una vez definido este marco aparece lo que, desde mi punto de vista, es el principal reto al que se enfrenta el historiador: adaptar su conocimiento ―que usualmente está mediado por análisis extensos, datos estadísticos de difícil interpretación, entre otros― al formato escogido, de manera que un público no especializado pueda comprenderlo, pero sin caer en el anacronismo o la reproducción de lugares comunes de la historia que usualmente habitan en el imaginario colectivo de la población. Para un correcto desarrollo de este punto, considero ideal que el investigador parta de unas premisas bien definidas (y sustentadas) y se valga de las estrategias definidas en el punto anterior para explicarlas de manera precisa. Relatos que causen familiaridad, historias que puedan divertir, imágenes, canciones y videos son solo algunos recursos de los cuales puede valerse el historiador en su proceso.

Sobre esto último, es posible que la pregunta más importante que deba plantearse el divulgador sea ¿cómo situar a mi público en un contexto histórico y espacial diferente al que asocia su mirada del presente, pero sin que esta contextualización se lleve la mayor parte de mi intervención? El reto no es menor, y probablemente implique dejar de lado cuestiones de contexto que para un especialista sean fundamentales, pero que un espectador curioso no tiene por qué conocer ―especialmente si no tiene mucho que ver con el tema principal que se está presentando―. Es allí donde el investigador debe ser más incisivo, buscando acotar su relato lo suficiente para que entretenga al receptor, pero sin renunciar al rigor propio de su disciplina.

Finalmente, es fundamental comprender que el ejercicio divulgativo no priva al investigador de participar de otro tipo de espacios de corte más especializado, como también lo es saber diferenciar ambos espacios y las particularidades que cada uno de ellos suscita. La construcción colectiva del conocimiento es importante y generalmente requiere de un alto grado de complejidad analítica e interpretativa; pero también lo es la difusión a través de un lenguaje más amigable y modesto. ¿A qué quiero llegar con esto? A una premisa fundamental que puede resultar polémica: no todo investigador debe ser divulgador, pero todo divulgador debe ser investigador, pues la divulgación del conocimiento no es una responsabilidad menor: implica estar permanentemente informado sobre un tema en particular, realizar constantemente contraste de fuentes y, por supuesto, analizar de manera crítica la información encontrada. Esto último debe ser subrayado en una época en la que las redes han allanado el camino a la posverdad y han restado valor a la rigurosidad.


Todas las columnas del autor en este enlace:  Jorge Andrés Aristizábal Gómez

Referencias

González, L. (2023). El olvido que habitamos. Historias urbanas y arquitectónicas de Medellín. Medellín: Editorial Grámmata.


[1] Algunos de los ejemplos más comunes son las genealogías que permiten reclamar nacionalidades de otros países, los conflictos territoriales donde las comunidades usan el conocimiento histórico para reclamar tierras de su pertenencia y los procesos de paz donde se usa el conocimiento histórico para pedir reparación.

Jorge Andrés Aristizábal Gómez

Historiador. Apasionado por el urbanismo, la pedagogía y los estudios culturales. El concepto de "asfaltonauta" me identifica considerablemente.

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