Si los países de Oriente Próximo no comienzan a dar pasos reales en cuanto a reformas políticas y económicas fundamentales, será inevitable que haya más violencia en la región. Hoy, cuando los sistemas rentistas que sus gobiernos han sostenido por décadas se encuentran en un punto de quiebre, las autoridades deben comenzar el proceso, difícil pero no imposible, de establecer nuevos contratos sociales.
Ese contrato comenzó a desgastarse en los países árabes con el cambio de siglo, cuando los gobiernos con presupuestos hinchados y burocracias sobredimensionadas se volvieron incapaces de prestar un nivel adecuado de servicios básicos como salud y educación, crear una cantidad suficiente de puestos de trabajo o sostener subsidios a los alimentos y combustibles. Pero, a pesar de los menores beneficios estatales, la mayoría de los líderes sigue insistiendo en que sus pueblos cumplan su parte del contrato al no participar en la vida pública de maneras significativas.
Los gobiernos árabes pudieron sostener durante décadas economías ineficientes porque las apuntaban los ingresos del petróleo. En las últimas décadas, la mayor parte de los países árabes se han beneficiado de un modo u otro de las abundantes reservas de petróleo y gas de Oriente Próximo. Los países productores de hidrocarburos usaron sus utilidades para comprar la lealtad de sus ciudadanos y crear lo que en la práctica eran estados de bienestar, y los no productores disfrutaron de los beneficios de la ayuda, los flujos entrantes de capital y las remesas de sus compatriotas que trabajaban en los países ricos en recursos.
Debido a que los gobiernos de los países productores usaron los ingresos para cubrir la mayor parte de las necesidades de sus pueblos (incluidos empleos, servicios y favores), fomentaron una cultura de la dependencia, en lugar de estimular la autonomía y el espíritu de iniciativa para ampliar el sector privado. Es más, puesto que no tenían que gravar a sus ciudadanos para generar ingresos, la gente tenía pocos recursos jurídicos para desafiar al autoritarismo. La cultura política reflejaba un principio muy simple: “sin tributación, sin representación”.
Ahora que están bajando los precios del petróleo y es probable que sigan bajos por varios años, los sistemas rentistas de Oriente Próximo se enfrentan a un reto importante. Por ejemplo, Arabia Saudita está aumentando los impuestos, recortando subsidios internos y cambiando su paradigma de ayuda extranjera, alejándolo de las subvenciones e inclinándolo a las inversiones. Por largo tiempo el reino ha dado soporte financiero a Egipto, Jordania y otros países de la región, por lo que este cambio significará una presión para que estos gobiernos busquen el crecimiento del sector privado a fin de mejorar el rendimiento económico de sus países.
Sin embargo, a pesar de que los gobiernos árabes han alcanzado los límites de su capacidad de emplear a más personas, aumentar la deuda pública y atraer subvenciones del exterior, los miembros de las elites políticas y económicas de estos países, que resultan privilegiadas del actual sistema rentista, probablemente se resistan a las iniciativas de reforma sustantiva. Y deberíamos esperar una mayor oposición de las burocracias estatales, que carecen de visión alguna de una transición hacia un modelo económico más incluyente y sostenible.
Aun así, los países de Oriente Próximo no pueden esperar desarrollar economías prósperas sin una transición de este tipo. Después de depender por décadas de las rentas, estos gobiernos deben pasar no solo a nuevos modelos de crecimiento, sino también a formas de gobernar más representativas. Cuando a las sociedades árabes se les pida aceptar menos subsidios, menos trabajos en la burocracia y menos dádivas del estado en general, exigirán una mayor injerencia en el proceso de toma de decisiones.
En su situación actual, el mundo árabe se encuentra atrapado entre un statu quo económico y político insostenible y el sistema económico incluyente y basado en méritos que los menos miopes de la región saben que debe reemplazarlo. Demasiados gobiernos árabes se han puesto a sí mismos en esta situación insostenible y han prestado poca consideración a crear las instituciones de gobernanza que sus estados necesitan.
La primera ola de levantamientos árabes, que comenzó en diciembre y llevó a la Primavera Árabe de 2011, fue una respuesta al deterioro de los antiguos contratos sociales. En la tormenta perfecta actual de precios del petróleo a la baja y sistemas políticos cerrados, bien podría surgir una nueva ola de protestas, en particular en países suyos gobiernos no han reconocido que el fin del rentismo marca el fin del viejo contrato social.
Para estos gobiernos, hoy la reforma económica es un asunto de supervivencia. En un sistema más abierto, los gobiernos árabes tendrán que privatizar muchas compañías estatales y facilitar mucho más el registro e inicio de nuevos emprendimientos. Y, en último término, las reformas económicas de los estados árabes solo tendrán éxito si los ciudadanos ganan una voz más fuerte en la gobernanza.
Túnez es el único país donde un nuevo contrato social ha comenzado a reemplazar al rentismo. El resto de los países árabes enfrentan dos alternativas: sus autoridades pueden comenzar a combatir el cáncer de un statu quo insostenible, con todo el dolor e incertidumbre que implica, o pueden esperar a que el cáncer llegue a su etapa terminal y los devore.
Por: MARWAN MUASHER