Hace mucho tiempo escuché decir a un profesor en una vieja entrevista que éste es “un país a medias”. La idea era que mientras en grandes ciudades como Bogotá, Medellín, Cali y demás, existían unas autoridades con un dominio medianamente constituido (una Alcaldía, una Policía, una Personería, etc.); en los más de novecientos municipios o pueblos restantes de Colombia el alcance del Estado era tan mínimo que había un sinfín de grupos armados que mandaban como señores y dueños del lugar.
¿La sorpresa? Casi treinta años después de esa entrevista las imágenes de la guerra y el control siguen tan igual, que recientemente nos volvimos a aterrar, esta vez con los gritos desesperados del hijo de Maria del Pilar Hurtado, asesinada por unos sicarios del «Clan del Golfo», mientras nuestro presidente asegura que todo va por un excelente camino. ¿Qué sentido tiene eso?
La razón principal que nos sitúa en esa incoherencia es lo que algunos expertos denominan la paradoja colombiana (García Villegas, Lemaitre Ripoll). Este fenómeno consiste en que en Colombia existen tantas cantidades de realidades diferentes entre sí, que mientras en Bogotá celebran la expedición de, por ejemplo, una ley que reconoce la salud como un derecho fundamental, al otro lado del mapa hay una señora que muere absurdamente de cáncer porque la EPS se demoró varios meses en agendarle una cita médica de control.
Hay veredas en donde la única forma de acceso es ir cinco horas seguidas en mula, hay sitios en los que una tutela la resuelve un guerrillero, en donde paradójicamente es más juez un paramilitar que un mismo juez, en donde no hablan español, en donde no saben qué es un celular, en donde no saben cómo se llama ni el mismo presidente o en donde el alcalde y el personero son primos y se roban los contratos. Así, nuestra visión de «desarrollo» es muy diferente a la del campesino, la del campesino al indígena, la del indígena al banquero, y así sucesivamente, causando un primer quiebre entre nosotros: una jungla en la que gana el más violento y en la cual ni el presidente es capaz de representar alguna unión en lo absoluto.
Y aunque esto no sea algo nuevo, lo que sí es realmente indignante es sentir que al presidente Iván Duque parece no importarle esa situación en lo más mínimo. Cada vez que se viraliza la muerte de otro líder social, cada vez que se conoce la noticia de un muerto más por el nefasto sistema de salud, cada vez que las personas salen a marchar por algún tema puntual; siempre vemos que Duque sólo sale a emitir un comunicado y continuar con su agenda de economía naranja, una suerte de realidad alterna en la cual, según sus ojos, Colombia va a generar mucha riqueza. Su visión evidentemente capitalina del país lo lleva a tomar decisiones que sólo van a servir para la mitad del país, como un país a medias, por estar éste también dominado por numerosos grupos armados y por desconocer dichas realidades.
En esa otra mitad del país no hay presidente, ni Congreso, ni Cortes. Sólo hay autoridades diferentes, muchas de éstas armadas y con la intención de expandirse, administrando justicia y cobrando la vida de las personas más pobres del país, sólo por haber exigido derechos.
Todo esto nos hace especialmente vulnerables a la violencia y nos aleja como un país unido, En una mitad del país nos ahogamos en un mar de insultos e improperios que desconocen al otro como un ser humano y lo convierten en carne de cañón. Nos incomoda demasiado que alguien exprese algo con lo que no estamos de acuerdo y creemos que «pelarlo» es una solución rápida y efectiva. Mientras tanto, en la otra mitad del país, la ignorancia de un discurso inútil como el de la «derecha» y la «izquierda» lucra a los grupos armados mientras son los más pobres quienes pagan con sangre por ese lucro, sólo por haber pedido un derecho que antaño quienes componen esos grupos desearon también tener. Y entre tanto, en la Casa de Nariño, llega un presidente de un viaje por Europa a convencernos de que la inversión va a beneficiar a todo el país. Tal vez a sólo medio país. Tal vez a sólo un par de ciudades. Tal vez a sólo un par de familias.