¿Quién en algún momento no ha sentido que sus esfuerzos por combatir las injusticias de este mundo son en vano? Aquél es un sentimiento tan común en el colombiano. Todos sabemos que las cosas están mal y de cierta forma sabemos qué es lo que deberíamos hacer para combatirlas, pero en este país, ni tú ni yo, tenemos la capacidad de decisión suficiente para lograr ese cambio. Lo más triste es que, además, la transparencia de los líderes genuinos que desde niños están en ese propósito se va manchando involuntariamente cada vez que con impotencia ven que para entrar al sistema, casi siempre, hay que entrarle debiendo a alguien (o algo) con poder de ese mismo sistema. Así, escuchamos frases trilladas como «es que así es la política», «es que usted sabe cómo son las cosas en este país», «aquí sólo se necesita plata y apellido» o «usted se le tiene que pegar a alguien con poder y listo». Finalmente, casi como una premonición y un círculo vicioso que vive nuestro país, Colombia pierde a aquéllos que en algún momento juraron ser el cambio pues terminan convertidos en un par de décadas, sin darse cuenta si quiera y sin haberlo deseado nunca, en más de lo mismo. ¿Qué hacer entonces?
Hoy, con esa reflexión, quisiera contarles brevemente lo que para mí significó ese gran choque con nuestra realidad política y lo que me salvó de caer en ese mismo círculo vicioso, con el fin de darle energía a todos esos soñadores resginados de Colombia y con el sueño de entrar en la contienda para tomar las decisiones desde la Alcaldía de Medellín que nadie más tomará: Convicción. Ésta es la historia.
El círculo vicioso
Quienes me conocen saben que desde que tengo memoria he querido dedicar mi vida a hacer algo positivo para el mundo. Afortunadamente, estoy seguro que no soy el único y que hay muchos líderes más hábiles que yo. Uno se prepara, uno estudia, uno sueña con eso todos los días. Cada vez que uno sale a la calle y ve un habitante de calle con problemas, ve que el cielo está gris por la contaminación, ve que hay gente aprovechándose de otros sólo para llevarle de comer a su familia, ve que cada día matan a alguien diferente por causas desconocidas; se despierta esa energía de querer hacer algo.
No obstante, todo ese esfuerzo se vuelve inútil cuando esa maldición colombiana que nos mantiene en las mismas injusticias, así pasen décadas, comienza a actuar. Dicha maldición nace al momento en que los reales espacios de decisión están cerrados sólo para los poquísimos que cumplen con un perfil que, generalmente (aunque no siempre), está asociado con poder político y económico.
Para los que no nacen en una familia política, el objetivo es darse a conocer sutilmente ganando prestigio en algún partido, colectivo o con alguien. Así, a los jóvenes usualmente nos miden al principio por la capacidad de entregar volantes, de ponernos una camiseta y de ser leales a un personaje o a una colectividad sin siquiera entenderla de fondo. Con el paso del tiempo, una vez se tiene ese prestigio, llega el momento de brillar y «renovar» la política (un proceso que muchas veces consiste simplemente en cambiar nombres y hacer las mismas acciones). Luego, se genera un compromiso con esa visión y, aunque haya afinidad y tranquilidad con eso, se comienzan a crear deudas que después pueden ser muy costosas. Ése es el origen del círculo vicioso.
La entrada de Convicción
Conozco muchísimas personas que por algún motivo u otro el destino los metió en ese camino. Son personas que en lo personal estimo mucho pero cuya libertad de decisión siempre me preocupa. No está mal, pues al final cuando estén arriba pueden arriesgar su capital político para tomar las decisiones impopulares que saben que deberían tomar; sin embargo, justamente por ese mismo riesgo es que prefieren tener bajo perfil y no ser los grandes ‘traidores’ que pasan a la historia. Y es que si lo piensan, al final el partidismo o lo «independiente» tampoco está en sí mismo mal: un partido o un movimiento independiente sirve para representar la voluntad del pueblo. El problema entonces está en que allí dentro se pueden generar un sinfín de egos, deudas y peleas que te impiden al final ser un buen gobernante.
En mi caso, para bien o para mal, no me topé con ese destino. Sólo me dediqué a prepararme para cuando llegase mi momento hasta que, cuando decidí comenzar a cumplir mi gran sueño, me choqué con esa realidad de no proceder ni de familia ni haberle entregado mi juventud a una colectividad previamente. La ansiedad se apoderó de mí y la resignación de tener que tomar ese mismo camino me generó una zozobra de impotencia sin igual. Sentí lo mismo que hizo que muchos tiraran la toalla.
Pero un día, casi como si la vida me hubiese puesto en ese lugar, conocí entonces a Convicción.
La transición del escepticismo a las acciones
Convicción (y las personas que lo integran) llegó a mi vida como una especie de salvavidas. Ante tanta impotencia y resignación, la energía constante y el idealismo de unos mismos soñadores que se negaron a tirar la toalla me hizo ver las cosas de manera diferente. Su visión es impactar: transformar las vidas de los líderes que quieren cambiar el mundo. No les importaba figurar en los periódicos, no les importaba tener el poder, no les preocupaba en lo absoluto el escepticismo del mundo. Sólo querían empoderar al ciudadano y convencerlo de que es él quien debe actuar para tomar esas decisiones y no esperar a que sus gobernantes o sus ídolos lo hagan. Fue con eso que, con el paso del tiempo, se ganaron mi confianza. Ese «empoderamiento» lo hacen a través de una metodología de trabajo social por medio de la Corporación Convicción (su apuesta social) que, resumidamente, crea mesas autónomas comunitarias de trabajo entre líderes del territorio para que trabajen en conjunto con el sector privado, la academia y las ONG’s con el fin de ejecutar proyectos que desarrollen su territorio.
En eso hay dos mensajes claros: el social y el político. El social es demostrar que, sin lugar a dudas, la unión de la gente soñadora hace la fuerza. Que cualquier cosa que esperamos del gobernante y que éste no hará lo puede hacer la misma gente si se une y si lo hace organizadamente. El político, es mostrar que al Estado le quedó grande hacer las cosas que él mismo debe hacer y es, prácticamente, enseñarle a gobernar.
Hay algo que personalmente me encanta de ese modelo y es que lo social siempre va primero, que lo social se vuelve la pieza fundamental del cambio. Lo político es sólo una consecuencia de lo social y, al final, algo que aprendí con ellos es que un buen gobernante es aquél que, sin tener su cargo político, ya es capaz de hacer las cosas que haría el mismo gobernante: justamente por eso Convicción se encarga de adelantar primero su trabajo social independientemente de lo que suceda en el político, para mostrar que trabaja con acciones y no con promesas.
Es un sistema de co-gobierno en que las decisiones, ahora sí, las toman las personas.
El sueño de la Alcaldía
Siempre me he considerado una persona muy aterrizada a la realidad y lo que más admiro de ellos es que me devolvieron esas ganas de soñar. Me devolvieron esa energía que tenía antes de chocarme con nuestra trágica realidad sociopolítica y ahora me sobran las ganas de seguir intentándolo hasta que mi vida me lo permita.
Ahora, con muchísima alegría, tengo la fuerza de decir que luego de mucho trabajo en Medellín hemos lanzado la plataforma política en la que serán esos líderes de cada comuna los que tomarán las decisiones de la ciudad. Se trata justamente de algo completamente disruptivo: no es ni tradicional ni «independiente». Es una nueva vía, es un eje transversal.
Así, entrando a la contienda de la Alcaldía de Medellín para los comicios electorales de 2019, Convicción demostrará lo que sucede cuando es un colectivo completo de líderes de toda la ciudad los que toman las decisiones, no una persona que no representa ni la mitad de los intereses de los ciudadanos que lo eligen.
Independientemente de lo que suceda en adelante, el llamado es ése. El llamado es a la Convicción. A vivir con Convicción y por Convicción. A siempre creer.