“Estaba extasiado con las montañas, los paisajes, la estrechez de la carretera, lo rápido que iban las motos a pesar de la vía, los cultivos de gulupa, aguacate, plátano”.
Esta semana tuve la posibilidad de conocer a un ciudadano británico que venía por segunda vez a Jericó, pero esta era la primera ocasión que conocería parte del Jericó rural: Palocabildo y tres de sus seis veredas, recorrido en el que tuve la oportunidad de acompañarlo. Aquel hombre que venía desde el otro lado del Atlántico se dedica en su país a comercializar café que compra directamente en Londres para venderlo a las tiendas que comercializan el producto al consumidor final. Siendo este su negocio principal, nunca había tenido la posibilidad de conocer un árbol de café y estando en Jericó, no quería perder la oportunidad.
Así que mi esposa y yo le organizamos un tour del café “express” en la finca cafetera de una de sus hermanas en la vereda La Hermosa para que conociera todo el proceso, desde la siembra, recolección, despulpado y secado. Un proceso artesanal que es lo que le brinda la calidad del café de Colombia y que fue lo que a este hombre le llamó la atención. Más cuando el principal café que compra en Inglaterra proviene de África y Asia, con un sabor muy distinto, y si se quiere, de menor calidad, respecto al que producimos aquí.
Desde que salimos del casco urbano, Dexter estaba extasiado con las montañas, los paisajes, la estrechez de la carretera, lo rápido que iban las motos a pesar de la vía, los cultivos de gulupa, aguacate, plátano -que él decía conocer cuando estuvo en Guyana de donde son sus padres, pero cuando vio los de aquí se sorprendió de lo distinto y grandes que son-, y por supuesto, cuando vio por primera vez los árboles de café. Imaginaba que eran más altos y robustos de lo que en realidad son.
Preguntaba de todo: ¿por qué los cultivos de gulupa tienen plástico encima? ¿cómo se accede a esas carreteras que están a lo alto de la montaña? ¿por qué los plátanos tienen bolsas que los cubren? Admiraba el silencio, el cantar de los pájaros, la espaciosidad del campo, la familiaridad de las personas, el constante saludar de los conductores de carros y motos con el pito de sus vehículos.
Parecía como si todo lo que estuviera viviendo fuera nuevo para él. Lo que me puso a reflexionar en un concepto del que tanto se conversa, pero del que no estoy tan seguro de que seamos tan conscientes: la capacidad de asombro y estar presentes contemplando las maravillas que nos rodean, sin, seguramente dimensionar que son maravillas, como el hecho de respirar aire puro o despertarse cada mañana con el canto de los gallos, o el ladrido de los perros.
No perder esa capacidad de asombro es lo que nos evitará caer en la frase “éramos felices y no lo sabíamos”. De valorar lo que tenemos, vivimos, tener aspiraciones y ganas de estar mejor, pero sin perder de vista, que las cosas que pueden parecer más sencillas o simples, son las que nos pueden llenar más el espíritu, como el hecho de tomarse un buen café con la familia y amigos rodeados de la deslumbrante geografía que Colombia sabe ofrecer.
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