Un paro en contra de todo, incluso de la izquierda
¿Quién representa la rabia en Colombia? ¿Quién alza la voz por los que no tienen voz? ¿Quién, que tenga espacio en los grandes medios de comunicación, habla desde la exclusión, el hambre y la falta de derechos sociales?
Nadie, y por eso es que el Paro Nacional sigue en los barrios y en las calles a dos meses de su estallido, porque los jóvenes se niegan a que les sigan robando los derechos y la palabra.
Los jóvenes que se mantienen en las calles o que se están organizando en sus barrios, colegios o universidades para seguir con el paro, están cansados de ahogarse en un mar de promesas incumplidas, de que les roben el futuro y que en el presente los traten únicamente como carne de cañón para engrosar el ejército, la policía, la guerrilla, los paramilitares o los ejércitos de desempleados y mal vivientes del país. Los jóvenes están cansados de que el sistema les mienta, los trate como idiotas sin derecho a opinión propia o les robe el futuro, pero también están cansados de que las llamadas “fuerzas alternativas” no les presenten propuestas de país que enciendan sus conciencias y los hagan sentir de nuevo esperanzados con el futuro, cansados de que los miren desde sus tronos capitalinos de arrogancia y mezquindad, incapaces de unir propuestas comunes, mientras dictan cátedra sobre las “formas correctas de protestar” al tiempo que los jóvenes son asesinados en las calles sólo por levantar su voz.
Un fantasma recorre las calles de Colombia…el fantasma del engaño y la traición a los jóvenes. Va hasta los barrios, habla desde las barricadas y grita a través de los rostros sin identidad que se cansaron de estar en silencio, de ser “bien portados” en un país que antes les dijo que eran “buenos muertos”.
A los jóvenes les roban el futuro, les roban la opción de levantar su voz, les roban sus rostros, les roban la educación, la salud y la vida…pero les regalan poesía:
Constitución Política de Colombia, Artículo 13: Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica.
El Estado promoverá las condiciones para que la igualdad sea real y efectiva y adoptará medidas en favor de grupos discriminados o marginados.
El Estado protegerá especialmente a aquellas personas que, por su condición económica, física o mental, se encuentren en circunstancia de debilidad manifiesta y sancionará los abusos o maltratos que contra ellas se cometan. (Imagen de Los Simpson, imagina un mundo sin abogados)
¿Es lo mismo tener derechos consignados en un papel que derechos garantizados en la realidad? ¿Se puede comer la constitución cuando se tiene hambre? ¿Por qué nos acostumbramos a creer que basta con papeles lindos para vivir “en paz”?
Esa rutina de la mentira, de creer que para calmar el hambre es suficiente un papel bien escrito es un lugar común en este país, donde nos acostumbramos a la rutina del no comer tres veces al día contando con las tierras más ricas de Latinoamérica, a la rutina de trabajar buscando trabajo, de ser desempleados con títulos, diplomas y maestrías en un país donde nos dijeron que para “salir adelante” lo que había que hacer era estudiar y esforzarse, y ni qué decir de la rutina de la represión. ¿Cuántos ojos extirpados no dejan los atentados criminales del ESMAD durante estos dos meses? ¿Cuántos cuerpos en los ríos, cuánta sangre rutinaria? ¿Cuántos civiles armados protegidos por la policía y transmitidos en vivo y en directo sin que pase nada?
La poesía constitucional dice que “todas las personas recibirán la misma protección y trato de las autoridades y gozarán de los mismos derechos” ¿Qué se siente saber que, a día de hoy, niños y niñas mueren de hambre, jóvenes se quedan por fuera de la universidad, adultos carecen de trabajos dignos y mayores tienen que trabajar al sol y al agua en las calles vendiendo bonice o popetas, sin ninguna garantía laboral, sin salario, sin pensión? ¿Qué se siente saber que eso pasa en un país con riquezas suficientes para garantizar efectivos derechos a toda su población? ¿Qué se siente saber que la pobreza y la desigualdad no son a causa de la falta de recursos, sino de la corrupción, el robo y el pillaje en el poder?
Colombia vive la crisis de la eterna negación de su propia realidad, porque mientras se les llama a los jóvenes a ser “responsables” y “juiciosos” para protestar (como si eso fuera compatible con el hambre), el Estado vive una falta de legitimidad sin precedentes, donde los derechos son lindas palabras que favorecen a unos pocos y silencian a la mayoría, misma mayoría que no se siente representada por los partidos o movimientos políticos de todo orden, de lo que no se salvan los llamados “alternativos”, quienes parecen vivir en sus burbujas electorales donde cada 4 años salen a “hacer la tarea” de hablar con la gente y luego se vuelven a encerrar en sus salarios y certezas.
Los jóvenes que están en las calles confían más en su capacidad de resistencia y organización que en las instituciones del Estado para resolver sus problemas, y confían más en su propia palabra, ejercida de manera directa mediante una consigna o en una asamblea, que en los partidos políticos de oposición para que sus voces sean oídas, para ser parte de la historia, y por eso el Paro Nacional en Colombia es en contra de todo, de las instituciones, del gobierno, de la economía excluyente, del hambre, de la guerra, de la muerte, pero también de los sindicatos, partidos y movimientos sociales de oposición, por no haber prestado escucha y no haber dado voz a la rabia que, no pudiendo soportar más, ha decidido estallar en las calles.
Así también, el cambio urgente en Colombia no es sólo económico, no es sólo en los partidos que mal gobiernan, no es sólo acabar con la corrupción y la guerra, sino que implica transformar a aquellos que se acostumbraron a ser la eterna oposición y la eterna derrota mientras los jóvenes siguen siendo asesinados por las balas de la guerra, el hambre y la exclusión.
Un paro en contra de todo, que exige repensar todo para desacostumbraron a la muerte y al olvido.
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