“Uribe Turbay estaba lejos de ser ese líder idealizado y mesiánico que, de repente, nos han querido vender tras su atentado”
La muerte de Miguel Uribe Turbay es, sin duda, un hecho lamentable. Toda pérdida humana debe repudiarse y toda familia merece vivir su duelo en paz. Sin embargo, lo que hemos visto en los últimos días ha sido un patético show mediático disfrazado de reflexión nacional.
No estamos ante un verdadero magnicidio ni ante la partida de un gran dirigente político. Uribe Turbay estaba lejos de ser ese líder idealizado y mesiánico que, de repente, nos han querido vender tras su atentado. Su carrera política se caracterizó más por una férrea oposición a las ideas de izquierda, muchas veces insensata, pistoletazos de ocurrencias cómicas y oportunismos coyunturales, que por un liderazgo propositivo y cercano a las necesidades reales de la mayoría de los colombianos.
Si bien merece un adiós respetuoso, es difícil entender cómo, en nombre de la reconciliación, se le niega al Presidente de la República la posibilidad de asistir a su funeral. Un gesto así no solo es incoherente con el discurso de despolarización que han querido proyectar, sino que, en la práctica, refuerza la división que tanto dicen querer superar.
Según lo que se conoce de las investigaciones, su muerte parece ser el resultado de la violencia criminal que azota a Colombia: una mezcla de mafias políticas, narcotráfico y estructuras subversivas. Es un crimen grave, pero no un acto político con el peso histórico que los medios y los oportunistas quieren atribuirle para recrear una narrativa incriminatoria en contra del Presidente, a quien responsabilizan con el cuento infundado de “generar un ambiente propicio para una violencia que no se veía desde hace 30 años”, cuando la realidad es que, cuando se combate a los armados, la violencia arrecia porque se defienden; mientras que, cuando se les permite un margen de maniobra, se genera una falsa sensación de seguridad.
En estos momentos, el país no necesita espectáculos alrededor del dolor. Necesita verdad, justicia y coherencia. La reconciliación no se construye desde el discurso prosopopéyico —si es que se me permite esta palabra (entiéndase en su significado coloquial)—, sino con gestos que permitan que incluso quienes piensan distinto también puedan gobernar.
P.D. No dude en escribirme sus comentarios a mi cuenta de X @sanderslois
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