Un acuerdo del ahora o nunca

“El acostumbramiento a las armas como forma de vida, es decir, como negocio, tiende a cauterizar toda traza de empeño político y más si este dice ser el de una Colombia verdaderamente democrática, garantista de los derechos de todos y con justicia social.”


Mirando en perspectiva el proceso de paz con las Farc, puede decirse que ahí hubo más acuerdo que proceso de paz. En cambio, el actual proceso con el ELN parece signado por el fenómeno contrario, hay más proceso que acuerdo.

El ELN afirma, desde un raciocinio enrevesado, que no está dispuesto a dejar, entregar o distanciarse de las armas. Pero ¿Si se quiere la paz como fin último y bien supremo, en lo que están de acuerdo las partes, para qué las armas?

En la actualidad, las armas son el símbolo de quien tiene por estandarte un proyecto político precario o estanco. Guardadas las proporciones se puede hacer la comparación con lo que sucedió durante el Estallido Social de 2019. Las armas de la República alzadas por parte de la Fuerza Pública para reprimir las movilizaciones del movimiento social, especialmente de jóvenes, se fueron convirtiendo en el símbolo de lo que no debe ser. Hasta los sectores más retrógrados tuvieron que sentir un estremecimiento al ver la manera como ciudadanos inermes eran abaleados, heridos, mutilados o gaseados, mientras que la cabeza política de esa represión, el caricaturesco expresidente Duque, mezclaba un líquido amarillo con agua para explicar lo que es la “economía naranja”.

Como bien lo ha dicho el presidente Petro, la guerra insurgente tal como se practicó por años en América Latina en el marco de la guerra fría, llegó a su fin. Es por ello que la entrega o dejación de las armas por parte de un grupo armado que tiene motivaciones políticas se da por descontado y si sucede lo contrario, tal grupo entraría en la lógica de aquel nuevo horizonte de la guerra al que también aludió el presidente, que es la de las bandas armadas, de gran poder y capacidad de control territorial, pero de pocas o inexistentes pretensiones políticas.

En su momento otros grupos armados han hecho lo propio, tanto en Colombia como en otras latitudes. ETA, en España, anunció un buen día que se retiraba de la lucha armada, de igual manera, aunque con características diferentes el EZLN también lo hizo en México. Sin olvidar que en el marco de ese gran pacto social que fue la constitución de 1991 en Colombia se desmovilizaron casi todas las guerrillas que habían surgido durante el bipartidismo y la guerra fría, convirtiéndose en verdaderas alternativas de poder, tanto en lo regional como lo nacional desde el juego democrático. Que un presidente en ejercicio, quien alguna vez empuñó las armas insurgentes, que luego participó de un proceso exitoso de negociación y entrega de armas, le extienda la mano a la última gran organización insurgente del hemisferio occidental, tiene un significado muy profundo y es en sí mismo un llamado urgente y perentorio para respirar las últimas bocanadas de aire como proyecto político.

El acostumbramiento a las armas como forma de vida, es decir, como negocio, tiende a cauterizar toda traza de empeño político y más si este dice ser el de una Colombia verdaderamente democrática, garantista de los derechos de todos y con justicia social. Todo ello conduce a un extraño escenario en el proceso con el ELN en el que por un lado no hay mayor margen político o de tiempo para llegar a un acuerdo, pero del otro, la Mesa transmite la idea de un tiempo infinito, que no se supedita al ejercicio presidencial de Petro, sino que se prolongaría sin término conocido en la medida en que ciertas decisiones y posturas tendrían que estar mínimamente definidas, pero no lo están.

Es el escenario de un proceso que puede extenderse hasta languidecer, mientras la pregunta por el Acuerdo siga siendo una incógnita se validaría la sospecha de que se negocia para no negociar nada. El sueño de una paz integral, una paz total, está a la altura de las más altas ilusiones políticas de toda una nación que sabe bien lo que es la guerra, y es justo durante este gobierno, el primero de su género en Colombia, que el ELN tendría la posibilidad de trascender su lucha como actores políticos antes de mutar definitivamente a una simple organización criminal como las que agobia el país, acicateadas y soportadas por el negocio del narcotráfico, la minería ilegal, las rentas ilícitas y todas las otras formas de empresarismo del crimen.


Todas las columnas del autor en este enlace: Andrés Arredondo Restrepo

Andrés Arredondo Restrepo

Antropólogo y Mg. Buscando alquimias entre Memoria, Paz y Derechos Humanos.

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